martes, 25 de enero de 2011

Basta a cada dia



Ao peso do dia presente, temos o mau hábito de juntar o do passado, e ainda mais o do futuro.

O remédio para essa atitude é meditar (e pedir a Deus a graça de o pôr em prática) o ensinamento do Evangelho:

«Não estejais ansiosos quanto à vossa vida, pelo que haveis de comer, ou pelo que haveis de beber; nem, quanto ao vosso corpo, pelo que haveis de vestir.
Não é a vida mais do que o alimento, e o corpo mais do que o vestuário?(...)
Olhai para as aves do céu, que não semeiam, nem ceifam, nem ajuntam em celeiros; e vosso Pai celestial as alimenta.
Não valeis vós muito mais do que elas? (...)

(...) não vos inquieteis, dizendo: Que havemos de comer? Que havemos de beber? Com que nos havemos de vestir?(...) Não vos inquieteis, pois, pelo dia de amanhã; porque o dia de amanhã cuidará de si mesmo. Basta a cada dia o seu mal.»
(Mateus 6, 25-34)

Não se trata de sermos imprevidentes e irresponsáveis, temos obrigação de fazer projectos e de pensar no amanhã. Mas temos de o fazer sem inquietação, sem aquela preocupação que consome o coração e que não resolve nada, impedindo-nos muitas vezes de estar disponíveis para o que temos que fazer no momento presente.
É preciso «evitar transferir para o dia presente o peso e as angústias que o futuro nos inspira» (Etty Hillesum).
O coração não pode estar simultaneamente absorvido pela preocupação com o dia seguinte e acolher a graça do momento presente...

Quando Jesus nos pede que não tenhamos nenhuma preocupação, fá-lo cheio de compaixão e de ternura, principalmente para salvaguardar a qualidade das nossas relações: um coração repleto de inquietações e de preocupações, não está disponível para os outros e não pode fazer de cada momento um verdadeiro momento de comunhão, daqueles que alegram o coração.»

(Jacques Philippe, em "A Liberdade Interior")

sábado, 22 de enero de 2011

El orden sacerdotal



“Mis manos fueron ungidas en mi ordenación sacerdotal.
El óleo no es sólo un símbolo del Espíritu Santo, sino también de la ternura de Dios.
Mis manos siempre me recuerdan que debo compartir el amor de Dios.
No se trata de tenerlo todo siempre a punto, de organizar la parroquia estupendamente, sino de acercarse a los hombres con ternura y transmitirles que las manos de Dios son buenas manos. Dios ha escrito los nombres de los hombres en mis manos y mi nombre en las suyas.
A menudo siento que mis manos están vacías: no tengo nada que ofrecer.
No entiendo el misterio de Dios, no me entiendo a mí mismo.
Y, sin embargo, mis manos deben dar.
Sólo pueden dar lo que reciben una y otra vez.
Me consuela saber que incluso con mis manos vacías soy capaz de dar; sólo las manos vacías pueden recibir lo que Dios deposita en ellas sin descanso.
No obstante, es doloroso no tener "nada" en las manos.
Las palabras que predico en mis sermones no parecen reales; no las puedo repetir, pues suenan huecas. Lo que he aprendido, se me escapa entre los dedos.
No cosecho éxito alguno en mi trabajo.
La experiencia de muchos sacerdotes es dolorosa, porque a pesar de tener las manos cansadas de tanto bregar, la iglesia está cada vez más vacía.
Yo creo que ser sacerdote significa presentar incesantemente a Dios la propia impotencia y alzar ante él las manos vacías.
Con todo, creo que mis manos ungidas son un signo de esperanza, ya que transmiten la bendición de Dios aunque ellas no la experimenten, porque Él no es propiedad de mis manos."
Anselm Grün.
El orden sacerdotal. Pp. 51-52

La arbitrariedad es la muerte del amor



Los Diez Mandamientos no proceden de la voluntad arbitraria de un dios que ostenta su poder.
Más bien, en los diez mandamientos Dios nos dirige su palabra que conduce hacia la libertad.
Las diez palabras, que Él anunció a su pueblo en el Sinaí, están repletas de sabiduría.
En una época de tantos mensajes vacíos, necesitamos palabras que iluminen, palabras que nos orientan con claridad hacia una vida plena. Notamos que ya no vale el capricho, que el “todo vale” ha dejado de estar vigente. No lleva a la vida, sino a la arbitrariedad.
Y la arbitrariedad es la muerte del amor.
Las palabras que nos dio Dios, en los diez mandamientos, protegen nuestra vida y nuestro amor y crean las condiciones para una vida humana feliz y una verdadera armonía entre las personas.
Anselm Grün.

domingo, 16 de enero de 2011

Palabra de Vida - Enero 2011



«El grupo de los creyentes estaba totalmente compenetrado en un mismo sentir y pensar y ninguno consideraba de su exclusiva propiedad los bienes que poseía, sino que todos los disfrutaban en común» (Hch 4, 32)

Como en años pasados, del 18 al 25 de enero se celebra en muchos lugares del mundo la “Semana de oración por la unidad de los cristianos”, mientras que en otros sitios tiene lugar en Pentecostés.
Chiara Lubich solía comentar el versículo bíblico elegido cada año con tal motivo.

Este año la frase bíblica para la Semana de oración es: «Todos se mantenían constantes a la hora de escuchar la enseñanza de los apóstoles, de compartir lo que tenían, de celebrar la cena del Señor y de participar en la oración» (Hch 2, 42). Proponemos para reflexionar y vivir un texto de Chiara de 1994 que comenta Hechos 4, 32.

«El grupo de los creyentes estaba totalmente compenetrado en un mismo sentir y pensar y ninguno consideraba de su exclusiva propiedad los bienes que poseía, sino que todos los disfrutaban en común».

Esta Palabra de vida nos presenta uno de esos cuadros literarios (véase también Hch 2, 42; 5, 12-16) en los que el autor de los Hechos de los Apóstoles nos da a conocer a grandes rasgos la primera comunidad cristiana de Jerusalén. Ésta se caracterizaba por su lozanía, su dinamismo espiritual., por la oración, por el testimonio y, sobre todo, por su gran unidad, rasgo que Jesús quería que fuese signo inconfundible y fuente de fecundidad de su Iglesia.
El Espíritu Santo, que en el bautismo se les da a todos los que acogen la Palabra de Jesús, al ser espíritu de amor y de unidad, hacía de todos los creyentes uno, con el Resucitado y entre ellos, y los llevaba a superar todas las diferencias de raza, cultura y clase social.

«El grupo de los creyentes estaba totalmente compenetrado en un mismo sentir y pensar y ninguno consideraba de su exclusiva propiedad los bienes que poseía, sino que todos los disfrutaban en común».

