jueves, 30 de septiembre de 2010
Caminos ¡sí! Pero ¿adónde nos dirigimos?
José Cristo Rey García Paredes, cmf
Martes 28 de Septiembre del 2010
Fuente www.ciudadredonda.org
Complejísima red de caminos
Estamos en la época de los caminos, los métodos, los proyectos, los planes, las hojas de ruta, las programaciones, los mapas de recorrido…. Quedamos emplazados ante una complejísima red de pistas, caminos, comunicaciones, procesos que hemos de recorrer para responder a las interpelaciones del apostolado, de la espiritualidad, de la formación. Las comunicaciones vía email, o vía propaganda que recibimos no son pocas. Abrimos el mapa de recorridos que se nos proponen y nos abruma la propuesta de tanto itinerario.
Quienes asumen alguna responsabilidad de gobierno, de animación apostólica o espiritual o formativa se creen obligados -en conciencia y por responsabilidad- a programar, proyectar y lanzar nuevas iniciativas. Esto, que en principio, puede ser excelente, se enreda con otras iniciativas múltiples, provenientes de otras instancias a otros niveles (Santa Sede con sus Congregaciones y Comisiones Pontificias, Conferencias episcopales y sus comisiones, conferencias de religiosos y sus comisiones -tanto a nivel mundial como nacional, como regional o local, gobiernos generales y sus comisiones y secretariados, gobiernos provinciales y sus comisiones y secretariados). Quien quiera someterse a todas estas instancias y propuestas, ¿no sentirá la sensación de sentirse perdido en esa gran maraña de caminos o autopistas que se le ofrecen? Y como esto acontece en una vida religiosa con mayoría de ancianos y minoría de jóvenes ¿no resultará todo ello excesivo tanto para unos como para otros? Me viene a la mente la exhortación de nuestro Maestro:
"Marta, Marta,, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc 10, 41-42).
Yo me pregunto: ¿cuál es la meta de tanto camino? ¿Sabemos bien a dónde vamos? ¿Damos la impresión de grupos de personas que saben lo que quieren y marchan con pie firme hacia una meta? O ¿parecemos más bien gente perdida, desorientada y entretenida en tareas o trabajos sin sentido? ¿Se han planteado seriamente quienes programan hacia qué meta hay que dirigirse y cuáles son los caminos y propuestas que permiten llegar a ella?
Un relato
Recuerdo una de las escenas de "Alicia en el país de las maravillas" de Lewis Carroll. Alicia se encuentra con una pobre criaturita que creía ser un niño,. Lo tomó en sus brazos, pero al advertir que era un cerdito, lo dejó libre y se echó a trotar y adentrarse en el bosque. Entonces Alicia advirti;o que, sentado en una rama, estaba el Gato de Cheshire que sonreía y se atrevió a preguntarle: "¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí? El gato le respondió: "Eso depende, en gran parte del sitio al que quieras llegar". "No me importa mucho el sitio" -replicó Alicia. "Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes" -contestó el Gato. "Siempre que llegue a alguna parte…" -dijo Alicia como explicación. "¡Oh, siempre llegarás a alguna parte -aseguró el Gato-, si caminas lo suficiente!". A Alicia le pareció que esto no tenía vuelta de hoja.
Como vemos en esta historia, Alicia no tenía ni meta, ni visión. Así nos ocurre, también a nosotros, cuando en medio del enmarañado bosque de esta vida nos preguntan a dónde queremos ir o se nos presentan los más variados caminos.
La meta: ¡lo único necesario!
¿Cuál es la meta de todos nuestros caminos? Nos pueden responder quienes ya la conocen. Los místicos nos dicen que la meta de toda vida cristiana y humana es llevar a culminación la Alianza que se ha establecido entre Dios y el ser humano. Es una Alianza de amor que solo culmina con la unión más estrecha entre quienes se comprometen a ella. De lo que se trata es de "vivir en Alianza de amor" y posibilitar el sueño que esa Alianza implica. Abraham Joshua Heschel -gran teólogo judío- explica así la Alianza según la Biblia:
«La Biblia habla no sólo de una búsqueda de Dios por parte del hombre, sino también de la búsqueda del hombre por parte de Dios. 'Me has cazado como a un león', exclamó Job… La fe brota del temor, de la consciencia de estar expuestos a su presencia [la divina], del anhelo de responder a la llamada de Dios, de saber que hemos sido interpelados… Si Dios no formula la pregunta, todas nuestras búsquedas son vanas» (Dio alla ricerca dell'uomo, p. 156-157).
