domingo, 19 de diciembre de 2010

É INCONCEBÍVEL



É inconcebível, é extraordinário,
é algo que penetra sempre mais profundamente em minha alma o teu estar,
em silêncio, lá no tabernáculo.
Vou à igreja, ao amanhecer, e ali te encontro.
Encontro por acaso ou por costume, ou por respeito, e ali te encontro e cada vez,
Tu me dizes uma palavra, retificas um sentimento,
vais compondo com notas diversas, um canto único,
que o meu coração sabe de cor, e me repete uma palavra só: eterno amor.
Ó Deus! Coisa melhor não podias inventar.
Aquele teu silêncio em que o fragor de nossa vida esmorece,
aquele palpitar silencioso que toda lágrima absorve;
aquele silêncio... silêncio mais sonoro do que uma Angélica harmonia;
aquele silêncio que à mente traz o verbo, ao coração doa bálsamo divino;
aquele silêncio em que cada voz se encontra harmonizada,
cada prece ressoa transformada; aquela tua presença arcana...
Lá, está a vida; Lá, a esperança;
Lá, o nosso minúsculo coração repousa, para retomar sem trégua o seu caminho.
Chiara Lubich

jueves, 16 de diciembre de 2010

Nadie es más grande que Juan


Por Juan Carlos Martos

«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?
¿Una caña sacudida por el viento?
¿O qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con lujo?
Los que se visten fastuosamente y viven entre placeres están en los palacios. Entonces,
¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta.
Él es de quien está escrito:
"Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti."
Os digo que entre los nacidos de mujer nadie es más grande que Juan.
Aunque el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él.» Lc 7,24-29

Adviento es tiempo de profetas.
Todo profeta es capaz de responder las preguntas más difíciles que le hacemos al destino.
Por ello, son imprescindibles.
Hoy, como en los tiempos de Jesús, siguen siendo una novedad tan rara que hay que salir al desierto para encontrarnos con ellos.

El evangelio fija hoy nuestra mirada sobre el elogio de Jesús a Juan Bautista, el profeta-precursor.
Ese elogio, además, recoge algunos de los rasgos que, según el Maestro, permiten reconocer al auténtico profeta.


• Un profeta jamás se rebaja a ser una débil caña agitada por cualquier viento, ni se enfunda ostentosos ropajes de lujo. No es voluble ni cambiante, como una veleta o como las modas. No se viste jamás de esplendores y riquezas. La pobreza ha sido siempre el hábito permanente de la profecía. Porque ésta se acredita siempre sobre la roca de la fidelidad y de la insobornable libertad.

• Juan es no sólo profeta sino más que profeta, por su condición de precursor de Jesús, el Esperado. Preceder es llegar antes, preparar el camino y, después, desaparecer. Juan Bautista cumple así los requisitos que, para siempre, validan el rango del verdadero profeta. No es ni un entrometido que estorbe; ni juega a deslumbrar o a centrar sobre sí mismo las miradas; tampoco se considera insustituible. Asume que, inmediatamente detrás de él, viene “el más importante”.

Su misión es señalar. Y hacerlo en la correcta dirección. Porque la corrupción de lo profético llega por dos olvidos: el de señalar hacia Dios, al que se debe anunciar y el de hacerlo ante los hombres a los que se debe servir. En realidad, Dios y el hombre están tan unidos que negar a uno de los dos es engaño. El oficio de Juan Profeta genera la espiritualidad de los “ojos abiertos” para verlo todo y reconocer en medio de la maraña de la realidad al Deseado.

• La talla de Juan Bautista es enorme. Nadie, según Jesús, la supera, salvo los habitantes del Reino. Las medidas del mayor y del menor vienen ajustadas desde la relación con Jesús, aunque esto nunca lo hayan entendido los poderosos, los adinerados o los famosos de este mundo. Por esa razón, Juan no es un predicador cualquiera a quien se pueda dar largas con excusas. No todos lo entienden así. El evangelio termina relatando que prepararon los caminos para el encuentro del Señor...

¿Existen aún, en estos tiempos áridos de increencia, precursores auténticos?
Hoy, el evangelio nos ayuda a no confundirlos. Ellos mantienen viva nuestra espera.

Vuestro hermano en la fe:
Juan Carlos Martos

viernes, 3 de diciembre de 2010

I Viernes de Adviento


I VIERNES DE ADVIENTO
Ángel Moreno
Viernes 03 de Diciembre del 2010

Dos ciegos seguían a Jesús gritando:
“Ten compasión de nosotros, hijo de David”
(Mt 9, 27)

“Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte,
dónde y cómo encontrarte.
Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia?
Cierto es que habitas en una claridad inaccesible.
Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad? (San Anselmo, Proslogion)

La imagen de los ciegos, presentada en el contexto del Adviento, enseña la actitud que corresponde a quienes buscan ver, con los ojos de la fe y con el corazón, la presencia del que es la Luz del mundo, el Sol que nace de lo alto, que vive en una inaccesible claridad.

Nuestra naturaleza, con el don de la fe, es apta para comprender y creer en Aquel a quien los profetas anunciaron como dador de la vista y capaz de introducir fuego en el corazón. La súplica humilde, junto con la búsqueda incesante y sincera de la verdad revelada, hacen posible la experiencia luminosa del encuentro con el Hijo de David, el Mesías, el Señor. Él devuelve la vista a los ciegos, el oído a los sordos, la voz a los mudos, el sentimiento al corazón, y en todo caso deja gustar la esperanza del encuentro.

Hoy, en el oficio de lecturas de la Liturgia de las Horas, se pude leer uno de los apotegmas más esperanzadores: “Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré” (San Anselmo).
¡”Señor, que vea”!

“El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, ha revelado al Dios que «nadie ha visto jamás» (cf. Jn 1,18). Jesucristo acampa entre nosotros «lleno de gracia y de verdad» (Jn1,14), que recibimos por medio de Él (cf. Jn 1,17); en efecto, «de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia» (Jn1,16).
De este modo, el evangelista Juan, en el Prólogo, contempla al Verbo desde su estar junto a Dios hasta su hacerse carne y su vuelta al seno del Padre, llevando consigo nuestra misma humanidad, que Él ha asumido para siempre.
En este salir del Padre y volver a Él (cf. Jn 13,3; 16,28; 17,8.10), el Verbo se presenta ante nosotros como «Narrador» de Dios (cf. Jn 1,18).
En efecto, dice san Ireneo de Lyon, el Hijo es el «Revelador del Padre». Jesús de Nazaret, por decirlo así, es el «exegeta» de Dios que «nadie ha visto jamás».
«Él es imagen del Dios invisible» (Col 1,15)” (Benedicto XVI, Verbum Domini 90).

Fuente: www.ciudadredonda.org

martes, 30 de noviembre de 2010

Tu familia necesita ser tratada con la pedagogía del Espíritu

Fuente: Portal Canción Nueva
www.cancionnueva.es
29/11/2010

Oremos para pedir unidad de decisiones entre los padres
Hola internautas, hoy vamos a hablar sobre el respeto y la autoridad del otro.

Vamos a conversar sobre el respeto que el padre debe tener con la autoridad de la madre y viceversa. Esto es muy importante para que los hijos no tengan confusiones.

“Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo“. Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: “Para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor”. (Ef 6, 1-4)

Como madre, pido a Dios todos los días la pedagogía inspirada en el Señor para no retirar la autoridad de mi esposo, Marcelo sobre nuestros hijos María Luisa y Lucas.

Entonces, si tú también eres casado, busca en el Señor la pedagogía inspirada, la sintonía, la armonía en las decisiones que toman en relación a los hijos, porque si no, se forma una confusión en la cabeza de ellos y se quedan sin saber a quién obedecer. Esa es la importancia de aceptar la decisión de tu esposo o esposa, por más de que no concuerdes con esa decisión. Convérsalo después en el cuarto, lejos de los hijos. Pero no le saques la autoridad frente a los niños, porque, de lo contrario, ellos van a quedar sin referencia, ahí se rebelan, porque están viendo que no hay unidad entre el padre y la madre, cuanto menos entre ellos.

Vamos a pedir al Espíritu Santo esta gracia, que dé a cada uno de nosotros, padres y madres la pedagogía inspirada por Dios. En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Te pedimos, Espíritu Santo, que vengas a inflamar nuestros corazones con la sabiduría que viene de lo alto, danos una pedagogía inspirada en tu Palabra para educar a nuestros hijos nuestros deseos. Danos, Espíritu Santo, una pedagogía que venga a construir a nuestros hijos y a no destruirlos. Una pedagogía que los lleva a ser personas equilibradas, con una personalidad bien formada.

Nosotros te pedimos, Espíritu Santo, danos armonía, danos el don del la unidad. Retira de nosotros todos los conceptos del pasado, del hombre viejo, de la criatura vieja; y coloca conceptos nuevos, pensamientos nuevos, actitudes nuevas que parte de un corazón que fue transformado.

Ven, Espíritu Santo, para que nosotros, padres y madres, podamos conducir a nuestra familia con unidad. Nosotros te pedimos, Espíritu de Dios, la gracia de decir la palabra correcta en la hora correcta, la gracia de la discreción para que no destruyamos mutuamente nuestra imagen frente de nuestros hijos. Amén.

En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Un gran abrazo a todos los que contribuyen con Canción Nueva.

Son ustedes los que hacen que este artículo llegue a muchas personas. ¡Dios les bendiga!