Pero veamos con más detalle los aspectos de esa unidad.

Ante todo, el Espíritu Santo obraba entre los creyentes la unidad de sus corazones y de sus mentes y, en la dinámica de la comunión fraterna, los ayudaba a superar los sentimientos que la hacían difícil.

En realidad, el mayor obstáculo para la unidad es nuestro individualismo, es el apego a nuestras ideas, puntos de vista y gustos personales. Las barreras con las que nos aislamos y excluimos al que es distinto de nosotros se construyen con el egoísmo.

«El grupo de los creyentes estaba totalmente compenetrado en un mismo sentir y pensar y ninguno consideraba de su exclusiva propiedad los bienes que poseía, sino que todos los disfrutaban en común».

Y la unidad obrada por el Espíritu Santo se reflejaba necesariamente en la vida de los creyentes. Su unidad de pensamiento y de corazón se encarnaba y se manifestaba en una solidaridad concreta, en el compartir sus bienes con los hermanos y hermanas necesitados. Y precisamente porque su unidad era auténtica, no toleraba que en la comunidad unos viviesen en la abundancia mientras que a otros les faltaba lo necesario.

«El grupo de los creyentes estaba totalmente compenetrado en un mismo sentir y pensar y ninguno consideraba de su exclusiva propiedad los bienes que poseía, sino que todos los disfrutaban en común».

La Palabra de vida de este mes subraya la comunión y la unidad, tan encarecida por Jesús. Para realizarla, Él nos dio su Espíritu. ¿Cómo viviremos, pues, esta Palabra de vida?

Escuchando la voz del Espíritu Santo, trataremos de crecer en esa comunión en todos los ámbitos. Ante todo, en el espiritual, superando los brotes de división que llevamos dentro de nosotros. Por ejemplo, sería un contrasentido querer estar unidos a Jesús y al mismo tiempo estar divididos entre nosotros comportándonos de un modo individualista, yendo cada uno por su cuenta, juzgándonos e incluso excluyéndonos. Por lo tanto, es necesario que nos convirtamos de nuevo a Dios, que nos quiere unidos.

Además, esta Palabra nos ayudará a comprender cada vez mejor la contradicción que existe entre la fe cristiana y el uso egoísta de los bienes materiales. Nos ayudará a solidarizarnos realmente con los que están necesitados, aun dentro de nuestras posibilidades.

Como nos encontramos en el mes en que se celebra la semana de oración por la unidad de los cristianos, esta Palabra nos impulsará a rezar y a reforzar nuestros vínculos de unidad y de comunión con nuestros hermanos y hermanas que pertenecen a otras Iglesias, con los que tenemos en común una única fe y un único espíritu de Cristo que recibimos en el bautismo.

Chiara Lubich

Palavra de Vida - Janeiro 2011



“A multidão dos fiéis era um só coração
e uma só alma.
Ninguém considerava suas as coisas que possuía,
mas tudo entre eles era posto em comum”.
(At 4,32)

Essa Palavra apresenta um daqueles “sumários” (veja também 2,42 e 5,12-16) com os quais o autor dos Atos dos Apóstolos retrata, em grandes linhas, a primeira comunidade cristã de Jerusalém. Nesse trecho, a comunidade distinguia -se por um extraordinário vigor e dinamismo espirituais, pela oração e pelo testemunho e, principalmente, por uma grande unidade, sendo essa a característica que Jesus tinha desejado como sinal inconfundível e fonte de fecundidade da sua Igreja.

O Espírito Santo – recebido no Batismo por todos os que acolhem a palavra de Jesus – é espírito de amor e de unidade. Portanto, era Ele que fazia de todos os fiéis uma só coisa com o Ressuscitado e entre si, superando todas as diferenças de raça, de cultura e de classe social.

“A multidão dos fiéis era um só coração e uma só alma. Ninguém considerava suas as coisas que possuía, mas tudo entre eles era posto em comum”.

Mas vejamos detalhadamente os aspectos dessa unidade.

Primeiro: o Espírito Santo realizava a unidade dos corações e das mentes entre os fiéis, ajudando-os a superar aqueles sentimentos que, na dinâmica da comunhão fraterna, tornavam difícil a sua atuação.

Realmente, o maior obstáculo à unidade é o nosso individualismo. Trata-se do apego às nossas ideias, aos nossos pontos de vista e às preferências pessoais. É por causa do nosso egoísmo que se erguem as barreiras pelas quais nos isolamos e excluímos quem é diferente de nós.

“A multidão dos fiéis era um só coração e uma só alma. Ninguém considerava suas as coisas que possuía, mas tudo entre eles era posto em comum”.

A unidade realizada pelo Espírito Santo refletia-se necessariamente, também, na vida concreta dos fiéis. A unidade de pensamento e de coração encarnava-se e manifestava-se numa solidariedade concreta, por meio da partilha dos próprios bens com os irmãos e as irmãs que passavam necessidade. Justamente por ser uma unidade autêntica, ela não tolerava que, na comunidade cristã, alguns vivessem na abundância, enquanto outros não tivessem nem mesmo o necessário.

“A multidão dos fiéis era um só coração e uma só alma. Ninguém considerava suas as coisas que possuía, mas tudo entre eles era posto em comum”.

Como poderemos viver, então, a Palavra de Vida deste mês? Ela ressalta a comunhão e a unidade que Jesus tanto recomendou, a ponto de doar-nos o seu Espírito para vê-la realizada.

Logo, atentos à voz do Espírito Santo, procuremos crescer nessa comunhão em todos os níveis. Primeiramente em nível espiritual, superando os germes de divisão que trazemos dentro de nós. Seria, por exemplo, absurdo querermos estar unidos a Jesus e, ao mesmo tempo, estarmos divididos entre nós, comportando-nos de modo individualista, cada um por conta própria, julgando-nos uns aos outros e, quem sabe, rejeitando-nos mutuamente. Portanto, é preciso realizar uma renovada conversão a Deus que nos quer ver unidos.

Além disso, essa Palavra nos ajudará a entender cada vez mais a contradição que existe entre a fé cristã e o uso egoísta dos bens materiais. Ela nos ajudará a realizar uma autêntica solidariedade com aqueles que estão passando necessidade, embora nos limites do que nos é possível.

Essa Palavra nos levará, ainda, a rezar pela unidade dos cristãos e a reforçar os vínculos de unidade e o amor de comunhão com os nossos irmãos e irmãs de outras Igrejas, com os quais temos em comum a única fé e o único espírito de Cristo, recebido no Batismo.

