miércoles, 28 de julio de 2010

Practicad el derecho y la justicia



Juan Velarde Fuertes
Martes 27 de Julio del 2010
Fuente: www.ciudadredonda.org

La justicia del Dios del Antiguo Testamento es parcial. Dios toma partido por los pobres y necesitados. Su justicia les dará la vida que los opresores les niegan. Pero Dios va más allá, les dará la gloria v la salvación. Los hombres lo van comprendiendo poco a poco. En el Antiguo Testamento nos encontramos con una toma de conciencia progresiva de las implicaciones de la justicia en la vida del hombre y en el modo de entender a Dios. Ese dinamismo que parte de la justicia equitativa se irá enriqueciendo hasta llegar a la justicia de la fe. Todo ello implica cambios concretos en el comportamiento de los hombres

Si nos tomáramos la molestia de leer en el Antiguo Testamento todos los lugares en los que se habla de «justicia» nos llamaría la atención la pluralidad de contextos y situaciones en que aparece y la diversidad de significados con que se hace uso de este término. Probablemente encontraríamos dificultades para identificarnos con esa «justicia» de la Biblia, acostumbrados como estamos a identificarla con el «dar a cada uno lo suyo» según la ley. Pero si queremos entrar un poco en la justicia que nos presenta la Biblia no podemos ignorar su dimensión religiosa, que ensancha la dimensión meramente humana, y que va haciendo progresar la concepción de esta realidad a lo largo de la historia del Pueblo elegido.

La justicia en los tribunales

Ciertamente encontraremos la «justicia» de la Biblia en el ámbito judicial que nos es fami¬liar. Después de un período en el que la justicia en Israel se mueve en el ámbito del Templo, el Deuteronomio ordena el establecimiento de tribunales «civiles», en los que los jueces «administrarán la justicia entre un hombre y su hermano o un forastero» (Dt 1,16). Las recomendaciones que se hacen a los jueces pretenden evitar la corrupción en el juicio y los favoritismos: no se han de recibir regalos, pues pervierten las causas justas (Ex 23,8); no se ha de torcer el derecho del pobre en el pleito (Ex 23,6) ni quitar la vida del inocente, absolviendo al malvado (Ex 23,7); la injusticia no se justifica ni por favorecer al pobre ni por temor del poderoso (Lev 19,15); el juez ha de ser recto y no dejarse conducir por la mayoría a la injusticia (Ex 23,2).
Esta justicia forense estricta equivale a la verdad objetiva: hacer justicia no es más que pronunciar y ejercer en favor del inocente la sentencia a que tiene derecho; pero se diferen¬cia de la nuestra en su motivación: se ha de buscar la justicia para obtener la vida y mantener la posesión de la tierra que Dios da a su pueblo (Dt 16,20).

Los profetas: denuncia de la injusticia

Si avanzamos un poco en la historia de Israel entraremos en una época en la que resue¬nan los reproches enérgicos de los profetas que denuncian la injusticia. Nos encontramos en el reino del Norte en torno al siglo VIII antes de Cristo. El cambio sociopolítico que se ha producido (desaparición de la sociedad tribal en favor del establecimiento definitivo de la monarquía centralizada) ha engendrado un sistema corrompido y represivo. Cuando llegan dificul¬tades el pobre tiene que recurrir a préstamos cuyos altos intereses acaban por devorar sus pocas posesiones. Los ricos se van enriqueciendo a costa de los pobres.

En este contexto se entienden las duras palabras de Amos en defensa del pobre y del oprimido (Am 5,12). El justo es vendido por di¬nero (2,6) mientras que se amontona la violencia y la rapiña en los lujosos palacios (3,9ss); se oprime a los débiles (4,1-2; 5,12) aceptando sobornos; se pisotea al desvalido y al humilde (8,4) y se echa por tierra la justicia, rechazando al testigo veraz (5,7.10.11). Esta situación de injusticia clama al cielo y prepara el castigo de los opresores.