Salette Ferreira
Comunidad Canción Nueva

Orando la Palabra

Hay cosas que no te son posibles Señor,
y por eso te Alabo.
No hay lugar en vos para la desilución;

No eres capaz!
No es capaz tu Amor de engañar.
No todo te es posible.
Abro mis labios para alabarte,
Dios de la Ilusión y la Esperanza porque
"nadie que crea en Ti quedará defraudado"

viernes, 26 de noviembre de 2010

Escutar melhor a Voz Interior


"Existem dois modos que aumentam a voz interior e nos ajudam a escuta-la bem.
O primeiro é amar, sair de se mesmo, amar, porque Jesus diz: A quem me ama, me manifestarei”.
E como ele se manifesta?
Através da voz interior que nos diz: “faça isto, faça aquilo. Cuidado!
Você está com o “homem velho”.
Agora está com o “homem novo”.
Agora vai bem. Não, vai mal”.
É Ele que nos diz.
Portanto, os dois modos são estes: o primeiro é amar.
O segundo é viver com Jesus em meio nos nossos ambientes e comunidades.
Porque Jesus em meio é o amplificador da voz de Jesus dentro de nós.
Ele a faz ressoar em nós com força.
Assim nos habituamos a escuta-la, a segui-la, até chegar o momento em que não conseguiremos ignora-la, será difícil não segui-la, pois a voz torna-se tão potente que nos atormenta se não seguimos o que diz.
E é só ali, quando seguimos sempre a voz interior, como os santos fizeram, que edificamos grandes obras, verdadeiramente dignas de Deus.
Mas é necessário seguir a Sua voz através destes dois meios.

Chiara Lubich

viernes, 5 de noviembre de 2010

Palavra de Vida - Novembro 2010



Felizes os puros de coração,
porque verão a Deus.”

(Mt 5,8)
Palavra de Vida – novembro de 2010

A pregação de Jesus tem início com o sermão da montanha. Numa colina próxima de Cafarnaum, às margens do lago de Tiberíades, sentado, como era costume entre os mestres, Jesus anuncia às multidões quem é bem-aventurado. No Antigo Testamento, frequentemente se usava a palavra “feliz” para exaltar a pessoa que cumpria, dos modos mais variados, a Palavra do Senhor.

As bem-aventuranças que Jesus anunciava repetiam, em parte, aquelas que os discípulos já conheciam; mas, pela primeira vez, eles ouviam dizer que os puros de coração não só eram dignos de subir ao monte do Senhor (cf. Sl 24,4), como cantava o salmo, mas podiam até mesmo ver a Deus. Qual seria, então, essa pureza tão sublime a ponto de merecer tanto? Jesus explicaria isso várias vezes no decorrer de sua pregação. Vamos procurar segui-lo para chegar à fonte da autêntica pureza.

"Felizes os puros de coração, porque verão a Deus.”

Para Jesus, antes de mais nada, existe um meio excelente de purificação: “Vós já estais limpos por causa da Palavra que vos falei” (Jo 15,3). Não são tanto as práticas de rituais que purificam a alma, mas a sua Palavra. A Palavra de Jesus não é como as palavras humanas. Cristo está presente nela, assim como, embora de outro modo, está presente na Eucaristia. Pela Palavra, Cristo entra em nós e, na medida em que a deixarmos agir, nos torna livres do pecado e, consequentemente, puros de coração.
A pureza, portanto, é fruto da Palavra vivida, de todas aquelas Palavras de Jesus que nos libertam dos chamados apegos, nos quais invariavelmente caímos se não temos o coração fixo em Deus e nos seus ensinamentos. Podem ser apegos às coisas, às criaturas ou a nós mesmos. Mas se o coração está voltado somente para Deus, perdemos o interesse por todo o resto.

Para obter êxito nessa tarefa, pode ser útil repetir a Jesus, a Deus, durante o dia, a invocação do salmo: “És tu, Senhor, o meu único bem“ (cf Sl 16,2). Experimentemos repeti-la frequentemente e, sobretudo, quando os diversos apegos ameaçarem arrastar o nosso coração para imagens, sentimentos e paixões que podem ofuscar a visão do bem e nos privar da liberdade.
Somos levados a olhar certas publicidades, a assistir a certos programas de televisão? Não. Digamos: “És tu, Senhor, o meu único bem”, e esse será o primeiro passo que nos fará sair de nós mesmos, ao redeclararmos o nosso amor a Deus. Desse modo, teremos crescido em pureza.
Percebemos, às vezes, que uma pessoa ou uma atividade se interpõe, como um obstáculo, entre nós e Deus, poluindo o nosso relacionamento com Ele? É o momento de repetir-lhe: “És tu, Senhor, o meu único bem”. Isso nos ajudará a purificar as nossas intenções e a reencontrar a liberdade interior.

“Felizes os puros de coração, porque verão a Deus.”

A Palavra vivida nos torna livres e puros, porque é amor. É o amor que purifica, com o seu fogo divino, as nossas intenções e todo o nosso íntimo, pois, na linguagem bíblica, o “coração” é a sede mais profunda da inteligência e da vontade.

Mas, existe um amor que é um mandamento de Jesus, que nos permite viver essa bem-aventurança. É o amor mútuo, o amor de quem está pronto a dar a vida pelos outros, a exemplo de Jesus. Esse amor, pela presença de Deus – o único que pode criar em nós um coração puro (cf Sl 51(50),12)–, cria uma corrente, um intercâmbio, uma atmosfera cuja nota dominante é justamente a transparência, a pureza. É vivendo o amor recíproco que a Palavra age com seus efeitos de purificação e de santificação.
A pessoa isolada não consegue resistir por muito tempo às solicitações do mundo; enquanto que, no amor mútuo, encontra o ambiente sadio capaz de proteger a sua pureza e toda a sua autêntica vida cristã.

“Felizes os puros de coração, porque verão a Deus.”

Eis o fruto dessa pureza, sempre reconquistada: pode-se “ver” a Deus, ou seja, pode-se entender a sua ação na nossa vida e na história, “ouvir” a sua voz no nosso coração, reconhecer a sua presença onde ela se encontra: nos pobres, na Eucaristia, na sua Palavra, na comunhão fraterna, na Igreja.

É como saborear antecipadamente a presença de Deus, começando já nesta vida, caminhando “pela fé e não pela visão” (2Cor 5,7), até quando “o veremos face a face” (1Cor 13,12) por toda a eternidade.

Chiara Lubich
Esta Palavra de Vida foi publicada originalmente em novembro de 1999.

Palabra de Vida - Noviembre 2010



«El mundo necesita una cura de Evangelio.
Por esto vivimos la palabra de Vida.
Una sola podría cambiar el mundo.
Y todos la podemos vivir, porque es luz para cada hombre.»

«Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios»

(Mt 5, 8) .
noviembre 2010

La predicación de Jesús se inicia con el sermón de la montaña. En una colina frente al lago Tiberíades en las inmediaciones de Cafarnaún, sentado, como solían hacer los maestros, Jesús anuncia a la muchedumbre cómo es el hombre de las bienaventuranzas. En varias ocasiones había resonado ya en el Antiguo Testamento la palabra “bienaventurado”, es decir, la exaltación de aquel que observaba de los modos más variados la Palabra del Señor.

Las bienaventuranzas de Jesús evocan en parte las que los discípulos ya conocían, pero por primera vez oían que los puros de corazón no sólo eran dignos de subir al monte del Señor, como cantaba el salmo , sino que incluso podían ver a Dios. ¿Cuál era, pues, esa pureza tan elevada para merecer tanto? Jesús lo explicaría más de una vez en el curso de su predicación. Por eso, tratemos de seguirlo para beber de la fuente de la pureza auténtica.

«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».

Ante todo, según Jesús, hay un método de purificación por excelencia: «Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado» . No son los ejercicios rituales los que purifican el alma, sino su Palabra. La Palabra de Jesús no es como las palabras humanas. En ella está presente Cristo, como está presente de otro modo en la Eucaristía. Por ella Cristo entra en nosotros y, si la dejamos actuar, nos libera del pecado y, por consiguiente, nos hace puros de corazón.

Por tanto, la pureza es fruto de vivir la Palabra, de todas esas Palabras de Jesús que nos liberan de los llamados apegos en los que necesariamente caemos si no se tenemos el corazón en Dios y en sus enseñanzas. Éstos pueden referirse a las cosas, a las criaturas y a nosotros mismos, pero si nuestro corazón mira sólo a Dios, todo el resto cae por su propio peso.
Para tener éxito en esta empresa, puede ser útil repetirle durante el día a Jesús, a Dios, esa invocación del salmo que dice: «Eres tú, Señor, mi único bien» . Procuremos repetirlo a menudo, y sobre todo cuando uno u otro apego quiera arrastrar a nuestro corazón hacia esas imágenes, sentimientos y pasiones que pueden ofuscar la visión del bien y quitarnos la libertad.

¿Nos sentimos impulsados a mirar determinados carteles publicitarios, a ver ciertos programas de televisión? No, digámosle: «Eres tú, Señor, mi único bien», y éste será el primer paso que nos lleve a salir de nosotros mismos y a volver a declararle nuestro amor a Dios. Así habremos ganado en pureza.
¿Notamos a veces que una persona o una actividad se interponen como un obstáculo entre Dios y nosotros y empañan nuestra relación con Él? Es el momento de repetirle: «Eres tú, Señor, mi único bien». Esto nos ayudará a purificar nuestras intenciones y a recobrar la libertad interior.

«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».

Vivir la Palabra nos hace libres y puros, porque es amor. El amor purifica con su fuego divino nuestras intenciones y todo nuestro interior, porque según la Biblia, el “corazón” es la sede más profunda de la inteligencia y de la voluntad.
Pero hay un tipo de amor que Jesús nos exige y que nos permite vivir esta bienaventuranza. Es el amor recíproco, el amor que tiene quien está dispuesto a dar la vida por los demás, a ejemplo de Jesús. Éste crea una corriente, un intercambio, un entorno cuya nota dominante es precisamente la transparencia, la pureza, gracias a la presencia de Dios, el único que puede crear en nosotros un corazón puro . Viviendo el amor mutuo, la Palabra actúa y produce sus efectos de purificación y de santificación.

El individuo aislado es incapaz de resistir durante mucho tiempo las instigaciones del mundo, mientras que en el amor mutuo encuentra el ambiente sano capaz de proteger su pureza y toda su existencia cristiana auténtica.

«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».

Y ése es el fruto de la pureza, que hay que reconquistar siempre: se puede “ver” a Dios, es decir, comprender su acción en nuestra vida y en la historia, oír su voz en el corazón, captar su presencia allí donde está: en los pobres, en la Eucaristía, en su Palabra, en la comunión fraterna, en la Iglesia.