Chiara Lubich
Esta Palavra de Vida foi publicada originalmente em janeiro de 1994.

viernes, 14 de enero de 2011

Purgatorio: Fuego de Amor


El purgatorio no es un lugar, sino “fuego de amor”
El Papa dedica su catequesis a santa Catalina de Génova

El purgatorio no es tanto un “espacio” donde se purifican las almas, sino un “fuego interior” que purifica a la persona y la hace capaz de contemplar a Dios, afirmó Benedicto XVI, durante la Audiencia General.
Como es habitual en los últimos meses, el Papa quiso dedicar su catequesis , dentro de la Audiencia General celebrada el Aula Pablo VI, a una mujer, santa Catalina de Génova, conocida sobre todo por sus reflexiones sobre la naturaleza del purgatorio.
Esta mujer italiana, que vivió en el siglo XVI, tuvo una fuerte experiencia interior de conversión que la llevó a renegar de la vida mundana que había llevado hasta entonces, dedicándose desde entonces al cuidado de los enfermos, hasta su muerte.
Catalina tuvo una serie de revelaciones místicas, que consignó en su Tratado sobre el purgatorio y el Diálogo entre el alma y el cuerpo.

Aunque nunca tuvo revelaciones particulares sobre el purgatorio, explicó el Papa, “ en los escritos inspirados por nuestra Santa es un elemento central, y la manera de describirlo tiene características originales respecto a su época”.

La santa describe el purgatorio no tanto como un “lugar”, como era habitual en su época: “no está presentado como un elemento del paisaje de las entrañas de la tierra: es un fuego no exterior, sino interior”.

“Esto es el purgatorio, un fuego interior”, subrayó el Papa.

La Santa, en sus escritos, “habla del camino de purificación del alma hacia la comunión plena con Dios, partiendo de su propia experiencia de profundo dolor por los pecados cometidos, en contraste con el infinito amor de Dios”.

Cuando Catalina, en el momento de su conversión, “siente de repente la bondad de Dios, la distancia infinita de su propia vida de esta bondad y un fuego abrasador dentro de ella. Y este es el fuego que purifica, es el fuego interior del purgatorio”.
Otra de las características de Catalina es que “no parte del más allá para narrar los tormentos del purgatorio – como era habitual en ese tiempo y quizás también hoy – y después indicar el camino para la purificación o la conversión”.
Al contrario, “parte de la experiencia propia interior de su vida en camino hacia la eternidad”.

“Catalina afirma que Dios es tan puro y santo que el alma con las manchas del pecado no puede encontrarse en presencia de la divina majestad”.
Así, “el alma es consciente del inmenso amor y de la perfecta justicia de Dios y, en consecuencia, sufre por no haber respondido de modo correcto y perfecto a ese amor, y por ello el amor mismo a Dios se convierte en llama, el amor mismo la purifica de sus escorias de pecado”.

Utilizando una imagen de la época, la santa explicaba que “cuando Dios ha purificado al hombre, lo ata con un hilo finísimo de oro, que es su amor, y lo atrae hacia sí con un afecto tan fuerte, que el hombre se queda como superado y vencido y todo fuera de sí”.

“Así el corazón humano es invadido por el amor de Dios, que se convierte en la única guía, el único motor de su existencia”, añadió.
“Esta situación de elevación hacia Dios y de abandono a su voluntad, expresada en la imagen del hilo, es utilizada por Catalina para expresar la acción de la luz divina sobre las almas del purgatorio, luz que las purifica y las eleva hacia los esplendores de los rayos resplandecientes de Dios”.
Así, concluyó el Papa, “esta santa nos recuerda una verdad fundamental de la fe que se convierte para nosotros en invitación a rezar por los difuntos para que puedan llegar a la visión bendita de Dios en la comunión de los santos”.

Fuente: ZENIT.org

lunes, 10 de enero de 2011

Mandamientos para un largo camino


Por Roon Rolheiser
Lunes 10 de Enero del 2011
Fuente: Ciudad Redonda


Daniel Berrigan, famoso jesuita americano, activista por la paz, escribió hace mucho tiempo un librito titulado “Mandamientos para un Largo Camino”. El librito pretendía ser sustento espiritual, alimento reconfortante para los que caminan por la larga y solitaria ruta de la fe y que con frecuencia se encuentran desalentados y se quedan sin gas. Berrigan no ofrece un arreglo rápido, una barita mágica, sino que indica la dirección correcta por la que habríamos de caminar y por la que, en coyunturas clave, si nos fijamos en la diana correcta, podríamos encontrar la jarra del profeta Elías. Alimento de Dios para el camino.

Al comenzar el nuevo año 2011, llenos de esperanza y de nuevos propósitos, he aquí diez mandamientos que pudieran servirnos oportunamente mientras caminamos por el largo trayecto de la vida:

1. Reconoce tu contingencia, tu impotencia. Eres una creatura, no el creador.
Tú no eres Dios, sino creatura.
Solamente Dios es “ipsum esse subsistens” (en latín), un ser autosuficiente en sí mismo.
Como todas las creaturas, tú eres dependiente e interdependiente.
La vida funciona cuando reconoces esto, cuando aceptas que no puedes darte vida a ti mismo.
Todo es don.
Si tratas de vivir la falsa impresión de tu auto-suficiencia e intentas garantizar tu propia inmortalidad, estás imitando el pecado de Adán y Eva, con todo incluido: toda la inutilidad del esfuerzo, comportamiento como si fueras dueño y señor, y el consiguiente alejamiento de la naturaleza.
El vivir como-Dios-manda comienza con las palabras: “¡Yo no soy Dios!”

2. Ora: oración de impotencia, gratitud y alabanza.
¡Ora siempre!
También, ora formalmente cada día.
Gracias a tu bautismo, tú eres sacerdote.
Ora como sacerdote: Alza y ofrece el mundo a Dios cada día.
Alza y ofrece tanto sus maravillas como sus penas.
Ora con gratitud, dando gracias a Dios, no sólo “por esto o por aquello concreto”, sino por la vida misma, por la luz, por esta nuestra madre-tierra, por los que te aman.

3. Ora desde tu debilidad y desamparo:
“Señor, abrázate a mí, para que no me aleje de ti.
Haz por mí lo que no puedo hacer por mí mismo”.
Acoge con agrado y acepta el momento actual.
Vida es lo que te sucede mientras estás planificando tu vida. No permitas que los negocios, los placeres y angustias de la vida te roben el momento presente. Sólo ese momento es el real. Empápate de él, con todo lo que lleva consigo. Es el único lugar donde experimentarás amor y alegría. Si ahora, en este instante, no, ¿cuándo? Si no con esta gente, ¿con quién? Si no es aquí, ¿dónde?