Ahora bien, para estos profetas no se trata de factores socioeconómicos ni políticos; en el origen de estas situaciones de injusticia se en¬cuentra una razón de naturaleza teológica: el pueblo ha abandonado la fe de los padres y se ha corrompido; de lo contrario habría descubierto unas estructuras justas para la nueva situación. Tampoco hallamos un plan organizado de reformas sociales ni incitaciones a la revolución. Al lado de las denuncias encontramos invitaciones a la conversión: «Practicad el derecho y la justicia» (Os 10,12; Jer 22,3). La vuelta a Dios restablecerá una situación paradisíaca.

Pero no todo es anuncio de desgracia en estos profetas. Encontramos textos -principalmente en Isaías- en los que se empieza a hablar de la venida de un Mesías «justo» en el futuro: se sentará sobre el trono de David y ejercerá rectamente el derecho y la justicia... (cf Jer 23,6).

El cumplimiento de la Ley y la responsabilidad personal

En los años inmediatamente anteriores al exilio tiene lugar un cambio de orientación en la concepción de la justicia: la corriente legalista representada por el movimiento religioso Deuteronomista deja notar su influencia en las expresiones sobre la justicia. Esta pasará a entenderse en el marco de la observancia de los mandamientos. De este modo el hombre justo será el que sigue el camino marcado por los preceptos. En este sentido, contamos con una serie de proverbios que nos presentan las características del justo y del malvado (Prov 11,5-10.23; 10,2.20.21.32; 13,514,32; 15,28).

El justo no es un sujeto pasivo (el «inocente que pide justicia») sino el que practica la justicia. El acento no se pone ya en la relación del hombre con el hombre; se trata más bien de una actitud frente a Dios que se expresa en la obediencia. La conducta conforme a la Ley es fuente de méritos y prosperidad.

Israel terminó por plantearse el problema de la responsabilidad en cuanto a la justicia/injusticia. El dicho popular de Jer. 31,29 («los padres comieron los agraces y los hijos sufren la dentera» nos ofrece el nudo del problema: la ecuación bendición/justicia pierde toda su fuerza si el justo ha de pagar por las transgresiones de los antepasados. El profeta Ezequiel en el capítulo 18 dará una solución clara: «El que peque es quien morirá... el que es justo y practica el derecho y la justicia,... vivirá sin duda» (vv. 4b-9). Este texto, con la abundante casuística que describe al justo, su¬pone un progreso en la concepción de la justicia en Israel al declarar al individuo responsable de sus obras, abriendo de paso la posibilidad a un cambio radical en el modo de obrar del impío que le conducirá a la vida.

¿Es justo ante Dios algún mortal? Con Job la reflexión acerca de las obras de justicia como méritos ante Dios alcanzará una gran profundidad: el conocimiento humano de los designios divinos no es suficiente como para entender el obrar de Dios; no se excluye el sufrimiento, incluso el martirio del pobre; y en definitiva «¿cómo podrá ser justo un hombre ante Dios?» (Job 9,2). A pesar de que se man¬tendrá la corriente legalista ya se ha planteado la cuestión de la justicia de la Ley como vana e inoperante. Es entonces cuando pueden cobrar un sentido especial algunos textos antiguos que ponen en relación la justicia y la fe: el abandono en Dios tiene a sus ojos más valor que todas las obras.

La Justicia que viene de Dios

Por tanto, es necesario enfocar también a la fuente de toda justicia: Dios. Justicia designa en un primer momento los castigos de Dios a los enemigos de Israel: el juicio es una manifestación del poder de Dios a favor de su pueblo. En Ex 12,12 Dios se toma justicia de los dioses egipcios con la última plaga. Hay textos, incluso, en los que los favores divinos para con Israel son llamados justicias (Jue 5,11; ISam 12,6ss; Miq 6,3ss). Todo el pueblo en su conjunto es beneficiario de la justicia divina bajo la forma de liberación o venganza; la misma justicia será castigo para los enemigos.