Es saborear por anticipado la presencia de Dios que empieza ya en esta vida «caminando en la fe y no en la visión» hasta que lo «veamos cara a cara» por toda la eternidad.

Chiara Lubich

domingo, 31 de octubre de 2010

Rosario de las Santas Llagas

O Meu Deus é Forte

Faz um Milagre em mim



Como Zaqueu
Eu quero subir
O mais alto que eu puder
Só pra te ver
Olhar para Ti
E chamar sua atenção para mim.
Como Zaqueo, quiero subir
Lo más alto que yo pudiese
Solo para verte, mirarte a Ti,
Y llamar tu atención hacia mí.


Eu preciso de Ti, Senhor
eu preciso de Ti, Oh! Pai
Sou pequeno demais
Me dá a Tua Paz
Largo tudo pra te seguir.
Yo preciso de Tí, Señor.
Yo preciso de Ti, Oh Padre!
Soy pequeño demás,
Dame de tu Paz
Largo todo para seguirte a Tí

Entra na minha casa
Entra na minha vida
Mexe com minha estrutura
Sara todas as feridas
Me ensina a ter Santidade
Quero amar somente a Ti,
Porque o Senhor é o meu bem maior,
Faz um Milagre em mim
Entra hoy en mi casa,
Entra hoy en mi vida,
Mueve todas mi estructura
Sana todas las heridas
Enséname a tener Santidad,
Quiero amarte sólo a Ti,
Porque eres Señor mi bien mayor
¡Haz un milagro en mí!



Lidiando con el "Complejo de Caín"



Ron Rolheiser
Lunes 25 de Octubre del 2010

Las primeras páginas de la Biblia nos ofrecen una serie de historias que describen la condición humana y nos brindan razones para entender por qué las cosas andan como andan en nuestro mundo. La historia más familiar para nosotros es la de Adán y Eva comiendo la fruta prohibida. La llamamos historia del “pecado original”.

Pero a esa historia le sigue otra serie de relatos, menos famosos, pero no menos instructivos. Uno de ellos es la historia de Caín y Abel, supuestamente los primeros hijos de Adán y Eva. Esa historia se podría reformular de esta manera moderna:

Érase una vez dos hermanos gemelos que nacieron en el paraíso: El primero se llamaba Abel. Era un niño risueño, todo sonrisas, hermoso en su cuerpo y en sus actitudes. Naturalmente dotado y talentoso; en todo lo que hacía complacía a sus padres y maestros. Era excelente en la escuela, en atletismo, en música y en granjearse amigos. Todo le venía fácil. Líder natural y popular, elegido como presidente de la clase, Abel ganó una beca para una prestigiosa universidad, se graduó como el primero de su clase, se casó con una mujer maravillosa que le venía como anillo al dedo a su buena apostura y a sus buenas actitudes, consiguió un buen puesto de trabajo altamente remunerado, recibió una serie de promociones en su carrera y ganó el premio “Hombre-del-Año” por su trabajo caritativo y filantrópico. Llegó a ser, merecidamente, el hombre más respetado y querido de la comunidad. ¡El humo procedente de su sacrificio se elevaba siempre al cielo!

El segundo hijo se llamaba Caín y… tú eres ese hijo. Naciste llorando, más feo que tu hermano en apariencia corporal y más pobre en actitudes. Sufriendo, como niño, de cólico y de sarpullido cutáneo, no fuiste el preferido de tu madre. Nada te resultó fácil, ni la escuela, ni el atletismo, ni la música, ni el conseguir amigos. Meticón con todos y matón en la cancha de juego, la escuela te resultó a veces una auténtica pesadilla, pero por fin conseguiste graduarte, aunque casi el último de la clase. Nada de lo que hicieras agradaba jamás a nadie, menos todavía a tus padres y maestros. Nunca apareció en tu vida la pareja de tus sueños para el matrimonio y te viste empujado a un matrimonio entumecido y frío más que estimulante y lleno de vida. No gozaste promociones o premios “Hombre-del-Año”. ¡El humo proveniente de tu sacrificio, no se sabe por qué, parecía que nunca se elevara al cielo! La amargura y la ira comenzaron a brotar y crecer poco a poco dentro de ti, especialmente cuando observabas a tu hermano gemelo, Abel, al parecer moviéndose sin esfuerzo y con éxito y elegancia en la vida.

Nunca le disparan a nadie con una pistola antes de dispararle primeramente con una palabra; nunca le disparan a nadie con una palabra antes de dispararle con un pensamiento. Tú comenzaste a matar a Abel con tus pensamientos: “Pero ¿quién se cree que es él? ¿Tan dotado, agudo e inteligente se piensa que es? ¡Nació entre algodones y con un pan debajo del brazo! ¡No merece nada de lo que tiene! ¡Es un hipócrita, un fanfarrón, un charlatán, y vive dentro de su pequeña y privilegiada burbuja! ¡Sobre la vida real, no entiende absolutamente nada! ¡Esto es injusto; no hay derecho! ¡Le odio!

Con tales pensamientos y resentimientos, nos matamos unos a otros, por supuesto como Caín mató a Abel. Y, como Abel, quedamos marcados por ello. Igual que los contemporáneos de Caín vieron en sus manos la sangre de su hermano asesinado, así nuestros contemporáneos perciben la envidia de Caín en nuestros ojos y la oyen en nuestras conversaciones. Hay en nosotros una envidia que asesina a otros; y entonces la gente se aparta de nosotros cuando huele esa envidia en nuestro corazón, dejándonos todavía más solos, más marginados, más amargados, más celosos y envidiosos, más marcados, más solos con el sapo de la ira dentro de nosotros.

Pero así es la condición humana. Todos nosotros, a no ser que Dios nos haya bendecido y dotado de modo extraordinario, sufrimos un poco de “Complejo-de-Caín”. Tenemos en nuestros corazones algo de la envidia y amargura de Caín y tenemos nuestras manos algo manchadas de sangre. También nosotros, como Caín, hemos asesinado por celos, envidia y amargura.

Pero el reconocer esto en nosotros mismos nos habría de invitar a la conversión, y no al desaliento. Las primeras palabras salidas de la boca de Jesús en el Evangelio son: “¡Arrepentíos y creed en la Buena Noticia!” La traducción inglesa (lo mismo que la española) no capta bien el meollo de esa invitación. La palabra que Jesús emplea para “arrepentíos” es la palabra griega “METANOIA”: literalmente, “meta-“ (más arriba de, o más allá de) y “-nous” (mente). Jesús nos invita a revestirnos de una mente y un corazón mayores; una mente y un corazón por encima de los actuales con todas sus envidias y amarguras. Y la palabra “metanoia” se enfrenta también lingüísticamente a la palabra “paranoia”. Experimentar la “metanoia” es volverse no-paranoico. Fundamentalmente, la relevante invitación que Jesús nos dirige pudiera parafrasearse así: ¡No os volváis paranoicos y creed que eso es Buena Noticia!

Pero no es fácil lograrlo. Someter nuestro recelo, nuestra amargura, nuestra ira y nuestro sentimiento de que la vida ha sido injusta con nosotros es una de las exigencias morales y sicológicas más difíciles de nuestras vidas. Al fin, no es ni la sexualidad, ni la avaricia, ni la falta en nuestras vidas de justicia o de oración y religión lo que nos corta la relación con Dios y con la comunidad. El verdadero obstáculo es la paranoia, la amargura, la desconfianza, nuestro “Complejo-de-Caín”.

Y así, en medio de la oscuridad de nuestra marginación y desconfianza queda en pie una invitación, quizás la más importante de nuestra vida: ¡Grita pidiendo auxilio!

martes, 19 de octubre de 2010

MADUREZ EN LAS RELACIONES AMOROSAS Y EN LA ORACION


Ron Rolheiser
Lunes 18 de Octubre del 2010
Fuente: Ciudad Redonda

Hace algunos años, un amigo mío compartió conmigo esta historia: Criado como católico romano y básicamente fiel en ir a la misa dominical y en tratar de vivir una vida moral honesta, se encontró, hacia sus cuarenta y cinco años, atormentado de dudas, incapaz de orar, y (siendo honesto consigo mismo) ni siquiera podía creer en la existencia de Dios.
Preocupado por esto, y para buscar consejo espiritual, fue a ver a un sacerdote jesuita, renombrado director espiritual.

Mi amigo esperaba la reflexión habitual sobre las noches oscuras del alma y cómo éstas se nos dan para purificar nuestra fe y, conocedor ya de esa literatura espiritual, no esperaba mucho fruto de la consulta. Ciertamente no esperaba el consejo que recibió.

Su consejero jesuita de ningún modo trató de entablar profundas reflexiones teológicas sobre la duda espiritual y las noches oscuras de la fe. En su lugar, como hizo Eliseo con Naamán, el leproso sirio, le dio a mi amigo un consejo que sonaba tan simplista que provocó en él irritación más que esperanza: El jesuita le dijo: “Prométete a ti mismo quedarte en oración silenciosa media hora cada día, durante los próximos seis meses. Te prometo que, si eres fiel a eso, para entonces recobrarás tu sentido de Dios”.

Mi amigo, además de sentirse disgustado -ya que pensó que el consejo era demasiado simplista-, protestó que la parte más relevante de su problema era precisamente el no poder orar, que no podía hablar a un Dios en cuya existencia no creía: ¿Cómo puedo orar cuando ya no creo ni que haya Dios?

El jesuita insistió: “¡Hazlo, sin más! Preséntate, y quédate en oración silenciosa media hora cada día, aun cuando te parezca que estás hablando a un muro. Es el único consejo práctico que puedo darte”.

A pesar de su escepticismo, mi amigo siguió el consejo del jesuita y se sentó fielmente en oración silenciosa, media hora cada día, durante seis meses y, al final de ese tiempo, su sentido de Dios había reaparecido, así como su sentido de la oración.