4. Permítete ser incapaz o incompetente.
Tienes permiso, tanto de Dios como de la naturaleza, para no ser perfecto.
No seas demasiado duro contigo mismo, ni, especialmente, con los demás.
Nadie alcanza el ideal, todo el mundo se queda corto.
Dios no te impide caer o fallar, pero te redime cuando realmente caes. Dios te quiere como eres.
¡No temas, eres incapaz!

5. Sé suficientemente amable y crítico, al mismo tiempo.
Si eres crítico sin ser amable, eres destructivo. Si eres amable sin ser crítico, eres débil. Tus seres queridos, tu iglesia y tu comunidad necesitan que seas amable y crítico, ambas cosas al mismo tiempo. No chantajees a la comunidad amenazando constantemente con retirarte. Ama, sé crítico, y permanece. Saca de tu bolso tanto lo nuevo como lo viejo.

6. Sé pos-ideológico, pos-histórico-personal, pos-conservador, pos-liberal, pos-ingenuo y pos-sofisticado.
Sé no-clasificable.
No te dejes clasificar.
Ten un número que no conste en la lista ni como liberal ni como conservador. Admite que tanto las derechas como las izquierdas se han quedado sin imaginación y que sus tendencias son muy selectivas. No seas ingenuo, pero tampoco sofisticado.
Mira a ambas actitudes como fases por las que tienes que atravesar. Perdona a tu propio pasado.

7. Bendice todo lo bello y bueno, aun cuando estés donde se alza la cruz de Cristo.
Bendice lo que hay de bueno en el mundo.
Nunca, por el bien de una causa, de la ortodoxia o de la justicia, menosprecies la belleza. Todo lo bueno y bello tiene a Dios por autor. Hónralo, antes de proferir una palabra de desafío al mundo.
Imita a Cristo: Primero bendice al mundo y su bondad, y entonces, sólo entonces, muévete a mantenerte firme donde se erige perennemente la cruz, donde los excluidos de la cultura se encuentran a sí mismos.

8. Sé escandalosamente “Católico”
Disfruta de la bondad de la vida.
Tenemos permiso divino para ser felices.
Dios inventó el vino. Jesús escandalizó a cierta gente por su capacidad de gozar de la vida. Bebió vino y dejó que sus amigos caldearan su corazón. No confundas Juan el Bautista con Jesús. El asceta fue Juan; no Jesús.

9. Acepta envejecer.
Fíate más del misterio pascual que de los productos de belleza.
Todo lo que muere -incluso nuestros cuerpos- trae vida nueva y rica. La sabiduría pascual contribuirá a tu alegría más que un estiramiento facial.
Hay que definir el envejecimiento estéticamente.
Tu alma debe envejecer como es debido antes de partir; y tu cuerpo, como una vieja barrica de vino, irá tomando diferente función y hermosura conforme vas envejeciendo.
Saber envejecer es una forma de arte.

10. ¡Sirve al Dios verdadero!
Según nos asegura Juliana de Norwich, célebre escritora mística inglesa (+ 1416), “Dios es completamente tranquilo y cortés, él mismo es la felicidad y la paz de sus amigos queridos, con su hermoso rostro irradiando amor sin medida, como una maravillosa sinfonía”.
No sirvas a ningún otro Dios más que a éste.
No te sometas a ningún becerro de oro, creado a imagen y semejanza de nuestras propias tensiones y amarguras.

Columna tomada de los archivos de la web del P. Ron Rolheiser,
publicada inicialmente el 01/01/2002.

domingo, 9 de enero de 2011

Este es mi Hijo, el Amado



Hay momentos en la vida de las personas
que marcan un antes y un después.
Pueden ser puntuales, pueden ser procesos en el tiempo,
pero no hay vuelta atrás.
Se pueden poner muchos ejemplos:
cuando un joven se pone a trabajar por primera vez
o cuando comienza sus estudios en la universidad –eso implica muchas veces el abandono de la casa familiar
–o cuando entra en un noviciado porque quiere ingresar en una congregación religiosa.
Incluso en el caso de que se pierda el trabajo,
de que se deje la universidad
o de que se abandone la congregación religiosa,
nada vuelve a ser como antes.

El Bautismo de Jesús que hoy celebramos
como broche y punto final del tiempo de Navidad
viene a ser algo así.
Los Evangelios lo sitúan como el gozne que se sitúa entre un antes –un periodo de tiempo del que desconocemos casi todo de la vida de Jesús– y el después– otro tiempo del que tenemos abundante información a través de los Evangelios y que culminará con su muerte en la cruz y la confesión de fe en su resurrección–.
El tiempo antes del Bautismo suponemos que fue vivido con su familia en la evolución normal de cualquier niño-chico-joven-adulto de aquel tiempo.
Según la tradición Jesús muere en la cruz con 33 años.
Si le restamos los tres años de la vida pública que relatan –más o menos– los Evangelios, se podría decir que se bautizó a los 30 años.
Eso nos habla de mucho tiempo de vida “normal”, “ordinaria”.

Jesús en busca de sentido
Pero algo debió suceder para que Jesús se acercase a Juan

y le pidiese que le bautizase.
Ese algo fue sin duda parte de un proceso

en el que Jesús toma conciencia de su misión.
Desde nuestra fe confesamos que Jesús es Dios

pero también que era plenamente hombre.
Por tanto, debió pasar por los procesos ordinarios

de reflexión y discernimiento
hasta darse cuenta de que su vocación, su llamada,
no era a pasarse la vida repitiendo lo mismo que había hecho su padre, José.
Lo suyo no era ser artesano.


En ese momento Jesús descubre su vocación y se redescubre a sí mismo.
Su experiencia de sentirse Hijo le lleva a darse cuenta
de que su misión consiste en anunciar a todo el mundo
la buena nueva de la salvación.

Si ese proceso fue largo o corto en el tiempo, no nos importa mucho.
Los evangelistas lo condensan en este momento del Bautismo
con la imagen de la paloma que simboliza al Espíritu de Dios
y con las palabras del cielo: “Este es mi hijo, el amado, mi predilecto.”

Más importante que imaginar a Jesús acercándose a Juan para pedirle el bautismo o imaginar la paloma del Espíritu posándose sobre su cabeza,
es reflexionar sobre la misión recién asumida por Jesús.
Es una misión que le lleva a dejar todo y a comenzar una vida nueva.
Familia, trabajo, amigos, todo queda atrás.
En adelante su madre y sus hermanos serán los que escuchan la Palabra de Dios.
Su familia serán todos los hombres y mujeres porque todos son amados por Dios.
La familia es la familia del Reino. Comienza un mundo nuevo.