La meta es el encuentro definitivo con el Dios que nos busca, con el Buen Pastor que deja las noventa y nueve ovejas para buscarme a mí, con el Ama de Casa que la barre entera para encontrame a mí que estaba perdido. Es Él quien de las formas más inefables pregunta por mi, me pregunta, procura mi amistad, me pide relaciones. No son muchas las personas, tal vez, que captan esas voces; pero cuando uno se introduce en el diálogo puede llegar adonde uno no puede imaginarse. Nos dicen los místicos, que cuando en esa relación uno deja de ser el dueño de su vida y la pone en manos de Dios, deja de confiar en uno mismo, para confiar mucho totalmente en la relación de Alianza, uno entra en el estado de quietud (no agitación, no agobio), en el estado de gran concentración y capacidad de soñar lo hasta ahora imposible, en el estado de unión que es cuando se da la máxima comunión entre el Creador y su Creatura, el Abbá y el hijo o la hija, es cuando Jesús vive en nosotros, cuando el Espíritu toma posesión total de nosotros y nos potencia hasta límites insospechados.
Teresa de Jesús nos cuenta en el Libro de su Vida cómo Dios la buscó y ella, después de fuertes resistencias, se dejó atrapar y comenzó también a buscarle apasionadamente hasta que se produjo el desposorio y el ansia de unión definitiva. Esta culminación será la que Teresa vislumbre y nos comunique en otras obras suyas, especialmente "Las Moradas". Nuestra meta es la "séptima morada". Jesús se lo expresa así a Teresa de Jesús en una de sus locuciones:
"Deshácese toda la persona para ponerse más en Mí. Ya no es ella la que vive sino Yo" (Libro de la Vida, 18,14).
Creo que la vida cristiana y religiosa -y de cada uno de nosotros dentro de ella- se vuelve "mística"- cuando se hace realidad la petición del Padrenuestro "¡Hágase tu voluntad!, o el "Hágase en mí según tu Palabra" de María. Empieza la mística cuando dejamos a Dios ser Dios, en medio de nosotros. Cuando desconfiando de nuestras solas fuerzas tomamos en serio la Alianza y ponemos toda nuestra confianza en el Señor y no en los ídolos, de cualquier tipo. La relación de Alianza nos centra en Dios y lo único que –desde nuestra humildad y ruindad- podemos hacer es suplicarle que realice su buena voluntad y, por parte nuestra, no impedirlo.
Esto es lo que nos lleva al estado de quietud, de paz, a superar nuestros agobios. La vida religiosa necesita desagobiarse, simplificarse, volverse más confiada, abrirse al "pati divina", a la teopatía.
Cuando se vive en Alianza con Dios todo se integra dentro de esa relación de Alianza. Nada integrado en ella es perverso, aunque a veces los asesores "sin experiencia" no lo comprendan.
En la medida en que la Alianza nos hace poner toda nuestra confianza en el Espíritu renacerá entre nosotros la alegría, la capacidad de soñar y crear que es carisma y no habilidad nuestra. La comprensión de los votos o consejos evangélicos, en clave mística, nos hace superar los voluntarismos, las opciones ascéticas, para dejar que sea el mismo Jesús Resucitado, a través de su Espíritu y de María y José –sus grandes colaboradores- quienes en nosotros vayan diseñando nuestro estilo de vida.
Esta experiencia mística nos hará descubrir la dimensión mística de la misión. Hoy la debemos entender, sobre todo, como "missio Dei", "missio Spiritus", en la cual nos es dado participar. Tampoco nosotros somos los protagonistas primeros de la misión; la compartimos en alianza con el Espíritu de Dios Abbá y de Jesús. La gracia de ver el infierno, no incita a ser misioneros y profetas apocalípticos.
La experiencia mística es también apocalíptica. De ella nacen las decisiones heróicas, la capacidad de no temer, de enfrentarnos con el mundo de la injusticia, de la violencia, de la muerte, de luchar contra el imperio diabólico. Teresa de Jesús nos enseña qué importante es la visión para no vivir una espiritualidad ciega, para no emprender un camino que lleve a ninguna parte, para no realizar una misión ciega y no ser guías ciegos para el pueblo de Dios.
Salgamos al paso del "nuevo pelagianismo" que tanto nos tienta de las obras, las programaciones, los métodos, los procesos. Seamos más humildes, más confiados y que se haga verdad aquello con lo que comenzamos la oración diaria:
"Señor, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme".