Creo que esta historia resalta algo my importante: Nuestro sentido de la existencia de Dios está muy ligado a la fidelidad a la oración. Sin embargo -y ésta es la paradoja-, es difícil mantener una vida de oración, precisamente porque nuestro sentido de Dios con frecuencia es débil. Digámoslo sencillamente: orar no es fácil. Es fácil hablar sobre la oración, pero tenemos que luchar para mantener, a largo plazo, una oración real y auténtica en nuestra vida.

La oración resulta fácil solamente a los principiantes o a los ya santos. Durante todos esos largos años intermedios, la oración es difícil. ¿Por qué? Porque se rige por las mismas dinámicas interiores que el amor, y el amor es agradable y dulce solamente en su fase inicial, cuando nos enamoramos por primera vez; y, de nuevo, en su fase madura y final. En el tiempo intermedio, el amor supone trabajo arduo, fidelidad tenaz, y necesita un compromiso deliberado por encima de lo que normalmente proveen nuestras emociones y nuestra imaginación.

La oración funciona de la misma manera. Inicialmente, cuando comenzamos a orar por primera vez, como ocurre a cualquier joven enamorado, tendemos a gozar de un período de fervor, de pasión, un período en el que nuestras emociones e imaginaciones nos ayudan a sentir que Dios existe y de que Dios escucha nuestra oración. Pero, conforme vamos profundizando y madurando más en nuestra relación con Dios, exactamente igual que en la relación amorosa con alguien a quien amamos, la realidad comienza a disipar una ilusión. No es que nos desilusionemos de Dios, sino más bien que llegamos a darnos cuenta de que muchos de los pensamientos y sentimientos fervorosos que creíamos se centraban en Dios en realidad se centraban en nosotros mismos. La desilusión es algo bueno. Es disipar una ilusión. Lo que pensábamos que era oración era en parte un hechizo sobre nosotros mismos.

Cuando empieza este desencanto -y éste es un momento de maduración en nuestras vidas- es fácil creer que nos hicimos ilusiones con respecto al otro, la persona de la que nos habíamos enamorado o, en el caso de la oración, con respecto a Dios mismo. Entonces la reacción más cómoda es retirarse, abandonar, mirar todo el proceso como si hubiera sido una pura ilusión, un mal comienzo. En la vida espiritual, es entonces normalmente cuando dejamos de orar.
Pero lo que se requiere es precisamente lo contrario. Lo que debemos hacer, entonces, es acudir a la oración, exactamente como lo hicimos anteriormente, pero sin los pensamientos y sentimientos rebosantes de fervor; llenos de dudas, aburridos y despojados de nuestro encanto sobre nosotros mismos. Cuanto más profundizamos en las relaciones amorosas y en la oración, nos volvemos más inseguros de nosotros mismos, y esto es el comienzo de la madurez: Es precisamente al reconocer que “no sé cómo amar y no sé cómo orar”, cuando comienzo en primer lugar a entender en qué consiste realmente el amor y la oración.

Por tanto, no hay mejor consejo que el dado por el sacerdote jesuita a mi amigo, que se consideraba ateo: “¡Acude a orar, sin más! ¡Siéntate y quédate con humildad y en un silencio suficientemente largo, de forma que puedas oír al Otro, no a ti mismo!”

Traducción: Carmelo Astiz, cmf

lunes, 4 de octubre de 2010

Palavra de Vida - Outubro 2010

“Amarás teu próximo como a ti mesmo".
(Mt 22,39)
Palavra de vida - outubro de 2010

Essa frase consta também no Antigo Testamento (Lv 19,18).
Para responder a uma pergunta capciosa, Jesus se insere na grande tradição profética e rabínica que indagava sobre o princípio unificador da Torá, ou seja, sobre o ensinamento de Deus contido na Bíblia. Um contemporâneo de Jesus, Rabbi Hillel, tinha dito: “Não faça com seu próximo aquilo que detestaria fosse feito a você, nisto se resume toda a lei. O resto é apenas interpretação” (Shabbat 31a).

Para os mestres do judaísmo, o amor ao próximo provém do amor a Deus, que criou o homem à sua imagem e semelhança – por essa razão, não se pode amar a Deus sem amar a sua criatura; esse é o verdadeiro motivo do amor ao próximo e é “um princípio grande e geral na lei” (Rabbi Akiba, comentários rabínicos a Lv 19,18).

Jesus reforça esse princípio e acrescenta que o mandamento de amar o próximo é semelhante ao primeiro e maior de todos os mandamentos: amar a Deus com todo o coração, com toda a mente e com toda a alma. Ao afirmar que existe uma relação de semelhança entre os dois mandamentos, Jesus os une definitivamente. Isso será feito também por toda a tradição cristã. É o que confirma o apóstolo João de modo lapidar: “Quem não ama seu irmão, a quem vê, não poderá amar a Deus, a quem não vê” (1Jo 4,20).

“Amarás teu próximo como a ti mesmo.”

Todo ser humano é – o Evangelho inteiro afirma isso claramente – nosso "próximo", homem ou mulher, amigo ou inimigo, a quem se deve respeito, consideração, apreço. O amor ao próximo é universal e pessoal ao mesmo tempo. Abraça toda a humanidade e se especifica “naquele que está ao seu lado”.
Mas, quem pode nos dar um coração tão grande, quem pode suscitar em nós uma benevolência tão grande a ponto de considerarmos como nossos “próximos” inclusive as pessoas com quem não temos nada a ver, de nos fazer superar o amor-próprio, para vermos a nós mesmos nos outros? É um dom de Deus, ou melhor, é o próprio amor de Deus que “foi derramado em nossos corações pelo Espírito Santo que nos foi dado” (Rm 5,5).
Logo, não se trata de um amor comum, não é simples amizade nem apenas filantropia, mas é aquele amor que foi derramado em nossos corações já no batismo, aquele amor que é a vida do próprio Deus, da Santíssima Trindade, e do qual podemos participar.

O amor, portanto, é tudo. Mas para podermos vivê-lo bem, é necessário conhecer as suas qualidades, que sobressaem do Evangelho e da Sagrada Escritura em geral, e que vamos tentar sintetizar em alguns aspectos fundamentais.
Antes de tudo, Jesus, que morreu por todos, amando a todos, nos ensina que o verdadeiro amor deve ser dirigido a todos. Não é como o amor que muitas vezes vivemos, meramente humano, que tem um raio de alcance restrito: a família, os amigos, os vizinhos… O amor verdadeiro que Jesus pede não admite discriminações; não faz distinção entre a pessoa simpática e antipática; para esse amor não existe o bonito e o feio, o adulto e a criança, o conterrâneo e o estrangeiro, o irmão da própria Igreja ou de outra, da própria religião ou de outra. Esse amor ama a todos. É isso que devemos fazer: amar a todos.
E ainda, o amor verdadeiro toma a iniciativa; não espera ser amado, como em geral acontece com o amor humano, que nos leva a amar aqueles que nos amam. Não, o amor verdadeiro toma a iniciativa, como fez o Pai quando, sendo nós ainda pecadores – e, portanto, quando ainda não amávamos –, mandou o Filho para nos salvar.

Sendo assim, amar a todos e tomar a iniciativa no amor.
O amor verdadeiro reconhece também a presença de Jesus em cada próximo. No juízo final, Jesus nos dirá: “Foi a mim que o fizestes” (cf Mt 25,40). Isso vale para o bem que fazemos e, infelizmente, também para o mal.
O amor verdadeiro ama o amigo, mas também o inimigo; faz-lhe o bem, reza por ele.

Jesus deseja também que o amor, trazido por Ele à terra, se torne recíproco: que um ame o outro e vice-versa, de modo que se alcance a unidade.
Todas essas qualidades do amor nos levam a entender e viver melhor a Palavra de Vida deste mês.


“Amarás teu próximo como a ti mesmo.”

O amor verdadeiro ama o outro como a si mesmo. Isso deve ser seguido ao pé da letra: temos realmente que ver no próximo um “outro nós” e fazermos ao outro o que faríamos a nós mesmos. O amor verdadeiro é o que sabe sofrer com quem sofre, alegrar-se com quem se alegra, carregar os pesos dos outros e, como diz Paulo, sabe “fazer-se um” com a pessoa amada. Dessa forma, é um amor não só de sentimento ou de palavras bonitas, mas que se exprime em fatos concretos.

Quem possui outra fé religiosa também procura agir assim, segundo a conhecida “regra de ouro”, que existe em todas as religiões. Ela exige que façamos aos outros o que gostaríamos que fosse feito a nós. Gandhi a explica de modo muito simples e eficaz: “Não posso fazer mal a você sem ferir a mim mesmo” (cf. Wilhelm Mühs, Palavras do Coração, Cidade Nova, São Paulo, 1998).
Este mês, portanto, deve ser uma oportunidade para reavivarmos o amor ao próximo, que tem os mais diferentes rostos: o vizinho, a colega de escola, o amigo, o parente mais próximo. Mas tem também o rosto daquela humanidade angustiada dos países em guerra ou das vítimas de catástrofes naturais, que a televisão traz às nossas casas. Antes eram desconhecidos e muito distantes, mas agora também eles se tornaram nossos próximos.
O amor vai nos sugerir, em cada circunstância, o que fazer e, aos poucos, dilatará o nosso coração segundo a medida do coração de Jesus.


Chiara Lubich
Esta Palavra de Vida foi publicada originalmente em outubro de 1999.

Lidiando para Vivir con Intensidad el Momento Presente


Ron Rolheiser (Traduccion Carmelo Astiz, cmf)
Lunes 04 de Octubre del 2010

En los últimos años de su vida, el famoso monje americano Thomas Merton vivió solitario, en una ermita, intentando encontrar mayor soledad en su vida. Pero la soledad es una cosa muy elusiva y Merton descubrió que se le estaba escabullendo constantemente.

