I VIERNES DE ADVIENTO
Ángel Moreno
Viernes 03 de Diciembre del 2010
Dos ciegos seguían a Jesús gritando:
“Ten compasión de nosotros, hijo de David”
(Mt 9, 27)
“Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte,
dónde y cómo encontrarte.
Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia?
Cierto es que habitas en una claridad inaccesible.
Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad? (San Anselmo, Proslogion)
La imagen de los ciegos, presentada en el contexto del Adviento, enseña la actitud que corresponde a quienes buscan ver, con los ojos de la fe y con el corazón, la presencia del que es la Luz del mundo, el Sol que nace de lo alto, que vive en una inaccesible claridad.
Nuestra naturaleza, con el don de la fe, es apta para comprender y creer en Aquel a quien los profetas anunciaron como dador de la vista y capaz de introducir fuego en el corazón. La súplica humilde, junto con la búsqueda incesante y sincera de la verdad revelada, hacen posible la experiencia luminosa del encuentro con el Hijo de David, el Mesías, el Señor. Él devuelve la vista a los ciegos, el oído a los sordos, la voz a los mudos, el sentimiento al corazón, y en todo caso deja gustar la esperanza del encuentro.
Hoy, en el oficio de lecturas de la Liturgia de las Horas, se pude leer uno de los apotegmas más esperanzadores: “Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré” (San Anselmo).
¡”Señor, que vea”!
“El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, ha revelado al Dios que «nadie ha visto jamás» (cf. Jn 1,18). Jesucristo acampa entre nosotros «lleno de gracia y de verdad» (Jn1,14), que recibimos por medio de Él (cf. Jn 1,17); en efecto, «de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia» (Jn1,16).
De este modo, el evangelista Juan, en el Prólogo, contempla al Verbo desde su estar junto a Dios hasta su hacerse carne y su vuelta al seno del Padre, llevando consigo nuestra misma humanidad, que Él ha asumido para siempre.
En este salir del Padre y volver a Él (cf. Jn 13,3; 16,28; 17,8.10), el Verbo se presenta ante nosotros como «Narrador» de Dios (cf. Jn 1,18).
En efecto, dice san Ireneo de Lyon, el Hijo es el «Revelador del Padre». Jesús de Nazaret, por decirlo así, es el «exegeta» de Dios que «nadie ha visto jamás».
«Él es imagen del Dios invisible» (Col 1,15)” (Benedicto XVI, Verbum Domini 90).
Fuente: www.ciudadredonda.org