Una misión que llena su vida
El libro de Isaías nos da las claves desde las que los evangelistas
interpretaron la misión de Jesús.
Será el mesías esperado pero no de la forma ni con el estilo que lo esperaban los israelitas de su tiempo.
No viene a imponerse con un ejército.
No trae la liberación política
–aunque su mensaje tiene increíbles consecuencias políticas–.
No invade las conciencias.
El mensaje de la buena nueva es un mensaje amable,
que respeta a las personas y su libertad.
Se dirige de una manera especial a los que sufren,
a los marginados, a los que están sometidos a la injusticia.
El mensaje del reino promete la libertad y la plenitud de la vida
en el marco de la familia de Dios.
Es luz para los ciegos, libertad para los cautivos.
Es justicia para todos.
Y siempre atento al detalle y a lo que cada persona necesita:
“la caña cascada no la quebrará.”

Lo suyo es sanar, no matar.
Curar, no herir.
Dar vida, no condenar.
Lo suyo es salvar, reconciliar, perdonar, dar esperanza.
El que tenga oídos para oír que oiga.

Quizá por eso, años después, cuando Pedro proclama la buena nueva a los judíos y les tiene que hablar de Jesús, les dice que estaba “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu” y que “pasó haciendo el bien... porque Dios estaba con él”.
Hacer el bien, curar, son los signos que ofrece Pedro
a su auditorio para demostrar que Jesús era la viva presencia de Dios entre nosotros.

El Bautismo marcó un antes y un después en la vida de Jesús.
A partir de él “pasó haciendo el bien”.
Ese debería ser el principal distintivo por el que se nos debería conocer a sus discípulos.
Como Jesús nos hemos bautizado,
el Espíritu se ha posado sobre nosotros.
Ahora nos queda vivir como Jesús:
haciendo el bien y curando de todo dolor
a los que nos encontramos en nuestro camino.
Así verán que Dios está con nosotros.

Fernando Torres Pérez cmf
Fuente: Ciudad Redonda

sábado, 8 de enero de 2011

Gustad y ved

Salmo 33
Gustad y ved

Dejo que las palabras resuenen en mis oídos:
“Gustad y ved qué bueno es el Señor.”
Gustad y ved.

Es la invitación más seria y más íntima que he recibido en mi vida: invitación a gustar y ver la bondad del Señor.
Va más allá del estudio y el saber, más allá de razones y argumentos, más allá de libros doctos y escrituras santas.
Es invitación personal y directa, concreta y urgente.
Habla de contacto, presencia, experiencia.
No dice “leed y reflexionad”, o “escuchad y entended”, o “meditad y contemplad”, sino “gustad y ved”.
Abrid los ojos y alargad la mano, despertad vuestros sentidos y agudizad vuestros sentimientos, poned en juego el poder más íntimo del alma en reacción espontánea y profundidad total, el poder de sentir, de palpar, de “gustar” la bondad, la belleza y la verdad. Y que esa facultad se ejerza con amor y alegría en disfrutar radicalmente la definitiva bondad, belleza y verdad que es Dios mismo.
“Gustar” es palabra mística.

Y desde ahora tengo derecho a usarla.
Estoy llamado a gustar y ver.
No hay ya timidez que me detenga ni falsa humildad que me haba dudar.
Me siento agradecido y valiente, y quiero responder a la invitación de Dios con toda mi alma y alegría.
Quiero abrirme al gozo íntimo de la presencia de Dios en mi alma.
Quiero atesorar las entrevistas secretas de confianza y amor más allá de toda palabra y toda descripción.
Quiero disfrutar sin medida la comunión del ser entre mi alma y su Creador.
Él sabe cómo hacer real su presencia y cómo acunar en su abrazo a las almas que él ha creado.
A mí me toca sólo aceptar y entregarme con admiración agradecida y gozo callado, y disponerme así a recibir la caricia de Dios en mi alma.
Sé que para despertar a mis sentidos espirituales tengo que acallar el entendimiento. El mucho razonar ciega la intuición, y el discurrir humano cierra el camino a la sabiduría divina.

El discurrir impide el gustar y ver.
He de aprender a quedarme callado, a ser humilde, a ser sencillo, a trascender por un rato todo lo que he estudiado en mi vida y aparecer ante Dios en la desnudez de mi ser y la humildad de mi ignorancia.
Sólo entonces llenará él mi vacío con su plenitud y redimirá la nada de mi existencia con la totalidad de su ser.
Para gustar la dulzura de la divinidad tengo que purificar mis sentidos y limpiarlos de toda experiencia pasada y de todo prejuicio innato.
El papel en blanco ante la nueva inspiración.
El alma ante su Creador y Señor.
El objeto del sentido del gusto son los frutos de la tierra en el cuerpo, y los del Espíritu en al alma: “amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza.” (Gálatas 5,22).

Cosecha divina en corazones humanos.
Esa es la cosecha que estamos invitados a recoger para gustar y asimilar sus frutos.
La alegría brotará entonces en nuestras vidas al madurar las cosechas por los campos del amor; y las alabanzas del Señor resonarán de un extremo a otro de la tierra fecunda.
Bendigo al Señor en todo momento,
Su alabanza siempre está en mi boca.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
Ensalcemos juntos su nombre.”


p.carlos valles sj

La Misericordia



Enseñanza de F. Raniero Cantalamessa

El tema de esta enseñanza ha sido ya anunciado en una de las profecías que han sido pronunciadas aquí:

“La fragancia de la misericordia de Dios”.
Esta meditación la inicio con un pensamiento, que me llegó un día a la mente de forma instantánea e insistente, mientras me preparaba para la Misa.

El pensamiento era éste:
"Los que crucificaron a Cristo se salvaron".

Parecía como si Dios, a través de aquel pensamiento nada común, estuviera tocando mi mente para decirme que lo siguiera, porque quería mostrarme algo.
Yo lo seguí, y vamos a ver lo que me manifestó.
Cada vez que recitamos el Padrenuestro decimos: "Hágase tu voluntad".
Pero ¿cuál es la voluntad de Dios?

¿Qué es lo que quiere verdaderamente Dios?
Hay una voluntad de Dios secreta, que se refiere a nuestro presente y a nuestro futuro, que nosotros ignoramos, y esperamos conocer.
Por lo general a ella nos referimos, cuando decimos:
"Muéstrame, Señor, tu voluntad. Que se cumpla en mí tu voluntad".
Esta es una voluntad personal de Dios, pues se refiere al designio específico de Dios sobre mí.
Pero existe una voluntad de Dios manifiesta que ya ha sido revelada.

Es clara y universal; es decir, se refiere a todos los hombres y no únicamente a mí mismo.
Y esta voluntad es que todos los hombres se salven.

Dice San Pablo en la primera carta a Timoteo:
"Dios quiere sobre todo esto: Que nadie se pierda".
Se la llama voluntad salvífica, universal de Dios.