Corazón de Ratón
Fuente: Ciudad Redonda
www.ciudadredonda.org
Cuenta una antigua fábula india que había un ratón que estaba siempre angustiado, porque tenía miedo al gato. Un mago se compadeció de él y lo convirtió… en un gato. Pero entonces empezó a sentir miedo del perro. De modo que el mago lo convirtió en perro. Luego empezó a sentir miedo de la pantera, y el mago lo convirtió en pantera. Con lo cual comenzó a temer al cazador. Llegado a este punto, el mago se dio por vencido
y volvió a convertirlo en ratón, diciéndole: “Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón”.
Esta bella historia que reproduce el gran maestro espiritual Anthony de Mello nos ilumina sobre la esperanza: Toda esperanza es del tamaño del corazón que espera.
Hoy muchos seres humanos sólo esperan tener un buen coche, un empleo bien remunerado, viajes, objetos, posición. Por eso, su esperanza no acaba de motivarlos en profundidad, viven con un horizonte ridículo. “Todas mis esperanzas están en mí ”, escribió Terencio.
Depende pues del desarrollo interior de la persona, de la capacidad de abrir sus horizontes y de ser feliz, porque la felicidad no es otra cosa que nuestra aptitud de esperar, es decir de creer en la vida. Y eso, como vulgarmente se dice, es “lo último que se pierde”. Puedes carecer de todo, estar, como Robinson Crusoe, en una isla desierta. Pero si hay esperanza, todo es posible, incluso ser feliz en esa isla desierta.
Vivimos en un mundo de desesperados y desesperanzados. El número de solitarios en la gran ciudad, el aumento de depresiones, la falta de estímulos e ilusiones en la juventud, las desigualdades, el aburrimiento, la saciedad material y de consumo nos bloquean para creer en el futuro o para darnos cuenta de que, si despertamos en nuestro interior, ya somos en realidad lo que esperamos ser.
Se trata de ampliar nuestra capacidad de esperar mientras estamos aquí, distendidos en el tiempo. Porque la vida está hecha de instantes y la razón de vivir es creer que el instante siguiente merece ser vivido. Entonces no hay nada que temer, porque “en el reino de la esperanza”, como dice un proverbio ruso, “nunca hay invierno”.
Un buen trabajo sería ir buscando esos resplandores en nuestra propia vida. Porque, si no nos queremos a nosotros mismos, difícilmente podremos repartir algo de esperanza a los demás. Esas razones para esperar están más cerca de lo que imaginamos: Desde el prodigio del nuevo día a alguien a quien amar, aunque no nos devuelva afecto, pasando por un vaso de agua, una canción y el revoloteo de un insecto. Me gusta aquella definición de Unamuno:
“La esperanza es nuestro íntimo
fundamento,
el sustituto de la vida;
la esperanza es lo que vive,
sólo recibe vida lo que espera.”
Busquemos hoy nuestra ración de esperanza, porque la esperanza más sencilla está más cerca de la verdad que la desesperación más razonada. Nunca dependerá de lo externo, porque el ratón no pierde sus miedos al convertirse en gato o en pantera, si sigue conservando su pequeño corazón de ratón. Que Dios reparta esperanza y ensanche el alma.
El alegre cansancio de Pedro M Lame
lunes, 13 de septiembre de 2010
La soledad nos da una buena lección
Ron Rolheiser
(Traduccuón Carmelo Astiz, cmf))
Lunes 13 de Septiembre del 2010
Hace unos años tuve una sesión de orientación espiritual con un joven, cuyo forcejeo con la soledad parecía ser contrario a lo normal. En vez de intentar librarse de ella, estaba preocupado por miedo a perderla. Tenía poco más de veinte años, enamorado de una joven maravillosa, pero estaba en conflicto interior sobre casarse o no con ella, porque temía que el matrimonio pudiera interferirse con su soledad y, según sus palabras, hacerle “una persona más superficial, con menos capacidad para ofrecerse a Dios y al mundo”.
“Entro a un lugar”, decía, “y automáticamente miro a ver si encuentro una cara triste, alguien cuya apariencia sugiera que hay cosas más importantes en la vida que ir de fiestas o que cotillear sobre las últimas noticias de los famosos”. Existe el peligro de identificar con excesiva simpleza la pesadez con la profundidad; pero no era éste su caso.
