domingo, 19 de diciembre de 2010

É INCONCEBÍVEL



É inconcebível, é extraordinário,
é algo que penetra sempre mais profundamente em minha alma o teu estar,
em silêncio, lá no tabernáculo.
Vou à igreja, ao amanhecer, e ali te encontro.
Encontro por acaso ou por costume, ou por respeito, e ali te encontro e cada vez,
Tu me dizes uma palavra, retificas um sentimento,
vais compondo com notas diversas, um canto único,
que o meu coração sabe de cor, e me repete uma palavra só: eterno amor.
Ó Deus! Coisa melhor não podias inventar.
Aquele teu silêncio em que o fragor de nossa vida esmorece,
aquele palpitar silencioso que toda lágrima absorve;
aquele silêncio... silêncio mais sonoro do que uma Angélica harmonia;
aquele silêncio que à mente traz o verbo, ao coração doa bálsamo divino;
aquele silêncio em que cada voz se encontra harmonizada,
cada prece ressoa transformada; aquela tua presença arcana...
Lá, está a vida; Lá, a esperança;
Lá, o nosso minúsculo coração repousa, para retomar sem trégua o seu caminho.
Chiara Lubich

jueves, 16 de diciembre de 2010

Nadie es más grande que Juan


Por Juan Carlos Martos

«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?
¿Una caña sacudida por el viento?
¿O qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con lujo?
Los que se visten fastuosamente y viven entre placeres están en los palacios. Entonces,
¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta.
Él es de quien está escrito:
"Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti."
Os digo que entre los nacidos de mujer nadie es más grande que Juan.
Aunque el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él.» Lc 7,24-29

Adviento es tiempo de profetas.
Todo profeta es capaz de responder las preguntas más difíciles que le hacemos al destino.
Por ello, son imprescindibles.
Hoy, como en los tiempos de Jesús, siguen siendo una novedad tan rara que hay que salir al desierto para encontrarnos con ellos.

El evangelio fija hoy nuestra mirada sobre el elogio de Jesús a Juan Bautista, el profeta-precursor.
Ese elogio, además, recoge algunos de los rasgos que, según el Maestro, permiten reconocer al auténtico profeta.


• Un profeta jamás se rebaja a ser una débil caña agitada por cualquier viento, ni se enfunda ostentosos ropajes de lujo. No es voluble ni cambiante, como una veleta o como las modas. No se viste jamás de esplendores y riquezas. La pobreza ha sido siempre el hábito permanente de la profecía. Porque ésta se acredita siempre sobre la roca de la fidelidad y de la insobornable libertad.

• Juan es no sólo profeta sino más que profeta, por su condición de precursor de Jesús, el Esperado. Preceder es llegar antes, preparar el camino y, después, desaparecer. Juan Bautista cumple así los requisitos que, para siempre, validan el rango del verdadero profeta. No es ni un entrometido que estorbe; ni juega a deslumbrar o a centrar sobre sí mismo las miradas; tampoco se considera insustituible. Asume que, inmediatamente detrás de él, viene “el más importante”.

Su misión es señalar. Y hacerlo en la correcta dirección. Porque la corrupción de lo profético llega por dos olvidos: el de señalar hacia Dios, al que se debe anunciar y el de hacerlo ante los hombres a los que se debe servir. En realidad, Dios y el hombre están tan unidos que negar a uno de los dos es engaño. El oficio de Juan Profeta genera la espiritualidad de los “ojos abiertos” para verlo todo y reconocer en medio de la maraña de la realidad al Deseado.

• La talla de Juan Bautista es enorme. Nadie, según Jesús, la supera, salvo los habitantes del Reino. Las medidas del mayor y del menor vienen ajustadas desde la relación con Jesús, aunque esto nunca lo hayan entendido los poderosos, los adinerados o los famosos de este mundo. Por esa razón, Juan no es un predicador cualquiera a quien se pueda dar largas con excusas. No todos lo entienden así. El evangelio termina relatando que prepararon los caminos para el encuentro del Señor...

¿Existen aún, en estos tiempos áridos de increencia, precursores auténticos?
Hoy, el evangelio nos ayuda a no confundirlos. Ellos mantienen viva nuestra espera.

Vuestro hermano en la fe:
Juan Carlos Martos

viernes, 3 de diciembre de 2010

I Viernes de Adviento


I VIERNES DE ADVIENTO
Ángel Moreno
Viernes 03 de Diciembre del 2010

Dos ciegos seguían a Jesús gritando:
“Ten compasión de nosotros, hijo de David”
(Mt 9, 27)

“Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte,
dónde y cómo encontrarte.
Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia?
Cierto es que habitas en una claridad inaccesible.
Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad? (San Anselmo, Proslogion)

La imagen de los ciegos, presentada en el contexto del Adviento, enseña la actitud que corresponde a quienes buscan ver, con los ojos de la fe y con el corazón, la presencia del que es la Luz del mundo, el Sol que nace de lo alto, que vive en una inaccesible claridad.

Nuestra naturaleza, con el don de la fe, es apta para comprender y creer en Aquel a quien los profetas anunciaron como dador de la vista y capaz de introducir fuego en el corazón. La súplica humilde, junto con la búsqueda incesante y sincera de la verdad revelada, hacen posible la experiencia luminosa del encuentro con el Hijo de David, el Mesías, el Señor. Él devuelve la vista a los ciegos, el oído a los sordos, la voz a los mudos, el sentimiento al corazón, y en todo caso deja gustar la esperanza del encuentro.

Hoy, en el oficio de lecturas de la Liturgia de las Horas, se pude leer uno de los apotegmas más esperanzadores: “Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré” (San Anselmo).
¡”Señor, que vea”!

“El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, ha revelado al Dios que «nadie ha visto jamás» (cf. Jn 1,18). Jesucristo acampa entre nosotros «lleno de gracia y de verdad» (Jn1,14), que recibimos por medio de Él (cf. Jn 1,17); en efecto, «de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia» (Jn1,16).
De este modo, el evangelista Juan, en el Prólogo, contempla al Verbo desde su estar junto a Dios hasta su hacerse carne y su vuelta al seno del Padre, llevando consigo nuestra misma humanidad, que Él ha asumido para siempre.
En este salir del Padre y volver a Él (cf. Jn 13,3; 16,28; 17,8.10), el Verbo se presenta ante nosotros como «Narrador» de Dios (cf. Jn 1,18).
En efecto, dice san Ireneo de Lyon, el Hijo es el «Revelador del Padre». Jesús de Nazaret, por decirlo así, es el «exegeta» de Dios que «nadie ha visto jamás».
«Él es imagen del Dios invisible» (Col 1,15)” (Benedicto XVI, Verbum Domini 90).

Fuente: www.ciudadredonda.org