sábado, 1 de mayo de 2010

Para llegar más lejos



El hombre con voluntad llega en la vida más lejos que el inteligente.
“La conquista de la voluntad” Enrique Rojas.

"Esta afirmación requiere ser explicada. Los dos ingredientes más importantes de nuestra psicología son la inteligencia y la afectividad, de donde nacen dos tipos humanos contrapuestos: el eminentemente racional y el afectivo. Pero entre ambos modelos existen otros tipos intermedios de personalidad, en los que junto al predominio de una u otra característica citada se manifiestan otros elementos psicológicos: sensibilidad, creatividad, memoria, pensamiento, etc. Pero en esencia son dos los cultivos básicos.

Cuando Flaubert escribió La educación sentimental, nunca pudo pensar que estaba diseñando un modelo afectivo para esa segunda mitad del siglo XIX ni las repercusiones que éste tendría . Después, con la llegada de Freud y las distintas psicologías, el tema se ha hipertrofiado.

Pues bien, si el amor y la razón son dos grandes argumentos en la vida del hombre, la voluntad es el puente entre ellos, de tal modo que les da firmeza con su entrenamiento. Una persona muy inteligente, pero que no ha ido poniendo la voluntad en los objetivos previstos, antes o después, se dirige hacia una travesía irregular, zigzageante, hasta salirse de las líneas trazadas.

En cambio, una persona con una inteligencia media, pero con una voluntad férrea, ordenada y constante, con disciplina y autoexigencia, llega al destino trazado, aunque sea con poca brillantez. Un ejemplo de lo que hemos expuesto lo vemos en el estudiante. Hace unos años, dos psicólogos americanos, Harry Clemes y Bear, publicaron un libro que alcanzó una gran resonancia: How to discipline children without feeling guilty, sobre cómo inculcar disciplina a los niños.

El texto es sencillo, pero está repleto de sentido común y de observaciones que surgen en la vida cotidiana: los niños con frecuencia suelen convertirse en problemáticos, generalmente por el mal funcionamiento del ambiente familiar en el que viven; los castigos son buenos siempre que tengan un fondo estimulante y se apliquen con suavidad, ya que son útiles para cambiar el comportamiento inadecuado. Los padres dan seguridad y confianza a un niño cuando saben educarlo con psicología; la coherencia que éstos le aporten es el mejor indicador de que la educación es correcta.

Skinner, uno de los padres de la psicología conductista, decía que del buen manejo del binomio premios y castigos dependía que los niños tuvieran una buena o mala educación.

Hay que empezar siempre por tareas pequeñas e insistir una y otra vez en ellas, sin desalentarse. Enseñar una disciplina conlleva una mezcla de autoridad y cariño, porque la severidad por sí misma no es estimulante, al contrario, produce unos efectos de impotencia ante la tarea que se tenga delante. La educación de la voluntad debe estar educada sobre la alegría, que nos conducirá poco a poco a ser mejores, pero que no hay que confundir con hacer grandes gestas, cosas increíbles, ni renuncias extraordinarias.

Para fortalecer la voluntad lo mejor es seguir una política de pequeños vencimientos: hacer las cosas sin gana, pero sabiendo que ésa es nuestra obligación; después, llevar a cabo otras tareas que cuestan, porque sabemos que es bueno para nosotros; y, más tarde, abordar aquello otro, aunque no apetezca, porque ésa será la manera de irnos haciendo hombres íntegros; finalmente, negarnos aquel pequeño capricho, para entrenarnos en el arte de ser más dueños de nosotros mismos.

Así consigue una persona subirse en el jumbo de los propósitos y las pequeñas resoluciones, a base de lo menudo. Ahí debemos buscar el campo de adiestramiento, que nunca se debe desestimar porque parezca superfluo: cuidar el horario, ser ordenado en las cosas que uno maneja, planificar las cosas que se deben hacer, cuidar los detalles en la convivencia con los demás, saber aprovechar bien el tiempo, aceptar las contrariedades en el devenir de cada día.

Un hombre capaz de obrar así, va adquiriendo una especie de fortaleza amurallada: se hace un hombre firme, recio, sólido, pétreo, compacto, muy difícil de derrumbar. En esas cualidades inician su vuelo las personas de categoría, que con el tiempo llegarán a ser dueños de sí mismos y lograrán las cimas con las que habían soñado. Alguien con voluntad, si persevera, puede conseguir que sus sueños se hagan realidad.

Ovidio decía en una célebre sentencia: «Vídeo meliora proboque sed deteriora sequor» («Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor»). Se necesitan factores de corrección. ¿Por qué? Porque una cosa es tener claro lo que uno debe hacer, lo más conveniente, y otra, muy distinta, aplicarnos en esa vertiente. Ahí entra de lleno la debilidad humana. La voluntad significa capacidad para hacer, para aplicarse, para trabajar en algo que previamente se ha elegido como bueno porque sus resultados serán positivos.

La voluntad nos hace operar sobre la realidad para sacarle el mejor partido; no hay que buscar el éxito resonante e inmediato, sino la victoria en las pequeñas batallas, en escaramuzas, que cada vez nos fortalecen más en la lucha. Estar educado para recibir el placer inmediato es la mejor manera de sentirse uno traído, llevado y tiranizado por el instante más cercano y que más apetece.

Por ese camino, uno no llega a vencerse; al contrario, está desentrenado, porque se siente constantemente derrotado, cuando no satisface lo que le pide el momento inmediato, con esa urgencia tan típica de los que no saben decir no con alguna frecuencia, pues están acostumbrados a entrar siempre por el camino más fácil: el de la complacencia en lo cercano.

La voluntad conduce al más alto grado de progreso personal, cuando se ha obtenido el hábito de hacer, no lo que sugiere el deseo, sino lo que es mejor, lo más conveniente, aunque, de entrada, sea costoso. Toda la publicidad se apoya en lo contrario: estimular el deseo y crear necesidades inmediatas al telespectador, al ciudadano."

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