“Dentro de mí luchan dos imágenes”, decía. “Cuando tenía yo quince años, mi padre murió. Vivíamos en el campo; y mi padre sufrió un fuerte ataque de corazón. Lo introdujimos a empujones en el vehículo; y mi madre estaba sentada con él en asiento trasero, sosteniéndolo, mientras yo conducía, a mis quince años. Yo estaba totalmente asustado. Por desgracia, mi padre falleció de camino al hospital, pero murió en los brazos de mi madre. Por más triste que fuera esto, había algo de belleza en ello. He sentido siempre que esa es la manera como me gustaría morir, sostenido por alguien muy querido. Pero, mientras esa imagen me atrae con fuerza al matrimonio, miro también la forma cómo murió Jesús, solo, abandonado, sin nadie que lo sostuviera en sus brazos, en un abrazo solamente de algo transcendente, y me siento atraído a eso también. Hay nobleza en eso que no quiero dejar escapar. Ese puede ser también un buen modo de morir”.
Este joven temía perder su soledad, aun cuando saludablemente anhelaba la intimidad. No sabía explicar claramente por qué se sentía atraído a la soledad de Jesús en la cruz, salvo que intuía que ese sentimiento era de alguna manera algo noble, algo profundo y algo que le daría profundidad y nobleza.
Otros han estado en ese mismo lugar antes que él, entre ellos Jesús. Por ejemplo, el filósofo alemán Soren Kierkegaard, cuando joven, renunció al matrimonio por la misma razón por la que mi joven amigo lo temía. Acertada o desacertadamente, sintió que lo que tenía que ofrecer al mundo estaba enraizado dentro del sufrimiento de su propia soledad y que solamente podría propiciarlo al mundo, en adelante, desde ese centro y, en el caso de estar menos solo, tendría menos que ofrecer. ¿Tenía razón?
La fecundidad de su vida, a saber, la cantidad de gente (el Padre Henri Nouwen entre ellos) que se sintió curada y fortalecida por sus escritos, atestigua la verdad de su intuición. ¡Por sus frutos los conoceréis! Kierkegaard es el santo patrón de los solitarios. Pero, como mi joven amigo, se sentía también en conflicto interior por lo que ese sentimiento le afectaba. Muy poca gente le comprendió y esto le sumergió en “la tristeza de haber percibido y entendido algo verdadero – y luego verme a mí mismo incomprendido”. Confesó también que vivía la maldición “de no permitirme nunca dejar que nadie se uniera a mí profunda e íntimamente”. Tomás Merton, el famoso monje trapense americano, comentando sobre este mismo punto, dijo una vez que la ausencia de intimidad matrimonial en su vida constituía un “defecto en mi castidad”. Este tipo de profundidad se paga caro.
¿Por qué, a pesar de un inconveniente tan obvio, los Kierkegaards de nuestro mundo se sienten atraídos a la soledad, en la creencia de que ésta posee la llave a la profundidad, a la empatía y a la sabiduría?
¿Qué hace la soledad en nuestro favor?
Lo que la soledad hace en nuestro favor, especialmente la soledad muy intensa, es desestabilizar nuestro ego y hacerlo demasiado frágil para podernos sostener de una manera normal. Lo que ocurre entonces es que comenzamos a desenmarañarnos, a sentir que nos vamos desencolando, a darnos cuenta de nuestra pequeñez y a saber, en las raíces profundas de nuestro ser, que necesitamos conectarnos a algo más grande que nosotros para sobrevivir. Pero esa es una experiencia muy dolorosa y tendemos a huir de ella.
Sin embargo, y esto es una gran paradoja, esta experiencia de soledad intensa es uno de los medios privilegiados de encontrar la respuesta profunda a nuestra búsqueda de identidad y de sentido. Porque desestabiliza nuestro ego y nos desorienta, la soledad nos pone en contacto con lo que subyace a nuestro ego, a saber, el alma, nuestro yo más profundo. La imagen y semejanza de Dios radican ahí precisamente, como radican ahí así mismo nuestras más nobles y divinas energías. Ésta es la verdad existente detrás de la creencia de que en la soledad hay profundidad.
Y así la moraleja es ésta, seas casado o soltero:
Aquí va el consejo de un antiguo poeta persa, Hafiz:
No entregues tu soledad tan rápidamente.
Déjala que corte y cale en ti más profundo.
Que te haga fermAentaEr y te sazone
como pueden pocos ingredientes humanos o aun divinos.
Algo que falta en mi corazón
esta noche ha vuelto mis ojos tan suaves,
mi voz tan cariñosa
y mi necesidad de Dios
absolutamente clara.
domingo, 12 de septiembre de 2010
Palabra de Vida - Setiembre 2010
«El mundo necesita una cura de Evangelio.
Por esto vivimos la palabra de Vida.
Una sola podría cambiar el mundo.
Y todos la podemos vivir, porque es luz para cada hombre.»