En la profecía preexílica, que como hemos visto toma generalmente forma de reproche y amenaza, la intervención divina se presenta en forma de castigo inminente (Am 5,24; 10,22-23). Con respecto a la justicia anterior se da un paso adelante: el castigo ahora se dirige hacia los pecadores, aunque sean israelitas. Dios, en su justicia no hace acepción de personas. No basta pertenecer al pueblo para que uno se vea favorecido por la justicia de Dios. De este modo se muestra la justicia como una característica de Dios virtualmente ética y universal.

El Dios de los desamparados

La justicia divina tiene además un aspecto favorable: Dios se complace en el derecho y la justicia (Jer 9,23; 11,20). Aquí la justicia es respuesta a la queja de los oprimidos (Sal 43,1: «Oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad...»). La justicia imparcial de Dios, cuando es invocada por un inocente, se revela como sentencia favorable. Nos encontramos con lo opuesto a la función judicial; la justicia adquiere la forma de la liberación del oprimido operada por un Dios que toma partido en lugar de inhibirse.

Finalmente, en la profecía del segundo y tercer Isaías nos encontramos en un contexto marcado preferentemente por la justicia salvífica de Dios. La salvación prometida por Dios a su pueblo cautivo es comunicación de gracia y gloria que va más allá de la mera la libera¬ción, e incluso de la retribución. Se trata de la concesión de bienes celestiales a un pueblo que no tiene otro mérito más que el de ser escogido por Dios (Is 45, 22-25; 46,12-13; 54,17). Aquí el adjetivo justo aplicado a Dios designa la conformidad de sus actos salvíficos con sus promesas, justificar es una intervención divina que esta más cerca de la glorificación que de la liberación (Is 41,2.10; 42,6.21).

En conclusión, en el Antiguo Testamento nos encontramos con una toma de conciencia progresiva de las implicaciones de la justicia en la totalidad de la vida del hombre y en el modo de entender a Dios. Este dinamismo que parte de la justicia equitativa se irá enriqueciendo en sus dimensiones moral y religiosa hasta llegar a la justicia de la fe. Todo ello implica cambios concretos en el comportamiento de los hombres. Pero no todos los problemas están resuel¬tos de modo definitivo. El Antiguo Testamento nos remite a un futuro que encontrará su justo cumplimiento en el Nuevo Testamento .

fuente: www.ciudadredonda.org

lunes, 26 de julio de 2010

El Poder del Beso o Abrazo Ritual



Fuente: Ciudad Redonda
Ron Rolheiser, omi
Lunes 26 de Julio del 2010

“No viajes nunca con alguien que espere que seas atractivo e interesante todo el tiempo. En un largo viaje por fuerza habrá algunos trechos y momentos aburridos”.

Éste es un axioma ofrecido por Daniel Berrigan en sus “Mandamientos para el Largo Recorrido”, que contiene una fina sabiduría, ausente hoy día muchas veces en nuestros matrimonios, en nuestra vida de familia, nuestras amistades, nuestras iglesias y nuestra vida espiritual.

Hoy con frecuencia crucificamos no sólo a otros, sino también a nosotros mismos con la noción imposible de que, al interior de nuestras relaciones, de nuestras familias, de nuestras iglesias y de nuestra vida de oración, tenemos que estar alertas, atentos, entusiastas y emocionalmente presentes y en control todo el tiempo. Nunca se nos permite distraernos, aburrirnos y estar inquietos para pasar a alguna otra cosa, porque pesan sobre nosotros las presiones y el cansancio de nuestra vida. Nos sentimos culpables ante los otros y ante nosotros mismos con juicios como éstos: ¡Algunas veces estás demasiado distraído y cansado para escucharme realmente! ¡Tú estás realmente ausente en esta comida! ¡Te aburres en la Iglesia! ¡Estás demasiado inquieto para acabar esto! ¡No me amas como al principio! ¡No tienes puesto tu corazón en esto como acostumbrabas!

