"Muéstrame tu Rostro"
Existen enigmas que han atormentado desde siempre el corazón humano.
“Se trata de acontecimientos absurdos, sin sentido ni lógica, que todos los días ocurren delante de nuestros ojos.
Vemos personas francamente buenas y las vemos rodeadas de infortunios y fracasos; y vemos, por otro lado, villanos bajo una lluvia de triunfos, salud y honores.
¿Quién entiende esto?
¿Qué ha pasado?
Dios ha trastocado los papeles: lo que le correspondía dar al uno lo ha dado al otro.
Como dice Bernanos, los unos están sufriendo y muriendo en lugar de los otros. ¿Pero no es esto una evidente injusticia? ¿Por qué hace Dios estas cosas?
Tímidamente vamos a aventurarnos a adelantar una explicación.
Dios necesita poner equilibrio entre las ganancias y las pérdidas, entre la cantidad de bien y de mal.
Vivimos en una sociedad singular en que ganamos en común y perdemos en común.
Sí, la Iglesia es como una sociedad anónima de intereses comunes, en la que hay un flujo y reflujo de bienes y en la que todos participamos por igual en las ganancias y pérdidas.
Y como en esta “sociedad” hay tanta hemorragia o pérdida de vitalidad por parte de los bautizados inconsecuentes, tendrán que equilibrarse las pérdidas de los unos con las ganancias de los otros. Ahora bien, como los bautizados que hacen perder vitalidad no serían capaces de hacer rendir vida a las “cruces”, por eso Dios se ve “forzado” a poner a los buenos en oportunidades dolientes para que les hagan rendir mérito y vida. Y de esta manera, Dios logra el equilibrio entre las ganancias y las pérdidas.
Para comprender mejor este misterio y para que la “explicación” del mismo resulte convincente, necesitamos asomarnos al fondo de otros dos misterios.
El Cuerpo de la Iglesia
No somos socios sino miembros de una sociedad especial, la cual es como un cuerpo que tiene muchos miembros, pero todos los miembros juntos forman una sola unidad. Cada miembro tiene su función específica, pero todos los miembros concurren complementariamente al funcionamiento general de todo el organismo (1 Cor 12,12).
Cuando se nos lastima el pie, ¿acaso lo dejamos sangrando, diciendo ¿qué tiene que ver mi cabeza con el pie? Cuando el oído está enfermo, ¿acaso dice el ojo: yo no soy el oído, qué tengo que ver contigo?. ¡No!, sino que cada miembro ayuda a los demás porque todos juntos constituyen el organismo. ¿Qué sería del brazo si no estuviera adherido al cuerpo? ¿De qué valdrían los ojos sin el oído, o los oídos sin los pies? (1 Cor 12,14-22)
Pero hay más: “Si un miembro tiene un sufrimiento, todos los demás miembros sufren con él, o si un miembro es honrado, gozan juntamente todos los miembros” (1 Cor 12,26)
Y aquí está precisamente el eje de la cuestión.
Si a nosotros se nos lastima tan sólo el dedo pequeño, es posible que la fiebre se apodere de todo el organismo: todos los miembros sufren las consecuencias. ¿Por qué las rodillas tendrían que sufrir las consecuencias del dedo pequeño? Porque ganamos en común y perdemos en común. ¿Perdió el dedo?, perdieron los miembros. ¿Sanó el dedo?, sanaron todos los miembros.
Existe, pues, en el interior de ese organismo que llamamos Iglesia una intercomunicación de salud y enfermedad, de bienestar y malestar, de gracia y pecado, igual que en los vasos comunicantes.
Según este misterio nosotros no podemos decir: ¿Por qué tengo que sufrir yo en lugar de un sacerdote desertor de Francia o en lugar de un banquero americano? ¿Qué tengo que ver con ellos? Sí, tengo mucho que ver.
Todos los bautizados del mundo estamos misteriosamente intercomunicados.
El misterio opera por debajo de nuestra conciencia.
Una vez injertados en este árbol de la Iglesia, la vida funciona a pesar de nosotros.
Esto aparece claro con un ejemplo. En mi organismo, yo no sé cómo funcionan el hígado o los pulmones, pero sé que funcionan. Yo no sé cómo es la relación entre el hígado y el cerebro, pero sé que existe tal relación, porque cuando el hígado funciona mal, hay que ver cómo me duele la cabeza. La vida profunda y misteriosa de mi entronque en el Cuerpo vivo de la Iglesia y de mi relación con todos los bautizados, yo no sé cómo funciona, pero sé que funciona.
Entonces, no es indiferente que yo sea un santo o un tibio.
Si gano, gana toda la Iglesia; si pierdo, pierde toda la Iglesia.
Si amo mucho, crece el amor en el torrente vital de la Iglesia.
Si soy un “muerto”, es la Iglesia entera la que tiene que arrastrar este muerto.
Hay, pues, interdependencia.
Con esta explicación, queda esclarecido el misterio y la espiritualidad de las “almas víctimas”.