«No te digo hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete»
(Mt 18, 22)
“Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes”.
Septiembre 2010
Jesús le responde a Pedro con estas palabras después de que éste, tras haber oído cosas maravillosas de la boca de Jesús, le preguntara: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano si peca contra mí? ¿Hasta siete veces?». Y Jesús: «No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete».
Bajo la influencia de la predicación del Maestro, Pedro, bueno y generoso como era, probablemente había pensado atenerse a esta nueva pauta haciendo algo excepcional: llegando a perdonar hasta siete veces. […]
Pero, al responder «hasta setenta veces siete», Jesús dice que para él el perdón tiene que ser ilimitado: es necesario perdonar siempre.
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
Esta Palabra nos recuerda el canto bíblico de Lámec, un descendiente de Adán: «Caín será vengado siete veces, Lámec setenta y siete» . Es así como empieza a extenderse el odio en las relaciones entre los hombres del mundo: crece como un río desbordado.
A ese extenderse del mal, Jesús opone un perdón sin límites, incondicionado, capaz de romper la cadena de la violencia.
El perdón es la única solución para frenar el desorden y abrir a la humanidad un futuro que no sea la autodestrucción.
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
Perdonar. Perdonar siempre. El perdón no es olvido, que muchas veces significa no querer mirar la realidad de frente. El perdón no es debilidad, es decir, pasar por alto una ofensa por miedo al que la ha cometido si es más fuerte. El perdón no consiste en decir que no tiene importancia lo que es grave o que es bueno lo que es malo.
El perdón no es indiferencia. El perdón es un acto de voluntad y de lucidez, por lo tanto de libertad, que consiste en acoger a los hermanos como son no obstante el mal que nos han hecho, como Dios nos acoge a nosotros, pecadores, no obstante nuestros defectos. El perdón consiste en no responder a la ofensa con la ofensa, sino en hacer lo que dice S. Pablo: «No te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el bien» .
El perdón consiste en darle la oportunidad a quien te ha hecho un agravio de que pueda tener una relación nueva contigo; la oportunidad de que ambos podáis retomar la vida, tener un porvenir en el que el mal no tenga la última palabra.
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
¿Cómo se hará entonces para vivir esta Palabra?
Pedro le había peguntado a Jesús: “¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano?”.
Y Jesús, entonces, al responder, tenía en la mira sobre todo las relaciones entre cristianos, entre miembros de la misma comunidad.
Y por lo tanto, antes que nada, que hace falta comportarse así con los otros hermanos y hermanas en la fe: en familia, en el trabajo, en la escuela o en la comunidad de la que se forma parte.
Sabemos que a menudo se quiere compensar con un acto, con una palabra correspondiente, la ofensa sufrida.
Se sabe que por diversidad de caracteres, o por nerviosismo, o por otras causas, las faltas de amor son frecuentes entre personas que viven juntas. Y bien, hace falta recordar que solamente una actitud de perdón, siempre renovada, puede mantener la paz y la unidad entre hermanos.
Estará siempre la tendencia a pensar en los defectos de las hermanas y de los hermanos, a acordarse de su pasado, a quererlos diferentes de cómo son... hace falta el hábito de verlos con un ojo nuevo, y nuevos ellos mismos, aceptándolos siempre, enseguida y hasta el fondo, aunque no se arrepientan.
Ánimo. Comenzamos una vida así, que nos asegura una paz jamás probada y mucha alegría desconocida.
Chiara Lubich
Publicación mensual del Movimiento de los Focolares
1. Este texto fue publicado en septiembre de 1999.
2. Gn. 4, 24.
3. Rom. 12, 21.
“Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes”
(Mt 18, 22)
Com essas palavras, Jesus e responde a Pedro que, depois de ter ouvido coisas maravilhosas pronunciadas pela boca do Mestre, lhe fez esta pergunta: «Senhor, quantas vezes devo perdoar o meu irmão, se pecar contra mim? Até sete vezes?». E Jesus responde: «Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes».
Pedro, sob a influência da pregação do Mestre, provavelmente tinha pensado – bom e generoso como era – em se lançar na sua nova linha, fazendo algo excepcional: chegar a perdoar até sete vezes. Mas respondendo «até setenta vezes sete vezes», Jesus afirma que, para Ele, o perdão deve ser ilimitado: é preciso perdoar sempre.
“Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes”.
Essa frase relembra o cântico bíblico de Lamec, um descendente de Adão: «Sete vezes Caim será vingado, mas Lamec, setenta e sete vezes» . Começa assim a difusão do ódio no relacionamento entre os homens do mundo inteiro, avolumando-se como um rio na cheia.