Sin embargo, una mañana sintió que la había encontrado, en ese momento al menos. Pero lo que experimentó fue, de alguna manera, una sopresa para él. Resulta que la soledad no es un cierto estado alterado de la conciencia o incluso una cierta sensación intensificada de Dios o de lo transcendente en nuestras vidas. La soledad, tal como él la experimentó, era estar totalmente dentro de su propia piel, al interior del momento actual, consciente con gratitud de la inmensa riqueza encerrada dentro de la ordinaria experiencia humana. La soledad consiste en estar suficientemente dentro de tu propia vida, de forma que puedas experimentar realmente lo que allí se esconde.
Pero eso no es fácil. Es raro que nos encontremos a nosotros mismos dentro del momento actual. ¿Por qué? Por la manera como estamos construidos. Estamos sobrecargados para este mundo. Cuando Dios nos puso en este mundo, como nos dice el autor del Libro del Eclesiastés, puso “eternidad” en nuestros corazones y por eso no vivimos fácilmente en paz en nuestra vida.
Leemos esto en la Sagrada Escritura, Libro del Eclesiastés, en el famoso pasaje sobre el ritmo de los momentos oportunos de la vida. Allí se nos dice que hay un tiempo y un momento oportuno para cada cosa: Un tiempo de nacer y un tiempo de morir; un tiempo de plantar, y un tiempo de cosechar lo plantado; un tiempo de matar, y un tiempo de sanar… y así sucesivamente. Pero, después de enumerar este ritmo natural del tiempo y de los momentos oportunos, el autor acaba con estas palabras. Dios ha hecho todo adecuado al tiempo propio de cada cosa, pero en el corazón humano ha sembrado eternidad, de forma que los seres humanos no sincronizan con los ritmos de este mundo desde el principio hasta el fin.
El vocablo hebreo usado para expresar “eternidad” es “Ha olam”, una palabra que indica “eternidad” y “transcendencia”. Algunas traducciones inglesas lo expresan de esta manera: Dios ha puesto un sentido del pasado y del futuro en nuestros corazones. Tal vez esa traducción lo plasma de la forma mejor, al menos en cuando al modo cómo nosotros experimentamos esto, por lo general, en nuestras vidas.

Sabemos por experiencia lo difícil que es estar dentro del momento actual, ya que ni el pasado ni el futuro nos dejarán solos. Están siempre influyendo en el presente. El pasado nos ronda con canciones de cuna medio-olvidadas y con melodías que provocan memorias pasadas, con amores encontrados y perdidos, con heridas que nunca cicatrizaron, y con sentimientos incipientes de nostalgia, pesar, y con necesidad de aferrarse a algo que pasó en otro tiempo. El pasado está siempre sembrando inquietud en el momento presente.

Y el futuro igualmente se abre paso a sí mismo al interior del presente, vislumbrándose como promesa y amenaza, exigiendo siempre nuestra atención, sembrando siempre ansiedad en nuestras vidas y despojándonos siempre de la capacidad de saborear realmente el presente. El presente está influenciado siempre por obsesiones, angustias, quebraderos de cabeza y ansiedades que poco tienen que ver con la gente con la que nos sentamos a la mesa.

Los filósofos y poetas dan a este fenómeno diversos nombres: Platón lo llamó “locura procedente de los dioses”; los poetas hindúes lo han llamado “nostalgia del infinito”; Shakespeare habla de “anhelos inmortales” y San Agustín lo llamó, con el nombre más conocido y famoso de todos, “incurable inquietud”. Inquietud que Dios ha colocado en el corazón humano para que se guarde de encontrarse a gusto y estable en algo que es menos que infinito y eterno: “Nos has hecho para ti, Señor, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti”.

Así pues, resulta muy difícil estar presente de modo pacífico en nuestras vidas, sintiéndonos relajados dentro de nuestra piel. Pero este “tormento” -así lo llamó alguna vez el famoso poeta y dramaturgo anglo-estadounidense T.S. Eliot-, tiene su finalidad. El escritor espiritual Henri Nouwen, en un pasaje extraordinario que a la vez da nombre a esa lucha interior e indica para qué sirve finalmente, lo formula de este modo: Nuestra vida es un tiempo breve vivido en expectación, un tiempo en el que la tristeza y la alegría se besan mutuamente en cada momento.

La tristeza tiene una cualidad que domina todos los momentos de nuestra vida. Parece que no existe algo así como una alegría pura y bien definida, sino que, aun en los momentos más felices de nuestra existencia, sentimos un dejo de tristeza. En cada satisfacción hay una conciencia de limitaciones. En cada éxito hay un temor de envidia. Detrás de cada sonrisa hay una lágrima. En cada abrazo hay soledad. En cada amistad, distancia. Y en todas formas de luz aparece la conciencia de la oscuridad circundante. Pero esta experiencia íntima, en la que cada pequeña porción de vida queda afectada por una pequeña porción de muerte, hace posible que nos asomemos más allá de los límites de nuestra existencia.

Esta experiencia íntima puede obrar así haciéndonos anhelar con expectación el día en que nuestros corazones se colmen de perfecta alegría, una alegría que nadie nos podrá arrebatar.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Caminos ¡sí! Pero ¿adónde nos dirigimos?


José Cristo Rey García Paredes, cmf
Martes 28 de Septiembre del 2010
Fuente www.ciudadredonda.org

Complejísima red de caminos
Estamos en la época de los caminos, los métodos, los proyectos, los planes, las hojas de ruta, las programaciones, los mapas de recorrido…. Quedamos emplazados ante una complejísima red de pistas, caminos, comunicaciones, procesos que hemos de recorrer para responder a las interpelaciones del apostolado, de la espiritualidad, de la formación. Las comunicaciones vía email, o vía propaganda que recibimos no son pocas. Abrimos el mapa de recorridos que se nos proponen y nos abruma la propuesta de tanto itinerario.


Quienes asumen alguna responsabilidad de gobierno, de animación apostólica o espiritual o formativa se creen obligados -en conciencia y por responsabilidad- a programar, proyectar y lanzar nuevas iniciativas. Esto, que en principio, puede ser excelente, se enreda con otras iniciativas múltiples, provenientes de otras instancias a otros niveles (Santa Sede con sus Congregaciones y Comisiones Pontificias, Conferencias episcopales y sus comisiones, conferencias de religiosos y sus comisiones -tanto a nivel mundial como nacional, como regional o local, gobiernos generales y sus comisiones y secretariados, gobiernos provinciales y sus comisiones y secretariados). Quien quiera someterse a todas estas instancias y propuestas, ¿no sentirá la sensación de sentirse perdido en esa gran maraña de caminos o autopistas que se le ofrecen? Y como esto acontece en una vida religiosa con mayoría de ancianos y minoría de jóvenes ¿no resultará todo ello excesivo tanto para unos como para otros? Me viene a la mente la exhortación de nuestro Maestro:

"Marta, Marta,, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc 10, 41-42).

Yo me pregunto: ¿cuál es la meta de tanto camino? ¿Sabemos bien a dónde vamos? ¿Damos la impresión de grupos de personas que saben lo que quieren y marchan con pie firme hacia una meta? O ¿parecemos más bien gente perdida, desorientada y entretenida en tareas o trabajos sin sentido? ¿Se han planteado seriamente quienes programan hacia qué meta hay que dirigirse y cuáles son los caminos y propuestas que permiten llegar a ella?

Un relato
Recuerdo una de las escenas de "Alicia en el país de las maravillas" de Lewis Carroll. Alicia se encuentra con una pobre criaturita que creía ser un niño,. Lo tomó en sus brazos, pero al advertir que era un cerdito, lo dejó libre y se echó a trotar y adentrarse en el bosque. Entonces Alicia advirti;o que, sentado en una rama, estaba el Gato de Cheshire que sonreía y se atrevió a preguntarle: "¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí? El gato le respondió: "Eso depende, en gran parte del sitio al que quieras llegar". "No me importa mucho el sitio" -replicó Alicia. "Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes" -contestó el Gato. "Siempre que llegue a alguna parte…" -dijo Alicia como explicación. "¡Oh, siempre llegarás a alguna parte -aseguró el Gato-, si caminas lo suficiente!". A Alicia le pareció que esto no tenía vuelta de hoja.

Como vemos en esta historia, Alicia no tenía ni meta, ni visión. Así nos ocurre, también a nosotros, cuando en medio del enmarañado bosque de esta vida nos preguntan a dónde queremos ir o se nos presentan los más variados caminos.

La meta: ¡lo único necesario!
¿Cuál es la meta de todos nuestros caminos? Nos pueden responder quienes ya la conocen. Los místicos nos dicen que la meta de toda vida cristiana y humana es llevar a culminación la Alianza que se ha establecido entre Dios y el ser humano. Es una Alianza de amor que solo culmina con la unión más estrecha entre quienes se comprometen a ella. De lo que se trata es de "vivir en Alianza de amor" y posibilitar el sueño que esa Alianza implica. Abraham Joshua Heschel -gran teólogo judío- explica así la Alianza según la Biblia:
«La Biblia habla no sólo de una búsqueda de Dios por parte del hombre, sino también de la búsqueda del hombre por parte de Dios. 'Me has cazado como a un león', exclamó Job… La fe brota del temor, de la consciencia de estar expuestos a su presencia [la divina], del anhelo de responder a la llamada de Dios, de saber que hemos sido interpelados… Si Dios no formula la pregunta, todas nuestras búsquedas son vanas» (Dio alla ricerca dell'uomo, p. 156-157).

La meta es el encuentro definitivo con el Dios que nos busca, con el Buen Pastor que deja las noventa y nueve ovejas para buscarme a mí, con el Ama de Casa que la barre entera para encontrame a mí que estaba perdido. Es Él quien de las formas más inefables pregunta por mi, me pregunta, procura mi amistad, me pide relaciones. No son muchas las personas, tal vez, que captan esas voces; pero cuando uno se introduce en el diálogo puede llegar adonde uno no puede imaginarse. Nos dicen los místicos, que cuando en esa relación uno deja de ser el dueño de su vida y la pone en manos de Dios, deja de confiar en uno mismo, para confiar mucho totalmente en la relación de Alianza, uno entra en el estado de quietud (no agitación, no agobio), en el estado de gran concentración y capacidad de soñar lo hasta ahora imposible, en el estado de unión que es cuando se da la máxima comunión entre el Creador y su Creatura, el Abbá y el hijo o la hija, es cuando Jesús vive en nosotros, cuando el Espíritu toma posesión total de nosotros y nos potencia hasta límites insospechados.