Es una tesis de la Dogmática.
Entonces decir "Que se haga tu voluntad" equivale a decir "Padre, que todos tus hijos se salven, y entren en el Reino; que nadie se pierda; que todos tengan la Vida, (también ese que no me acepta, que no me estima, que me persigue,…)”.
Aquí tenemos el punto esencial, hermanos.
Toda la fuerza de aquella oración consiste en incluir también a mis enemigos:
“Que todos los hombres se salven, -también mis enemigos.”

Así lo practicó Jesús en su vida.
Aquellas palabras del Padrenuestro –“Hágase tu voluntad”- vuelven a estar en la oración de Jesús en Getsemaní, y su significado es claro: "Padre, si no es posible que pase este cáliz sin que Yo lo beba, si los hombres mis hermanos no pueden salvarse sin que Uno tome sobre sí su pecado y muera por ellos, te digo: 'Hágase tu voluntad; para esto he llegado a esta hora; acepto morir por ellos".
De esta manera, una voluntad de hombre, como lo era la de Jesús, aunque a la vez divina, se expande para poder asumir en ella la voluntad universal, salvífica de Dios. "Por eso me ama el Padre -dice Jesús-, porque Yo ofrezco mi vida por las ovejas".

Al presentarnos el precepto del amor a los enemigos, Jesús nos pone de ejemplo el comportamiento del Padre celeste, "que hace llover y hace brillar el sol sobre justos y pecadores". Y concluye diciendo: "Por lo cual, sed perfectos en la misericordia como es perfecto vuestro Padre del cielo".
Tenemos una manifestación mucho más grande de la misericordia de Dios: la que nos dio Jesús mismo, en los últimos momentos de su vida, cuando dice: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen".
Estas son las palabras más divinas, más santas, que hayan pronunciado labios humanos. Aquellos estaban ahí, encarnizados para destruirlo y erradicarlo de la tierra; estaban ahí con inaudita violencia para tirarlo de una parte y de otra, y clavarlo en la cruz.
¡Porque aquellas palabras fueron pronunciadas precisamente mientras lo crucificaban!
Y Él dice: "Padre, perdónalos".

En la Ultima Cena, había dicho Jesús:
“Nadie tiene amor más grande que aquél que da la vida por los amigos".
Pero el significado de esta frase podría llevarnos a engaño.
San Pablo dice que puede haber (aunque no con mucha frecuencia, muy raramente) alguien que esté dispuesto a dar la vida por una persona honrada y amiga, pero Dios manifiesta la calidad de su amor amándonos y muriendo por nosotros, mientras todavía éramos pecadores, o sea, enemigos; no amigos, enemigos.
Por lo demás, Jesús mismo había dicho:
"Si amáis a quien os ama, ¿qué mérito tenéis?".
Entonces hay que precisar el sentido de aquella palabra de Jesús:
"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos".
Cuando Él dice que no hay amor más grande que dar la vida por los propios amigos, la palabra "amigos" está entendida en sentido pasivo, no activo.
Significa los que son amados por tí, no los que te aman.
La realidad es que Jesús llama a Judas "amigo", no porque fuera Él amado por Judas, sino porque Él amaba a Judas.
El sentido de aquella frase de Jesús es como sigue, por lo tanto:
"Nadie tiene mayor amor que éste: Dar la vida por los propios enemigos, considerándolos amigos".
En el amor a los enemigos, en esto consiste propiamente la misericordia, de la que está penetrado el corazón de Dios y toda la Biblia.
Como el agua llena los mares, así la misericordia llena el corazón de Dios.
No había misericordia antes del pecado de Adán; no; no había. Había sólo amor en Dios antes del pecado de Adán. La misericordia es la forma que asume el amor frente al pecado. Por tanto, en Dios hay misericordia solamente a partir del pecado de Adán; no antes. Antes había sólo amor.

Con la palabra misericordia nosotros entendemos muchas cosas, tal vez inconexas, (piénsese en las obras de misericordia). Pero no olvidemos que, entre estas obras de misericordia, hay una que no es como las otras sino que está por encima de las demás, que les da valor a todas y es: Tener piedad del enemigo, del adversario; apiadarse en el corazón.
Misericordia está formada por dos palabras: compadecerse en el corazón.

Dios ha querido que quedaran signos de su misericordia, a manera de monumentos que atestiguaran por los siglos hasta dónde llegó la capacidad de Dios en perdonar.
Y por eso, "los que crucificaron a Cristo se salvaron", y los encontraremos esperándonos en el Paraíso.
Jesús oró por ellos -ésta es la razón-. Jesús oró por ellos.
Nosotros no sabemos exactamente a quién se refería Jesús, cuando decía: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen", -si a todos los responsables de su muerte, incluidos Caifás y Pilatos, o si solamente a aquéllos que lo estaban clavando en ese momento en la cruz-. No sabemos, decía, por quiénes rogó.
Pero lo que sí sabemos con certeza es que aquéllos por los que rogó se salvaron, porque el Hijo de Dios oró por ellos con toda su autoridad: "Padre, perdónalos". Y el Padre, que había escuchado todas las oraciones del Hijo, como dice Él mismo, no pudo dejar caer en el vacío su última oración. Los que crucificaron a Cristo están en el cielo, -las primicias de la Iglesia. Porque la Iglesia no es otra cosa que la comunidad de los que han acogido la acusación de Pedro en los Hechos de los Apóstoles -"Vosotros crucificasteis a Jesús de Nazaret-”, y se arrepintieron, recibiendo el don del Espíritu Santo.

Hermanos,
para nosotros los creyentes, no hay cosa más preciosa y agradable a Dios,
que podamos hacer, que entrar en este misterio de la misericordia de Dios,
que anhelar ser perfectos en la misericordia como nuestro Padre del cielo.

De dos maneras podemos penetrar en este misterio.
La primera manera es receptiva, y consiste en el hecho de que nosotros, aún antes de preocuparnos por lo que debemos hacer, acojamos y recibamos conmovidos y con fe esta realidad divina.
Aceptamos y recibimos la misericordia de Dios sobre nosotros, nos dejamos bautizar por la misericordia de Dios, la admiramos con alabanza y acción de gracias, damos gracias al Señor por su misericordia, continuando así la admiración del salmista que no se cansa de repetir el estribillo interminable:
"Porque es eterna su misericordia, porque es eterna su misericordia" (Salmo 135).
Y la admiración de María, que en el “Magníficat” exclama: "Su misericordia se extiende de generación en generación".
Esta primera manera -receptiva- se realiza a través de la fe y los Sacramentos. En la Eucaristía, por ejemplo, nosotros comemos y bebemos la misericordia de Cristo. Su Cuerpo y su Sangre es la misericordia de Cristo.