Jesus contrapõe a essa difusão do mal o perdão sem limites, incondicional, capaz de romper a espiral da violência.
O perdão é a única solução capaz de conter a desordem e abrir, para a humanidade, um futuro que não seja a autodestruição.
“Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes”.
Perdoar. Perdoar sempre. O perdão não é esquecimento, que muitas vezes significa não querer encarar a realidade. O perdão não é fraqueza, que significa não considerar uma injustiça por medo do mais forte que a cometeu. O perdão não consiste em achar sem importância aquilo que é grave ou como um bem aquilo que é mal.
O perdão não é indiferença. O perdão é um ato de vontade e de lucidez, portanto de liberdade, que consiste em acolher o irmão e a irmã do jeito que eles são, apesar do mal que nos possam ter causado, da mesma forma como Deus acolhe a nós pecadores, apesar dos nossos defeitos. O perdão consiste em não responder à ofensa com outra ofensa, mas em fazer aquilo que diz Paulo: «Não te deixes vencer pelo mal, mas vence o mal com o bem» .
O perdão consiste em você dar a quem o prejudica a possibilidade de estabelecer um novo relacionamento com você; é, portanto, uma nova chance para ele e para você de recomeçar a vida, de ter um futuro no qual o mal não tenha a última palavra.
“Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes”.
Como faremos, então, para viver esta Palavra?
Ela é uma resposta de Jesus a Pedro, que lhe perguntou: «Quantas vezes terei que perdoar o meu irmão?»
Ao dar esta resposta, Jesus pensava, principalmente, no relacionamento entre cristãos, entre membros da mesma comunidade.
Por isso, é antes de tudo com os outros irmãos e irmãs na fé que você deve agir assim: na família, no trabalho, na escola ou na comunidade à qual pertencemos.
Sabemos como muitas vezes queremos retribuir a ofensa sofrida com um ato ou uma palavra à altura.
Sabemos também que, pelas diferenças de temperamento, por nervosismo ou por outras causas, a falta de amor é frequente entre pessoas que vivem juntas. Pois bem, é preciso lembrar-se de que só uma atitude sempre renovada de perdão pode manter a paz e a unidade entre os irmãos.
Teremos sempre a tendência de pensar nos defeitos das irmãs e dos irmãos, de lembrar o seu passado, de pretender que sejam diferentes... É preciso adquirir o hábito de vê-los com olhos novos, ou melhor, de vê-los novos, aceitando-os sempre, logo e totalmente, mesmo quando não se arrependem.
Você pode pensar: «Mas é difícil» Não há dúvida. Mas justamente aqui está a beleza do cristianismo. Não é por acaso que somos seguidores de Cristo que, morrendo na cruz, pediu perdão ao Pai por aqueles que o matavam, e ressuscitou.
Coragem. Comecemos uma vida desse tipo, que nos garante uma paz jamais experimentada e uma alegria a ser descoberta».
Chiara Lubich
Por esto vivimos la palabra de Vida.
Una sola podría cambiar el mundo.
Y todos la podemos vivir, porque es luz para cada hombre.»
«No te digo hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete»
(Mt 18, 22)
“Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes”.
Septiembre 2010
Jesús le responde a Pedro con estas palabras después de que éste, tras haber oído cosas maravillosas de la boca de Jesús, le preguntara: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano si peca contra mí? ¿Hasta siete veces?». Y Jesús: «No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete».
Bajo la influencia de la predicación del Maestro, Pedro, bueno y generoso como era, probablemente había pensado atenerse a esta nueva pauta haciendo algo excepcional: llegando a perdonar hasta siete veces. […]
Pero, al responder «hasta setenta veces siete», Jesús dice que para él el perdón tiene que ser ilimitado: es necesario perdonar siempre.
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
Esta Palabra nos recuerda el canto bíblico de Lámec, un descendiente de Adán: «Caín será vengado siete veces, Lámec setenta y siete» . Es así como empieza a extenderse el odio en las relaciones entre los hombres del mundo: crece como un río desbordado.
A ese extenderse del mal, Jesús opone un perdón sin límites, incondicionado, capaz de romper la cadena de la violencia.
El perdón es la única solución para frenar el desorden y abrir a la humanidad un futuro que no sea la autodestrucción.
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
Perdonar. Perdonar siempre. El perdón no es olvido, que muchas veces significa no querer mirar la realidad de frente. El perdón no es debilidad, es decir, pasar por alto una ofensa por miedo al que la ha cometido si es más fuerte. El perdón no consiste en decir que no tiene importancia lo que es grave o que es bueno lo que es malo.