Teresa de Jesús nos cuenta en el Libro de su Vida cómo Dios la buscó y ella, después de fuertes resistencias, se dejó atrapar y comenzó también a buscarle apasionadamente hasta que se produjo el desposorio y el ansia de unión definitiva. Esta culminación será la que Teresa vislumbre y nos comunique en otras obras suyas, especialmente "Las Moradas". Nuestra meta es la "séptima morada". Jesús se lo expresa así a Teresa de Jesús en una de sus locuciones:
"Deshácese toda la persona para ponerse más en Mí. Ya no es ella la que vive sino Yo" (Libro de la Vida, 18,14).

Creo que la vida cristiana y religiosa -y de cada uno de nosotros dentro de ella- se vuelve "mística"- cuando se hace realidad la petición del Padrenuestro "¡Hágase tu voluntad!, o el "Hágase en mí según tu Palabra" de María. Empieza la mística cuando dejamos a Dios ser Dios, en medio de nosotros. Cuando desconfiando de nuestras solas fuerzas tomamos en serio la Alianza y ponemos toda nuestra confianza en el Señor y no en los ídolos, de cualquier tipo. La relación de Alianza nos centra en Dios y lo único que –desde nuestra humildad y ruindad- podemos hacer es suplicarle que realice su buena voluntad y, por parte nuestra, no impedirlo.
Esto es lo que nos lleva al estado de quietud, de paz, a superar nuestros agobios. La vida religiosa necesita desagobiarse, simplificarse, volverse más confiada, abrirse al "pati divina", a la teopatía.

Cuando se vive en Alianza con Dios todo se integra dentro de esa relación de Alianza. Nada integrado en ella es perverso, aunque a veces los asesores "sin experiencia" no lo comprendan.
En la medida en que la Alianza nos hace poner toda nuestra confianza en el Espíritu renacerá entre nosotros la alegría, la capacidad de soñar y crear que es carisma y no habilidad nuestra. La comprensión de los votos o consejos evangélicos, en clave mística, nos hace superar los voluntarismos, las opciones ascéticas, para dejar que sea el mismo Jesús Resucitado, a través de su Espíritu y de María y José –sus grandes colaboradores- quienes en nosotros vayan diseñando nuestro estilo de vida.

Esta experiencia mística nos hará descubrir la dimensión mística de la misión. Hoy la debemos entender, sobre todo, como "missio Dei", "missio Spiritus", en la cual nos es dado participar. Tampoco nosotros somos los protagonistas primeros de la misión; la compartimos en alianza con el Espíritu de Dios Abbá y de Jesús. La gracia de ver el infierno, no incita a ser misioneros y profetas apocalípticos.

La experiencia mística es también apocalíptica. De ella nacen las decisiones heróicas, la capacidad de no temer, de enfrentarnos con el mundo de la injusticia, de la violencia, de la muerte, de luchar contra el imperio diabólico. Teresa de Jesús nos enseña qué importante es la visión para no vivir una espiritualidad ciega, para no emprender un camino que lleve a ninguna parte, para no realizar una misión ciega y no ser guías ciegos para el pueblo de Dios.

Salgamos al paso del "nuevo pelagianismo" que tanto nos tienta de las obras, las programaciones, los métodos, los procesos. Seamos más humildes, más confiados y que se haga verdad aquello con lo que comenzamos la oración diaria:
"Señor, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme".

Corazón de Ratón



Fuente: Ciudad Redonda
www.ciudadredonda.org

Cuenta una antigua fábula india que había un ratón que estaba siempre angustiado, porque tenía miedo al gato. Un mago se compadeció de él y lo convirtió… en un gato. Pero entonces empezó a sentir miedo del perro. De modo que el mago lo convirtió en perro. Luego empezó a sentir miedo de la pantera, y el mago lo convirtió en pantera. Con lo cual comenzó a temer al cazador. Llegado a este punto, el mago se dio por vencido
y volvió a convertirlo en ratón, diciéndole: “Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón”.


Esta bella historia que reproduce el gran maestro espiritual Anthony de Mello nos ilumina sobre la esperanza: Toda esperanza es del tamaño del corazón que espera.

Hoy muchos seres humanos sólo esperan tener un buen coche, un empleo bien remunerado, viajes, objetos, posición. Por eso, su esperanza no acaba de motivarlos en profundidad, viven con un horizonte ridículo. “Todas mis esperanzas están en mí ”, escribió Terencio.
Depende pues del desarrollo interior de la persona, de la capacidad de abrir sus horizontes y de ser feliz, porque la felicidad no es otra cosa que nuestra aptitud de esperar, es decir de creer en la vida. Y eso, como vulgarmente se dice, es “lo último que se pierde”. Puedes carecer de todo, estar, como Robinson Crusoe, en una isla desierta. Pero si hay esperanza, todo es posible, incluso ser feliz en esa isla desierta.

Vivimos en un mundo de desesperados y desesperanzados. El número de solitarios en la gran ciudad, el aumento de depresiones, la falta de estímulos e ilusiones en la juventud, las desigualdades, el aburrimiento, la saciedad material y de consumo nos bloquean para creer en el futuro o para darnos cuenta de que, si despertamos en nuestro interior, ya somos en realidad lo que esperamos ser.

Se trata de ampliar nuestra capacidad de esperar mientras estamos aquí, distendidos en el tiempo. Porque la vida está hecha de instantes y la razón de vivir es creer que el instante siguiente merece ser vivido. Entonces no hay nada que temer, porque “en el reino de la esperanza”, como dice un proverbio ruso, “nunca hay invierno”.

Un buen trabajo sería ir buscando esos resplandores en nuestra propia vida. Porque, si no nos queremos a nosotros mismos, difícilmente podremos repartir algo de esperanza a los demás. Esas razones para esperar están más cerca de lo que imaginamos: Desde el prodigio del nuevo día a alguien a quien amar, aunque no nos devuelva afecto, pasando por un vaso de agua, una canción y el revoloteo de un insecto. Me gusta aquella definición de Unamuno:

“La esperanza es nuestro íntimo
fundamento,
el sustituto de la vida;
la esperanza es lo que vive,
sólo recibe vida lo que espera.”

Busquemos hoy nuestra ración de esperanza, porque la esperanza más sencilla está más cerca de la verdad que la desesperación más razonada. Nunca dependerá de lo externo, porque el ratón no pierde sus miedos al convertirse en gato o en pantera, si sigue conservando su pequeño corazón de ratón. Que Dios reparta esperanza y ensanche el alma.

El alegre cansancio de Pedro M Lame

lunes, 13 de septiembre de 2010

La soledad nos da una buena lección


Ron Rolheiser
(Traduccuón Carmelo Astiz, cmf))
Lunes 13 de Septiembre del 2010

Hace unos años tuve una sesión de orientación espiritual con un joven, cuyo forcejeo con la soledad parecía ser contrario a lo normal. En vez de intentar librarse de ella, estaba preocupado por miedo a perderla. Tenía poco más de veinte años, enamorado de una joven maravillosa, pero estaba en conflicto interior sobre casarse o no con ella, porque temía que el matrimonio pudiera interferirse con su soledad y, según sus palabras, hacerle “una persona más superficial, con menos capacidad para ofrecerse a Dios y al mundo”.

“Entro a un lugar”, decía, “y automáticamente miro a ver si encuentro una cara triste, alguien cuya apariencia sugiera que hay cosas más importantes en la vida que ir de fiestas o que cotillear sobre las últimas noticias de los famosos”. Existe el peligro de identificar con excesiva simpleza la pesadez con la profundidad; pero no era éste su caso.


“Dentro de mí luchan dos imágenes”, decía. “Cuando tenía yo quince años, mi padre murió. Vivíamos en el campo; y mi padre sufrió un fuerte ataque de corazón. Lo introdujimos a empujones en el vehículo; y mi madre estaba sentada con él en asiento trasero, sosteniéndolo, mientras yo conducía, a mis quince años. Yo estaba totalmente asustado. Por desgracia, mi padre falleció de camino al hospital, pero murió en los brazos de mi madre. Por más triste que fuera esto, había algo de belleza en ello. He sentido siempre que esa es la manera como me gustaría morir, sostenido por alguien muy querido. Pero, mientras esa imagen me atrae con fuerza al matrimonio, miro también la forma cómo murió Jesús, solo, abandonado, sin nadie que lo sostuviera en sus brazos, en un abrazo solamente de algo transcendente, y me siento atraído a eso también. Hay nobleza en eso que no quiero dejar escapar. Ese puede ser también un buen modo de morir”.


Este joven temía perder su soledad, aun cuando saludablemente anhelaba la intimidad. No sabía explicar claramente por qué se sentía atraído a la soledad de Jesús en la cruz, salvo que intuía que ese sentimiento era de alguna manera algo noble, algo profundo y algo que le daría profundidad y nobleza.

Otros han estado en ese mismo lugar antes que él, entre ellos Jesús. Por ejemplo, el filósofo alemán Soren Kierkegaard, cuando joven, renunció al matrimonio por la misma razón por la que mi joven amigo lo temía. Acertada o desacertadamente, sintió que lo que tenía que ofrecer al mundo estaba enraizado dentro del sufrimiento de su propia soledad y que solamente podría propiciarlo al mundo, en adelante, desde ese centro y, en el caso de estar menos solo, tendría menos que ofrecer. ¿Tenía razón?

