"Al estudiar la filosofía estoica me encontré con la siguiente frase de Epicteto: nadie puede ser herido sino por sí mismo. Que con gran asombro he visto citada repetidas veces por los padres de la Iglesia.
Juan Crisóstomo redactó sobre esto un escrito cuyo título es Nadie puede herir a quien no se hiere a sí mismo (Quod qui seipsum non laedit, nemo laedere possit). Cuando leí este escrito me maravillé de la forma como trata a la Biblia este padre de la Iglesia y qué lugares utiliza para reforzar su tesis, tomada de Epicteto.
El texto del obispo de Constantinopla, escrito allá por el año cuatrocientos, me ha fascinado hasta tal punto que he traducido para mí sus pensamientos más importantes. Y últimamente he mencionado cada vez más a menudo esta provocadora frase tanto en mi tarea de acompañamiento espiritual como en el trabajo con grupos.
Con eco dispar, por cierto. Al principio suscitaba a menudo en muchos el rechazo, pues pensar esto sería excesivamente simple, dado que hay demasiado sufrimiento que nos viene de fuera y que no podemos evitar. Otros pensaban que lo que estaba haciendo ahora era echarles a ellos la culpa de lo mal que les iba.
Pero cuando se les pasaba el primer enfado, a muchos les parecía que algo de verdad había en la frase. Porque cuando se mira a las propias heridas, no se tiene más remedio que admitir que una parte de ellas son debidas a uno mismo. Una mujer dijo que con sus experiencias podría escribir una novela completa que añadir a este libro. El estribillo de su vida no era otro que éste.
Siempre resulta peligroso dar a una frase un valor absoluto. Por lo tanto, no es mi intención demostrar que la provocadora frase de san Juan Crisóstomo haya de tener un valor general.
Cuando se nos hiere de niños, no podemos impedirlo. No tenemos ninguna posibilidad de defendernos y de evitar las heridas. Pero, tanto si hurgo una y otra vez en las viejas heridas sin dejar de enconarlas, como si me reconcilio con ellas y las olvido, siembre es asunto mío, yo soy el responsable. Naturalmente, cada hombre tarda más o menos tiempo en desprenderse de sus viejas heridas.
En la terapia a menudo es necesario mirar de nuevo conscientemente las viejas heridas y experimentar otra vez el dolor que entonces sentí, pero que inmediatamente reprimí. Pues sólo entonces puedo decir adiós al dolor. Pero hoy se tiende también a cultivar las heridas. El filósofo francés Pascal Bruckner lo ha descrito magníficamente en su polémico libro Sufro, luego existo.
En él habla de la victimación, de la inclinación a sentirse víctima. Contra esta inclinación hoy tan extendida de «ocupar el lugar más codiciado, el lugar de la víctima» (Bruckner, 145), formula Crisóstomo la tesis radicalmente opuesta «de que ninguna víctima es víctima de alguien, sino que sufre la suerte que ella misma se impone».
Cuando leemos en Bruckner cuánto puede prosperar la ideología victimista, entonces vemos que la tesis del obispo del siglo IV tiene también capacidad crítica para nuestro tiempo.
Por ejemplo, si una mujer, que actualmente tiene cáncer de pulmón por fumar demasiado, denuncia a las empresas tabaqueras por no informar sobre los peligros del tabaco y gana el juicio; si a otra mujer, que metió a su perro en el microondas para secarlo, le dan la razón en el proceso contra la empresa fabricante del microondas, se ve entonces a dónde puede llevar la ideología victimista.
Sentirse víctima significa siempre lo mismo: declararse siempre libre de culpa, echarle siempre la culpa a los demás. Contra esta ideología victimista vale la pena al menos tener en cuenta la frase de Crisóstomo, aun cuando a partir de ella no podamos formular ninguna contraideología.
Pues con las ideologías no se ayuda en realidad a los hombres. Es mucho mejor tomar en serio a cada uno en su historia concreta y ayudarle, siendo lo más creativos posible frente a su vida y sus sufrimientos.
Un estudio detenido de la tesis estoica de que somos siempre nosotros los que nos herimos, puede al menos poner en tela de juicio la ideología del sufrimiento, según la cual uno tiene siempre que sentirse mal y todo ha de estar siempre mal, y con ello obligarnos a preguntarnos sobre nuestro planteamiento.
Es evidente que esta tesis no puede llevarnos a negar el sufrimiento real o a restarle importancia. El respeto ante el sufrimiento humano es característico de la actitud cristiana.
En esta tesis es decisivo para mí que el obispo de Constantinopla, y con él los padres de la Iglesia en general, haya entendido también el camino espiritual como un camino terapéutico, como un camino para afrontar con madurez las propias heridas y la historia de la propia vida. La meta del camino espiritual es salvar y liberar al hombre. Cristo es el hombre libre que no depende en absoluto del sufrimiento que le viene de fuera, que tampoco depende del mundo, sino que únicamente depende de Dios.
El que lleva la huella de Dios, el que ha nacido de Dios, ese es el verdaderamente libre. Tal es el mensaje básico de la Biblia. Y es también la experiencia clave de los primeros cristianos. Pues bien, hacia la experiencia de la libertad interior quisiera yo orientar este libro."
Anselm Grün; "No te hagas daño a ti mismo"
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