El perdón no es indiferencia. El perdón es un acto de voluntad y de lucidez, por lo tanto de libertad, que consiste en acoger a los hermanos como son no obstante el mal que nos han hecho, como Dios nos acoge a nosotros, pecadores, no obstante nuestros defectos. El perdón consiste en no responder a la ofensa con la ofensa, sino en hacer lo que dice S. Pablo: «No te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el bien» .
El perdón consiste en darle la oportunidad a quien te ha hecho un agravio de que pueda tener una relación nueva contigo; la oportunidad de que ambos podáis retomar la vida, tener un porvenir en el que el mal no tenga la última palabra.
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
¿Cómo se hará entonces para vivir esta Palabra?
Pedro le había peguntado a Jesús: “¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano?”.
Y Jesús, entonces, al responder, tenía en la mira sobre todo las relaciones entre cristianos, entre miembros de la misma comunidad.
Y por lo tanto, antes que nada, que hace falta comportarse así con los otros hermanos y hermanas en la fe: en familia, en el trabajo, en la escuela o en la comunidad de la que se forma parte.
Sabemos que a menudo se quiere compensar con un acto, con una palabra correspondiente, la ofensa sufrida.
Se sabe que por diversidad de caracteres, o por nerviosismo, o por otras causas, las faltas de amor son frecuentes entre personas que viven juntas. Y bien, hace falta recordar que solamente una actitud de perdón, siempre renovada, puede mantener la paz y la unidad entre hermanos.
Estará siempre la tendencia a pensar en los defectos de las hermanas y de los hermanos, a acordarse de su pasado, a quererlos diferentes de cómo son... hace falta el hábito de verlos con un ojo nuevo, y nuevos ellos mismos, aceptándolos siempre, enseguida y hasta el fondo, aunque no se arrepientan.
Ánimo. Comenzamos una vida así, que nos asegura una paz jamás probada y mucha alegría desconocida.
Chiara Lubich
Publicación mensual del Movimiento de los Focolares
1. Este texto fue publicado en septiembre de 1999.
2. Gn. 4, 24.
3. Rom. 12, 21.
“Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes”
(Mt 18, 22)
Com essas palavras, Jesus e responde a Pedro que, depois de ter ouvido coisas maravilhosas pronunciadas pela boca do Mestre, lhe fez esta pergunta: «Senhor, quantas vezes devo perdoar o meu irmão, se pecar contra mim? Até sete vezes?». E Jesus responde: «Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes».
Pedro, sob a influência da pregação do Mestre, provavelmente tinha pensado – bom e generoso como era – em se lançar na sua nova linha, fazendo algo excepcional: chegar a perdoar até sete vezes. Mas respondendo «até setenta vezes sete vezes», Jesus afirma que, para Ele, o perdão deve ser ilimitado: é preciso perdoar sempre.
“Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes”.
Essa frase relembra o cântico bíblico de Lamec, um descendente de Adão: «Sete vezes Caim será vingado, mas Lamec, setenta e sete vezes» . Começa assim a difusão do ódio no relacionamento entre os homens do mundo inteiro, avolumando-se como um rio na cheia.
Jesus contrapõe a essa difusão do mal o perdão sem limites, incondicional, capaz de romper a espiral da violência.
O perdão é a única solução capaz de conter a desordem e abrir, para a humanidade, um futuro que não seja a autodestruição.
“Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes”.
Perdoar. Perdoar sempre. O perdão não é esquecimento, que muitas vezes significa não querer encarar a realidade. O perdão não é fraqueza, que significa não considerar uma injustiça por medo do mais forte que a cometeu. O perdão não consiste em achar sem importância aquilo que é grave ou como um bem aquilo que é mal.
O perdão não é indiferença. O perdão é um ato de vontade e de lucidez, portanto de liberdade, que consiste em acolher o irmão e a irmã do jeito que eles são, apesar do mal que nos possam ter causado, da mesma forma como Deus acolhe a nós pecadores, apesar dos nossos defeitos. O perdão consiste em não responder à ofensa com outra ofensa, mas em fazer aquilo que diz Paulo: «Não te deixes vencer pelo mal, mas vence o mal com o bem» .
O perdão consiste em você dar a quem o prejudica a possibilidade de estabelecer um novo relacionamento com você; é, portanto, uma nova chance para ele e para você de recomeçar a vida, de ter um futuro no qual o mal não tenha a última palavra.
“Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes”.