Recordamos su entrega en sacrificio por todos, y ello la noche en que iba a ser entregado.
No cuando todo iba bien, sino la noche en que iba a ser entregado.
Luego, mediante la fe, nos apropiamos con confianza, sin mérito, y sin miedo, de la misericordia de Dios. Nos apropiamos de la misericordia de Dios.
Hacemos la operación más simple y más atrevida que un hombre puede hacer con Dios.
Tan simple y tan ventajosa y, aún así, son tan pocos los que la hacen...
Nosotros proclamarnos, simplemente, que es mérito nuestro y justicia nuestra la misericordia de Dios. Y en un instante estamos “llenos de méritos”... Hemos realizado el sagrado intercambio, el golpe de audacia del que hablaremos un día en la Asamblea General. Jesús mismo ha venido a ser nuestra justificación, santificación y redención.

Pensándolo bien, es un botín arrebatado, pero un botín que Dios mismo nos pone a la vista, quedándose sorprendido de que sean tan pocos los astutos que arrebaten de esa forma el Reino de los Cielos, la misericordia de Dios.
Hay un texto de San Bernardo, que voy a citar en otro momento, que dice:
"Yo, todo lo que me falta con respecto a la santidad, me lo apropio con confianza del corazón del Señor, porque está lleno de misericordia. Por lo tanto, declaro que es mérito mío la misericordia de Dios. ¡Ciertamente no estoy pobre de méritos mientras Él esté rico en misericordia".

“Si las misericordias del Señor son muchas, -como dice un salmo-,
yo también rebosaré de méritos", -dice San Bernardo, un doctor de la Iglesia.
Y añade San Bernardo:
“¿Qué decir de mi injusticia? Oh Señor, me cubriré también con justicia porque ésta es también la mía, ya que Tú eres, para mí, justicia de parte de Dios".

Esto es lo que significa hacer nuestra la misericordia de Dios, hacer de la misericordia de Dios nuestro único mérito. Por lo dicho, la primera relación con la misericordia de Dios, que hemos llamado receptiva, consiste en esta contemplación y comunión, consiste en recibirla y exaltarla.

La segunda manera es activa, y consiste en imitar la misericordia de Dios.
Es decir, es una manera que nos impulsa a la acción.
El Apóstol escribía a los Colosenses:
"Como elegidos de Dios, santos y predilectos, revestíos de entrañas de misericordia, de agrado, de humildad, de sencillez, de tolerancia, soportándoos mutuamente y perdonándoos cuando uno tenga queja contra otro. El Señor os ha perdonado; perdonaos también vosotros".

Perdonando es como se nos perdona;
usando misericordia es como se obtiene misericordia.
"Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden".
¡Qué profunda esta sentencia del Padrenuestro, y con qué facilidad la recitamos sin darnos cuenta de lo que decimos!
¡Ay del siervo que, habiendo obtenido la condonación de la deuda de diez mil talentos por parte de su patrón, no es capaz de condonar cien miserables denarios a su compañero!

“Cuando Dios, después de haberme hecho contemplar su misericordia en aquel día, me invitó a dirigir la mirada hacia mí, me quedé estupefacto. Porque he visto lo que sube de mi corazón cada vez que pienso en alguno que se opone a mí con terquedad, me critica o me calumnia, o que lo ha hecho en el pasado... No son deseos que valgan, que sean sanos, que gocen de la estima de los hermanos... Más bien son deseos turbios, más o menos conscientes, de estar yo por encima de ellos, de que los hechos prueben su error, y restituyan mi derecho”.

Y yo tratando de echar el agua del perdón sobre estas llamas siniestras del orgullo y del amor propio, y ellas volviendo a encenderse una y otra vez...
¡Dios mío, qué tremenda lucha! "¿Quién me librará de este cuerpo de pecado?", -decía San Pablo, y digo yo mismo.
Pero, a Dios gracias, hermanos, si yo no logro mirar en toda la actuación de mi Dios, si en la primera oportunidad llego a ser traicionado por mi resentimiento, pues bien, de todas maneras, me alegraré, porque esto hará que me sienta pequeño. Me hará entender cuán grande ha sido el misterio de la piedad que se manifestó en Jesucristo.
Ensalzaré a mi Señor, y Él se erguirá todavía más alto sobre las ruinas de mis ambiciones de santidad. Todavía más: Menos correré el riesgo de humillar a mis adversarios con la generosidad en perdonar; haré todo lo que pueda: rogaré, imploraré este don máximo del Padre de las luces. Pero, si otra vez llego a caer, no me desalentaré.
Una cosa no volveré a hacer jamás, -es un propósito-: Nunca le diré a mi Dios, ni siquiera indirectamente: "Escoge: o yo, o mi adversario". No se puede imponer a un padre esta alternativa cruel de escoger entre dos hijos, por el solo hecho de que ellos estén peleados entre sí. El Padre quiere que todos los hombres se salven; por lo mismo yo no voy a tentar a Dios, pidiéndole que asuma mi causa contra mi hermano. Así no obró Jesús. Todo lo contrario: murió para restituirle al Padre todos los hijos que estaban dispersos. Le dijo al Padre: "Sacrifícame mejor a mí".

Así, pues, cuando esté en conflicto con un hermano mío
(hablo en primera persona, e invito a cada uno de vosotros a escuchar en primera persona) mucho antes de hacer valer y discutir mi punto de vista, que por otra parte es lícito y muchas veces hasta obligatorio hacer, le diré a Dios: "Padre, salva a ese hermano mío; sálvanos a los dos. Te pido para él lo que te pido para mí; no deseo yo tener la razón, y que él esté equivocado. Deseo que también él tenga razón; si es necesario, que sea él quien tenga la razón. Así Tú no serás ofendido, y llegará tu Reino, y yo habré ganado un hermano". Para mí será siempre la mejor parte, la de humillarme y estar al lado de Jesús.

Esta misericordia de unos para con otros, hermanos, es indispensable para vivir la vida del Espíritu y cualquier otra forma de vida en comunidad.
Es indispensable para la familia -¿qué sería de una convivencia matrimonial sin el perdón recíproco?-; es indispensable en una comunidad religiosa; es indispensable en una Parroquia; es indispensable en un Grupo de Oración; y en la Renovación Carismática.
No se puede evitar que donde están más personas haya pareceres diversos, gustos diversos, caracteres diversos, ...
“Nosotros somos -dice San Agustín- vasos de arcilla que se rompen en cuanto se tocan unos con otros”.
Aún cuando seamos una arcilla elaborada, una pieza de cerámica o porcelana, seguimos siendo arcilla.