La fecundidad de su vida, a saber, la cantidad de gente (el Padre Henri Nouwen entre ellos) que se sintió curada y fortalecida por sus escritos, atestigua la verdad de su intuición. ¡Por sus frutos los conoceréis! Kierkegaard es el santo patrón de los solitarios. Pero, como mi joven amigo, se sentía también en conflicto interior por lo que ese sentimiento le afectaba. Muy poca gente le comprendió y esto le sumergió en “la tristeza de haber percibido y entendido algo verdadero – y luego verme a mí mismo incomprendido”. Confesó también que vivía la maldición “de no permitirme nunca dejar que nadie se uniera a mí profunda e íntimamente”. Tomás Merton, el famoso monje trapense americano, comentando sobre este mismo punto, dijo una vez que la ausencia de intimidad matrimonial en su vida constituía un “defecto en mi castidad”. Este tipo de profundidad se paga caro.
¿Por qué, a pesar de un inconveniente tan obvio, los Kierkegaards de nuestro mundo se sienten atraídos a la soledad, en la creencia de que ésta posee la llave a la profundidad, a la empatía y a la sabiduría?

¿Qué hace la soledad en nuestro favor?

Lo que la soledad hace en nuestro favor, especialmente la soledad muy intensa, es desestabilizar nuestro ego y hacerlo demasiado frágil para podernos sostener de una manera normal. Lo que ocurre entonces es que comenzamos a desenmarañarnos, a sentir que nos vamos desencolando, a darnos cuenta de nuestra pequeñez y a saber, en las raíces profundas de nuestro ser, que necesitamos conectarnos a algo más grande que nosotros para sobrevivir. Pero esa es una experiencia muy dolorosa y tendemos a huir de ella.

Sin embargo, y esto es una gran paradoja, esta experiencia de soledad intensa es uno de los medios privilegiados de encontrar la respuesta profunda a nuestra búsqueda de identidad y de sentido. Porque desestabiliza nuestro ego y nos desorienta, la soledad nos pone en contacto con lo que subyace a nuestro ego, a saber, el alma, nuestro yo más profundo. La imagen y semejanza de Dios radican ahí precisamente, como radican ahí así mismo nuestras más nobles y divinas energías. Ésta es la verdad existente detrás de la creencia de que en la soledad hay profundidad.

Y así la moraleja es ésta, seas casado o soltero:
Aquí va el consejo de un antiguo poeta persa, Hafiz:
No entregues tu soledad tan rápidamente.
Déjala que corte y cale en ti más profundo.
Que te haga fermAentaEr y te sazone
como pueden pocos ingredientes humanos o aun divinos.
Algo que falta en mi corazón
esta noche ha vuelto mis ojos tan suaves,
mi voz tan cariñosa
y mi necesidad de Dios
absolutamente clara.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Letanías a Nuestra Señora

Palabra de Vida - Setiembre 2010

«El mundo necesita una cura de Evangelio.
Por esto vivimos la palabra de Vida.
Una sola podría cambiar el mundo.
Y todos la podemos vivir, porque es luz para cada hombre.»

«No te digo hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete»
(Mt 18, 22)
“Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes”.

Septiembre 2010

Jesús le responde a Pedro con estas palabras después de que éste, tras haber oído cosas maravillosas de la boca de Jesús, le preguntara: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano si peca contra mí? ¿Hasta siete veces?». Y Jesús: «No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete».
Bajo la influencia de la predicación del Maestro, Pedro, bueno y generoso como era, probablemente había pensado atenerse a esta nueva pauta haciendo algo excepcional: llegando a perdonar hasta siete veces. […]
Pero, al responder «hasta setenta veces siete», Jesús dice que para él el perdón tiene que ser ilimitado: es necesario perdonar siempre.

«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».

Esta Palabra nos recuerda el canto bíblico de Lámec, un descendiente de Adán: «Caín será vengado siete veces, Lámec setenta y siete» . Es así como empieza a extenderse el odio en las relaciones entre los hombres del mundo: crece como un río desbordado.
A ese extenderse del mal, Jesús opone un perdón sin límites, incondicionado, capaz de romper la cadena de la violencia.
El perdón es la única solución para frenar el desorden y abrir a la humanidad un futuro que no sea la autodestrucción.

«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».

Perdonar. Perdonar siempre. El perdón no es olvido, que muchas veces significa no querer mirar la realidad de frente. El perdón no es debilidad, es decir, pasar por alto una ofensa por miedo al que la ha cometido si es más fuerte. El perdón no consiste en decir que no tiene importancia lo que es grave o que es bueno lo que es malo.
El perdón no es indiferencia. El perdón es un acto de voluntad y de lucidez, por lo tanto de libertad, que consiste en acoger a los hermanos como son no obstante el mal que nos han hecho, como Dios nos acoge a nosotros, pecadores, no obstante nuestros defectos. El perdón consiste en no responder a la ofensa con la ofensa, sino en hacer lo que dice S. Pablo: «No te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el bien» .
El perdón consiste en darle la oportunidad a quien te ha hecho un agravio de que pueda tener una relación nueva contigo; la oportunidad de que ambos podáis retomar la vida, tener un porvenir en el que el mal no tenga la última palabra.


«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».

¿Cómo se hará entonces para vivir esta Palabra?
Pedro le había peguntado a Jesús: “¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano?”.
Y Jesús, entonces, al responder, tenía en la mira sobre todo las relaciones entre cristianos, entre miembros de la misma comunidad.
Y por lo tanto, antes que nada, que hace falta comportarse así con los otros hermanos y hermanas en la fe: en familia, en el trabajo, en la escuela o en la comunidad de la que se forma parte.
Sabemos que a menudo se quiere compensar con un acto, con una palabra correspondiente, la ofensa sufrida.
Se sabe que por diversidad de caracteres, o por nerviosismo, o por otras causas, las faltas de amor son frecuentes entre personas que viven juntas. Y bien, hace falta recordar que solamente una actitud de perdón, siempre renovada, puede mantener la paz y la unidad entre hermanos.
Estará siempre la tendencia a pensar en los defectos de las hermanas y de los hermanos, a acordarse de su pasado, a quererlos diferentes de cómo son... hace falta el hábito de verlos con un ojo nuevo, y nuevos ellos mismos, aceptándolos siempre, enseguida y hasta el fondo, aunque no se arrepientan.
Ánimo. Comenzamos una vida así, que nos asegura una paz jamás probada y mucha alegría desconocida.

Chiara Lubich
Publicación mensual del Movimiento de los Focolares
1. Este texto fue publicado en septiembre de 1999.
2. Gn. 4, 24.
3. Rom. 12, 21.


“Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes”
(Mt 18, 22)

Com essas palavras, Jesus e responde a Pedro que, depois de ter ouvido coisas maravilhosas pronunciadas pela boca do Mestre, lhe fez esta pergunta: «Senhor, quantas vezes devo perdoar o meu irmão, se pecar contra mim? Até sete vezes?». E Jesus responde: «Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes».
Pedro, sob a influência da pregação do Mestre, provavelmente tinha pensado – bom e generoso como era – em se lançar na sua nova linha, fazendo algo excepcional: chegar a perdoar até sete vezes. Mas respondendo «até setenta vezes sete vezes», Jesus afirma que, para Ele, o perdão deve ser ilimitado: é preciso perdoar sempre.

“Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes”.

Essa frase relembra o cântico bíblico de Lamec, um descendente de Adão: «Sete vezes Caim será vingado, mas Lamec, setenta e sete vezes» . Começa assim a difusão do ódio no relacionamento entre os homens do mundo inteiro, avolumando-se como um rio na cheia.
Jesus contrapõe a essa difusão do mal o perdão sem limites, incondicional, capaz de romper a espiral da violência.
O perdão é a única solução capaz de conter a desordem e abrir, para a humanidade, um futuro que não seja a autodestruição.

“Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes”.

Perdoar. Perdoar sempre. O perdão não é esquecimento, que muitas vezes significa não querer encarar a realidade. O perdão não é fraqueza, que significa não considerar uma injustiça por medo do mais forte que a cometeu. O perdão não consiste em achar sem importância aquilo que é grave ou como um bem aquilo que é mal.
O perdão não é indiferença. O perdão é um ato de vontade e de lucidez, portanto de liberdade, que consiste em acolher o irmão e a irmã do jeito que eles são, apesar do mal que nos possam ter causado, da mesma forma como Deus acolhe a nós pecadores, apesar dos nossos defeitos. O perdão consiste em não responder à ofensa com outra ofensa, mas em fazer aquilo que diz Paulo: «Não te deixes vencer pelo mal, mas vence o mal com o bem» .
O perdão consiste em você dar a quem o prejudica a possibilidade de estabelecer um novo relacionamento com você; é, portanto, uma nova chance para ele e para você de recomeçar a vida, de ter um futuro no qual o mal não tenha a última palavra.

“Não te digo até sete vezes, mas até setenta vezes sete vezes”.

Como faremos, então, para viver esta Palavra?
Ela é uma resposta de Jesus a Pedro, que lhe perguntou: «Quantas vezes terei que perdoar o meu irmão?»
Ao dar esta resposta, Jesus pensava, principalmente, no relacionamento entre cristãos, entre membros da mesma comunidade.
Por isso, é antes de tudo com os outros irmãos e irmãs na fé que você deve agir assim: na família, no trabalho, na escola ou na comunidade à qual pertencemos.
Sabemos como muitas vezes queremos retribuir a ofensa sofrida com um ato ou uma palavra à altura.
Sabemos também que, pelas diferenças de temperamento, por nervosismo ou por outras causas, a falta de amor é frequente entre pessoas que vivem juntas. Pois bem, é preciso lembrar-se de que só uma atitude sempre renovada de perdão pode manter a paz e a unidade entre os irmãos.
Teremos sempre a tendência de pensar nos defeitos das irmãs e dos irmãos, de lembrar o seu passado, de pretender que sejam diferentes... É preciso adquirir o hábito de vê-los com olhos novos, ou melhor, de vê-los novos, aceitando-os sempre, logo e totalmente, mesmo quando não se arrependem.
Você pode pensar: «Mas é difícil» Não há dúvida. Mas justamente aqui está a beleza do cristianismo. Não é por acaso que somos seguidores de Cristo que, morrendo na cruz, pediu perdão ao Pai por aqueles que o matavam, e ressuscitou.
Coragem. Comecemos uma vida desse tipo, que nos garante uma paz jamais experimentada e uma alegria a ser descoberta».