Como faremos, então, para viver esta Palavra?
Ela é uma resposta de Jesus a Pedro, que lhe perguntou: «Quantas vezes terei que perdoar o meu irmão?»
Ao dar esta resposta, Jesus pensava, principalmente, no relacionamento entre cristãos, entre membros da mesma comunidade.
Por isso, é antes de tudo com os outros irmãos e irmãs na fé que você deve agir assim: na família, no trabalho, na escola ou na comunidade à qual pertencemos.
Sabemos como muitas vezes queremos retribuir a ofensa sofrida com um ato ou uma palavra à altura.
Sabemos também que, pelas diferenças de temperamento, por nervosismo ou por outras causas, a falta de amor é frequente entre pessoas que vivem juntas. Pois bem, é preciso lembrar-se de que só uma atitude sempre renovada de perdão pode manter a paz e a unidade entre os irmãos.
Teremos sempre a tendência de pensar nos defeitos das irmãs e dos irmãos, de lembrar o seu passado, de pretender que sejam diferentes... É preciso adquirir o hábito de vê-los com olhos novos, ou melhor, de vê-los novos, aceitando-os sempre, logo e totalmente, mesmo quando não se arrependem.
Você pode pensar: «Mas é difícil» Não há dúvida. Mas justamente aqui está a beleza do cristianismo. Não é por acaso que somos seguidores de Cristo que, morrendo na cruz, pediu perdão ao Pai por aqueles que o matavam, e ressuscitou.
Coragem. Comecemos uma vida desse tipo, que nos garante uma paz jamais experimentada e uma alegria a ser descoberta».
Chiara Lubich
sábado, 11 de septiembre de 2010
...sólo de la Abundancia de Tu Corazón
Herido por tu Palabra,
Abierto a las Bondades de Tu Misericordia
Parado sobre la Roca de la Fe
Deslumbrado por tu Majestad
Aquí estoy,
Levantando velas,
Esperando el Viento que me lleve
A las Abundancias de tu Corazón.
Abierto a las Bondades de Tu Misericordia
Parado sobre la Roca de la Fe
Deslumbrado por tu Majestad
Aquí estoy,
Levantando velas,
Esperando el Viento que me lleve
A las Abundancias de tu Corazón.
domingo, 5 de septiembre de 2010
sábado, 4 de septiembre de 2010
“…Y así hasta el día de hoy”
“Dios nos coloca los últimos; parecemos condenados a muerte,
dados en espectáculo público para ángeles y hombres.
Nosotros, unos locos por Cristo, vosotros, ¡qué cristianos tan sensatos!
Nosotros débiles, vosotros fuertes;
vosotros célebres, nosotros despreciados;
hasta ahora hemos pasado hambre y sed y falta de ropa;
recibimos bofetadas, no tenemos domicilio,
nos agotamos trabajando con nuestras propias manos;
nos insultan, y les deseamos bendiciones;
nos persiguen, y aguantamos;
nos calumnian, y respondemos con buenos modos;
nos tratan como a la basura del mundo, el deshecho de la humanidad…”
Gracias por lo recibido, por lo dado, por el Don de Dones.
Enséñanos a amar la debilidad que es fortaleza de Dios
La locura, que es sensatez en Tu Cruz,
El desprecio, que nos hace célebres a Tus Ojos,
La falta de domicilio, que nos obliga a cobijarnos en Tu Corazón,
Y más Señor, más que las palabras finales de Pablo sean
deseo y clamor: ¡y así hasta el día de hoy!
dados en espectáculo público para ángeles y hombres.
Nosotros, unos locos por Cristo, vosotros, ¡qué cristianos tan sensatos!
Nosotros débiles, vosotros fuertes;
vosotros célebres, nosotros despreciados;
hasta ahora hemos pasado hambre y sed y falta de ropa;
recibimos bofetadas, no tenemos domicilio,
nos agotamos trabajando con nuestras propias manos;
nos insultan, y les deseamos bendiciones;
nos persiguen, y aguantamos;
nos calumnian, y respondemos con buenos modos;
nos tratan como a la basura del mundo, el deshecho de la humanidad…”
Gracias por lo recibido, por lo dado, por el Don de Dones.
Enséñanos a amar la debilidad que es fortaleza de Dios
La locura, que es sensatez en Tu Cruz,
El desprecio, que nos hace célebres a Tus Ojos,
La falta de domicilio, que nos obliga a cobijarnos en Tu Corazón,
Y más Señor, más que las palabras finales de Pablo sean
deseo y clamor: ¡y así hasta el día de hoy!
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