¿Qué hacer, entonces, para conservar la unidad?
Sin el ejercicio del perdón, del querer salvar y no eliminar al hermano que tiene una opinión diferente de la mía, nacen las divisiones como en Corinto:
“Yo soy de Fulano, y yo soy de Mengano; yo soy de Pedro, y yo soy de Pablo".
En lugar de que la atención se centre en Cristo, se concentra en las personas; y en lugar de recoger, se desparrama.
Cuando no se tiene el valor de morir a sí mismo, perdonando y reconciliándose, se escoge el camino más fácil: Se hace la división, se forma un nuevo grupo de oración, por ejemplo.
Pero se trata de una solución ilusoria; otro hará lo mismo contigo en el nuevo grupo que has fundado. En cuanto tú estés en desacuerdo, él a su vez formará un nuevo grupo.
La proliferación y el fraccionamiento de los grupos de oración, cuando no responde a exigencias reales de crecimiento, -exigencias ponderadas conjuntamente por los responsables-, no es signo de crecimiento sino de derrumbe espiritual; no es una operación conforme al Espíritu sino conforme a la carne.

A mí me gusta decir que el perdón es para un organismo comunitario lo que el aceite es en un motor. Haced la prueba de salir un día con el coche sin una gota de aceite en el motor, haced la prueba. A unos cuantos miles de metros quedará todo hecho llamas, y será mucha su suerte, si logran salir de ahí sanos y salvos.
La misericordia y el perdón son como la lubricación, que permite ir disolviendo todo brote de corrupción, toda roña, todos los roces.
Ayudan a derribar los pequeños muros de incomprensión y de resentimiento antes de que lleguen a hacerse grandes murallas.

Hay un Salmo que canta la alegría de vivir juntos como hermanos:
"Es como aceite perfumado en la cabeza, que va bajando por la barba y el vestido de Aarón hasta la orla de su túnica" (Salmo 133).
De aquí tomé la imagen del aceite.
Nuestro Aarón, nuestro Sumo Sacerdote, ¿quién es? Jesucristo.
Él es la cabeza; la misericordia y el perdón son el aceite que baja de esta cabeza que es Cristo, y se difunde a través del Cuerpo, que es la Iglesia, hasta la orla de su túnica.
Donde se vive el amor y el perdón recíproco,
Dios otorga su bendición y la vida para siempre.
Desechemos de nosotros, hermanos, por tanto, la enemistad.
Nos dice la Escritura, -la carta a los Efesios-, que "Cristo en la cruz destruyó en Sí mismo la enemistad".
Destruyamos también en nosotros toda enemistad, todo rencor, toda envidia o resentimiento. Con la ayuda de Dios; derribemos los muros de división.

Vayamos a reconciliarnos con el hermano ya en este momento, repito.
(Si por ahora no es posible ir hasta él corporalmente, ve con el corazón, háblale a Jesús de él y a favor de él).
Es más, voy a revelarte, hermano, un secreto.
¿Quieres hacer feliz a Jesús y obtener de El lo que deseas?
Hazlo así: La próxima vez que te acerques a recibirlo en la Eucaristía, busca antes quiénes son aquellos que has rechazado de tu vida y de tu corazón, esos que no te aman y a quienes no puedes amar ni perdonar.

Acógelos en tu corazón, y luego acércate a la Comunión diciendo:
"Jesús, tengo una bella noticia para ti; hoy Te recibo junto con... (di los nombres). Les doy hospedaje juntamente contigo en mi corazón".
¡Qué feliz está Jesús!
Y termino con una pequeña oración:
"Señor, Tú que oraste por aquellos que te crucificaban, y te escuchó el Padre,
escucha nuestra oración.
Ayúdanos a no tener envidias,
ayúdanos a reconciliarnos.
Si deseas que yo luche en un caso determinado por la justicia y por la verdad,
haz que ello sea por tu Verdad, y no por la mía.
Ayúdame a hacerlo sin enemistad,
dispuesto a morir como el grano de trigo.
Jesús, sé tu nuestra paz y nuestra reconciliación".
Amén.

lunes, 3 de enero de 2011

Sólo con el Espíritu Santo

Dunga
Fuente: Portal Cancion Nueva
www.cancionnueva.es

Comenzar algo es siempre bueno, por ejemplo, casarse e ir de luna de miel, comenzar, es siempre muy bueno, pero recomenzar no siempre es fácil.

Dios está dentro de nosotros, y es en Él que encontraremos la fuerza que aun necesitamos, que aun no tenemos. Muchas veces nuestras fuerzas se acaban porque no recurrimos a Dios.

Somos un templo, es decir, somos un pedazo del cielo con el Espíritu Santo. Necesitas recurrir más al Espíritu Santo. Muchas veces queremos resolver nuestros problemas con nuestra propia inteligencia, pero es necesario que contemos con la gracia y la sabiduría de Dios.

Dios quiere escuchar nuestra oración.

Él quiere incomodarse por ti, Él quiere ayudarte, Jesús está a tu disposición.
Conversa con Dios, eso es orar. Dios está en su barco, y muchas veces durmiendo, esperando despertar para entrar en intimidad contigo, porque tu oración es única.

Cuando te sientes débil, es cuando le das a Dios la oportunidad de actuar. La matemática de Dios es diferente, pues dice que en la debilidad es que somos fuertes. Pues, en la matemática del mundo los primeros serán los primeros, sin embargo, para Dios lo últimos serán los primeros.

En tu debilidad, la fortaleza de Dios actúa.

Necesitas entrar en este 2011 con la conciencia de que no eres un derrotado, es en las debilidades que somos fuertes.

En la debilidad de mis padres, que tuvieron ante ellos a un hijo drogadicto como yo, en una situación en la que muchas veces no sabían cómo actuar, ellos fueron fuertes y se pusieron a orar. Cuántas veces llegué de madrugada y mi madre rezaba, otras veces estaba en la cama y mi mamá pasaba a por mi cuarto y rezaba por mí.

Cuando ya estaba en Canción Nueva, quedé en cama, porque sentía mucho dolor, estaba con una hernia de disco, en la columna vertebral. Cierto día, el diácono Nelsinho entró en mi cuarto y me dijo: “haz una música y levántate de esa cama“. En esa debilidad, flaqueza mía, compuse una música: “Yo sé que tu Espíritu está actuando, paso a paso sé que encontraré su voluntad en mi vida”

Todos los días, al despertar, comienza tu día saludando al Espíritu Santo así:

“Buen día, Espíritu Santo. ¿Qué vamos a hacer juntos hoy?”
Y así pasarás el día en la presencia del Espíritu Santo.

Como San Pablo, que decía ser fuerte en su debilidad, tú puedes recurrir a Dios, que Él será tu fortaleza, ahí podrás decir también, aun tus momentos difíciles, “¡Dios es mi fortaleza!”

Dunga
Comunidad Canción Nueva

Recreacion del Rostro de Jesús