Aun cuando estos juicios muestran un reto saludable, también revelan una ingenuidad y falta de comprensión de lo que en realidad nos sostiene en nuestra vida diaria. Ritualmente nos hemos quedado atrofiados, como sin oído musical.

¿Qué quiero decir con esto? Veamos un ejemplo: Un estudio reciente sobre el matrimonio señala que a las parejas que acostumbran darse regularmente un beso o abrazo ritual antes de salir de casa por la mañana y otro abrazo o beso ritual por la noche, antes de retirarse, les va mejor que a los que dejan que este gesto se realice llevados de la espontaneidad o del humor momentáneos.

El estudio subraya que, aun cuando el beso ritual se haga de una forma distraída, apresurada, mecánica o moralmente obligada, realiza una función importante, a saber, habla de fidelidad y compromiso más allá de los altibajos de nuestras emociones, distracciones, cansancio en un día concreto. Es un ritual, un acto que se realiza regularmente para expresar precisamente lo que nuestras mentes y corazones no pueden decir siempre, a saber, que el rincón más profundo de nosotros permanece comprometido incluso en esos momentos en que estamos demasiado cansados, demasiado distraídos, demasiado enojados, demasiado aburridos, demasiado inquietos, demasiado preocupados por nosotros mismos o demasiado infieles -emocional o intelectualmente- como para estar tan atentos y presentes como debiéramos estar. El beso o abrazo ritual expresa que todavía amamos al otro y que permanecemos comprometidos, a pesar de los cambios y presiones inevitables que las épocas de la vida llevan consigo. Esto con frecuencia no se entiende hoy en día. Una sobre-idealización del amor, de la familia, de la iglesia y de la oración destroza con frecuencia la realidad. La cultura popular nos haría creer que el amor habría de ser siempre romántico, excitante e interesante, y que la falta de emoción excitante es señal de que algo marcha mal.

Los liturgistas y líderes de oración querrían hacernos creer que cada celebración de iglesia tiene que estar llena de entusiasmo y emoción, y que algo malo nos pasa cuando nos encontramos desinflados, aburridos, mirando a nuestro reloj y resistiendo a un atractivo emocional en la iglesia o en la oración.

En todas partes se nos advierte sobre los peligros de hacer algo simplemente porque es un deber, que hay algo que va mal cuando los movimientos del amor, oración o servicio se vuelven rutinarios. ¿Por qué hacer algo si no tienes puesto en ello tu corazón?

De nuevo, hay algo legítimo en estas advertencias: Deber y compromiso, sin corazón, al fin no se sostendrán. Sin embargo, admitido eso, es importante reconocer y señalar el hecho de que cualquier relación en el amor, en la familia, en la iglesia o en la oración solamente pueden mantenerse por un largo período de tiempo a través del ritual y de la rutina. El ritual sostiene al corazón, no a la inversa.

Es la fidelidad a la rutina de la vida de cada día, no la luna de miel, lo que en definitiva mantiene a un matrimonio.

Es la fidelidad a estar simplemente en la comida de fin de semana, comida sencilla ingerida rápidamente y de modo distraído -no la enorme celebración o el suntuoso banquete- lo que sostiene la vida de familia.

La familia que exige que cada comida juntos sea un acontecimiento en el que cada uno se compromete afectivamente, e insiste en que las presiones del tiempo y la agenda personal no habrían de tenerse en cuenta, muy pronto notará que cada vez más miembros de la familia encuentran excusas para no estar allí. Y por buena razón: Nadie tiene energía para celebrar un banquete cada día. Efectivamente, nadie, excepto Dios, es inmune al simple cansancio, distracción, promiscuidad afectiva y preocupación de sí mismo que pueden hacer difícil al corazón estar alerta, atento, emocionalmente presente en cualquier momento.