Chiara Lubich

sábado, 11 de septiembre de 2010

...sólo de la Abundancia de Tu Corazón

Herido por tu Palabra,
Abierto a las Bondades de Tu Misericordia
Parado sobre la Roca de la Fe
Deslumbrado por tu Majestad
Aquí estoy,
Levantando velas,
Esperando el Viento que me lleve
A las Abundancias de tu Corazón.

sábado, 4 de septiembre de 2010

“…Y así hasta el día de hoy”

“Dios nos coloca los últimos; parecemos condenados a muerte,
dados en espectáculo público para ángeles y hombres.
Nosotros, unos locos por Cristo, vosotros, ¡qué cristianos tan sensatos!
Nosotros débiles, vosotros fuertes;
vosotros célebres, nosotros despreciados;
hasta ahora hemos pasado hambre y sed y falta de ropa;
recibimos bofetadas, no tenemos domicilio,
nos agotamos trabajando con nuestras propias manos;
nos insultan, y les deseamos bendiciones;
nos persiguen, y aguantamos;
nos calumnian, y respondemos con buenos modos;
nos tratan como a la basura del mundo, el deshecho de la humanidad…”

Gracias por lo recibido, por lo dado, por el Don de Dones.
Enséñanos a amar la debilidad que es fortaleza de Dios
La locura, que es sensatez en Tu Cruz,
El desprecio, que nos hace célebres a Tus Ojos,
La falta de domicilio, que nos obliga a cobijarnos en Tu Corazón,
Y más Señor, más que las palabras finales de Pablo sean
deseo y clamor: ¡y así hasta el día de hoy!

domingo, 29 de agosto de 2010

Ven, Espíritu Santo !



Vem Espírito Santo, vem sobre nós
Como em Pentecostes possuir o meu ser
Vem Espírito Santo, vem sobre nós
Como a chuva que lava a terra, vem lavar meu viver

Liberta-nos de toda opressão
Batiza-nos com o óleo da unção
Reinflama os carismas com fervor
Para que possamos transbordar amor

sábado, 28 de agosto de 2010

Me despierto para ver tu Misericordia

“Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
En los que esperan en su misericordia”
(Sal 32)

Abro la puerta de este día dándote Gracias, Señor.
Antes que mis ojos puedan ver la Luz de esta nueva jornada,
Tu Mirada ya ésta sobre mí,
Y tu Misericordia me visita cada día,
y me entrega como presente que debe ser resguardado
el Silencio Amoroso de tu Presencia.

“Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
En los que esperan en su misericordia”

Gracias Padre Eterno por el Don de Tu Hijo,
Éste Cristo Nuesro que has hecho para nosotros
Sabiduría, justicia, santificación y redención.

Orando la palabra diaria: Co1,26-31; Salmo 32; Mt 25,14-30

miércoles, 25 de agosto de 2010

Serás dichoso, te irá bien… si sigues Su Camino

Porque no estoy completamente libre,
Necesito tu Gracia para vivir en justicia.
Porque no soy completamente libre,
Necesito tu Espíritu para vivir en la medida de Tu Corazón.
“Pareceis justos….”
Día a día tu Amor me construye.
Derrumbas mi orgullo y mis crímenes los pones a la luz.
Cercas mi hipocresía con la Lealtad y claridad de tu Corazón
Y me levantas con alegría,
No dejas grieta para el abatimiento
Porque tu sentencia es mi abrigo
“Serás dichoso, te irá bien… si sigues Su Camino” (salmo 127)

martes, 24 de agosto de 2010

¡Ven y Verás!

Que encuentre muchos “Felipes” en mi caminar Señor,
Felipes de pocas palabras que me conduzcan a Ti.
¡Ven y Verás!
Y pueda escuchar tu Voz que me dice: “Te ví”,
Gesto donde El Amor y la Fortaleza se encuentran.
Porque Eres Rabí,
Eres el Santo de Israel.
Y hazme un “Felipe” para los otros,
Para el hermano que te busca,
aquel en el que no hay engaño y necesita hoy también estucharte decir:
“Te ví”

orando la Palabra Juan 1,45-51

lunes, 23 de agosto de 2010

Como amar en momentos de odio y oposición

Ron Rolheiser (Traduccion Carmelo Astiz)
Lunes 23 de Agosto del 2010
Fuente: Ciudad Redonda
www.ciudadredonda.org

¿Cómo mantienes una actitud positiva, predicas esperanza y permaneces amable y generoso cuando confrontas oposición, incomprensión, hostilidad y odio?
Eso es lo que hizo Jesús; y esa cualidad especial de su vida y de su enseñanza constituye quizás el mayor reto personal y moral para todos nosotros que intentamos seguirle. ¿Cómo te mantienes amable frente al odio? ¿Cómo permaneces enérgico y animoso frente a la incomprensión? ¿Cómo sigues siendo afectuoso y amable frente a la hostilidad? ¿Cómo amas a tus enemigos cuando quieren eliminarte?


La práctica totalidad de nuestros instintos íntimos funcionan aquí en contra nuestra. Nuestros instintos naturales son generalmente auto-protectores, incluso hasta paranoides, contrarios a la abnegación y al perdón. Nuestro sentido innato de justicia exige el ojo por el ojo, el devolver en especie, odio por odio, recelo por recelo, homicidio por homicidio. Y esto no sólo pasa precisamente en los grandes asuntos, como sería nuestro esfuerzo por permanecer amables frente a amenazas de muerte. Nos esforzamos también por permanecer amables aun frente a pequeñas provocaciones, como la irritación.

¿Cómo aguantamos y controlamos la oposición, la incomprensión, el malentendido, la hostilidad y el odio?
Algunas veces nuestra respuesta consiste en quedarnos paralizados. Nos sentimos tan intimidados y amenazados por la oposición, la tergiversación y el odio que tomamos la retirada y nos escondemos. Retenemos nuestros ideales, pero ya no los ponemos en práctica en presencia de nuestros oponentes. Seguimos hablando de amor y comprensión, pero no a nuestros enemigos (a los que ciertamente no odiamos, pero de quienes nos mantenemos ahora alejados).


A veces nuestra respuesta es exactamente la contraria, a saber, frente a la oposición desarrollamos una piel tan dura que no tenemos por qué preocuparnos de lo que los demás piensen de nosotros: ¡Que piensen lo que les dé la gana! ¡Si no les gusta, que aguanten! El problema con nuestra “actitud de piel dura” es que nuestra capacidad de seguir profiriendo las palabras correctas y obrando las acciones correctas se basa, en parte, en una cierta ceguera e insensibilidad. En nuestra mente, nosotros no tenemos ningún problema. Los demás son los que los tienen.

Esta insensibilidad toma a veces una forma más sutil: la condescendencia. Se da esto cuando creemos que tenemos un corazón lo suficientemente grande como para amar a los que se nos oponen o nos odian, justo cuando nuestra empatía y amor se basan en un cierto elitismo, a saber, en el sentimiento de que somos tan superiores, moral y religiosamente, a los que nos odian que podemos amarles en su ignorancia: “¡Pobres; gente ignorante! ¡Si fueran más juiciosos…!” –pensamos.

Esto no es amor, sino un claro complejo de superioridad disfrazado de empatía y de preocupación. No fue así precisamente cómo Jesús trató a los que le odiaban.

¿Cómo les trató Jesús? Frente al odio y a la muerte infligida por sus enemigos, Jesús no se intimidó, ni tuvo piel dura ni fue condescendiente. ¡Qué hizo, pues? Se arraigó con mayor hondura en su propia identidad más profunda y, allí en el fondo, encontró el poder para seguir siendo afectuoso, amable, dispuesto a perdonar, frente al odio y al asesinato. ¿De qué modo?
Mientras Jesús era ejecutado oró así: “Perdónalos, porque no saben lo que están haciendo”. El famoso teólogo alemán Karl Rahner, al comentar esto, señala con agudeza que, de hecho, sus verdugos sí sabían lo que hacían. Sabían que estaban crucificando a un hombre inocente. Entonces,
¿por qué dice Jesús justamente que estaban obrando con ignorancia?

Su ignorancia, como resalta el mismo Karl Rahner, se sitúa en un nivel más profundo: Ignoraban cuánto él les amaba mientras que él mismo no era amado. Cuando los evangelios describen el estado interior de Jesús en la Última Cena, dicen: “…Jesús, sabiendo que el Padre lo había puesto todo en sus manos, que había salido de Dios y volvía a Dios, se levanta de la mesa, se quita el manto…”

Jesús fue capaz de seguir amando y perdonando frente al odio y al asesinato porque, en el corazón mismo de su auto-conciencia, tenía conciencia de quién era él mismo, hijo de Dios, y cuánto le amaba su Padre. No tenía piel dura ni era elitista, justamente estaba en contacto con su propia identidad (quién era él mismo) y cómo era amado por su Padre. De esa fuente sacó su energía y su poder para perdonar.

También nosotros tenemos acceso a ese mismo poderoso manantial de energía. Como Jesús, nosotros también podemos estar tan dispuestos a perdonar.
Creo que muy pocas cosas se necesitan tanto hoy día, sea en la sociedad o en la iglesia, como esta capacidad de comprensión y de perdón. Seguir ofreciendo a otros genuina comprensión y auténtico amor frente a la oposición y el odio constituye el reto más fundamental, tanto social y político como eclesial, moral, religioso y humano.


Algunas veces la gente de iglesia intenta señalar una cuestión moral concreta como la prueba definitiva para determinar si alguien es o no es verdadero seguidor de Jesús. Si hubiera de existir una verdadera prueba definitiva que muestre al genuino seguidor de Jesús, ojalá fuera ésta: ¿Puedes seguir amando a los que te malinterpretan, a los que se te oponen, te son hostiles y te amenazan – sin sentirte paralizado, endurecido o condescendiente?

fuente: www.ciudadredonda.org