El amor, como afirma el lenguaje familiar del Encuentro Matrimonial, se muestra en la decisión. Lo mismo cabe decir de la oración. Quien ora sólo cuando puede comprometer afectivamente su alma y corazón no mantendrá la oración durante mucho tiempo. Pero el hábito de oración, el ritual, la sencilla fidelidad al acto prometido, acudiendo a hacerlo sin tener en cuenta ni sentimientos ni humor, puede sostener la oración durante toda la vida y dominar el vagar de la mente y el corazón.

La repetición, dice Soren Kierkegaard, es nuestro pan de cada día.

miércoles, 21 de julio de 2010

Aproximación a la INTERIORIDAD (II)

Nicolás de Ma. Caballero, cmf.
Miércoles 21 de Julio del 2010
Fuente: Ciudad Redonda

"Recuerdo que me habéis escrito que sufríais cuando tratabais de mantener vuestra atención. Esto es lo que sucede cuando sólo trabajáis con la cabeza; pero si descendéis al corazón, no tendréis ninguna dificultad. Vuestra cabeza se vaciará y vuestros pensamientos callarán. (...) No seáis perezosos, descended. En el corazón es donde se encuentra la vida, allí es donde debéis vivir. No imaginéis que se trata de algo que se referido a personas perfectas. No, ello concierne a todos los que han comenzado a buscar al Señor"1.

Entra dentro de ti, donde Dios te espera… Lo cité en mi artículo anterior; aquí lo localizo como un maravilloso texto conciliar (GS 14). Aunque la cosa es ‘vieja’, que Teófano el Recluso ya se nota preocupado por solucionar esta avería del hombre, que no encuentra el propio corazón:

"No hay actividad externa, por buena o religiosa que sea, que no arrastre con ella el peligro de la disipación, de la pérdida de Dios, a menos que nos mantengamos muy en guardia. A menos que nos mantengamos muy advertidos, podemos caer en usar la religión como un medio de escapar a la realidad de Dios. En el fondo sabemos que donde Dios nos aguarda es en la soledad de nuestro propio corazón... (...)… tarde o temprano, hemos de enfrentar la realidad de Dios dentro de nosotros mismos..."2.

Siéntate cómodamente.
Respeta las leyes de tu anatomía y de tu fisiología; que no haya violencia en tu postura.

Construye tu presencia humana
Construir la propia presencia significa imprescindiblemente dos cosas: darse cuenta, estar presente-combatir la ‘ausencia’¬-, y estar abierto-combatir estar ‘obstruido’-, egocentrado). Despiertos y abiertos fundamentan el acontecimiento de ser persona y de ser lo en la presencia de Dios desde el ámbito de un corazón que acoge. En definitiva, quien nos realiza es el corazón, ojo del huracán que define nuestra quietud y nuestra dinámica. Se parece algo a la ‘sabiduría’ bíblica que, sin salir de sí misma, todo lo mueve y remueve y renueva. ¡Qué bella es la Biblia para extraer de ellas palabra con las que hablar, sentimientos con los que consentir, silencios con los que estar y fuerza para ‘crear’, incluso nuestra propia identidad como ‘escuchadores’ de Dios y como ‘hijos suyos’. El acontecimiento de estar con Dios es la esencia misma de la oración, desde la vertiente del orante. Y es el ámbito de nuestra mayor presencia y de la mejor calidad.

Afronta tu inquietud.
A pesar del abismo interior que te llama a realizarte en él y al margen de sus esfuerzos mentales incapaces, notarás que algo se alborota dentro de ti; que el griterío de la misma mente está ahí como quien asustado ante algo ‘trágico’ grita asustado, levanta los brazos, se lleva las manos a la cara y grita y grita…y pide socorro. Y con sus aspavientos, flujos y reflujos permanentes, con sus gritos desaforados condiciona tu afectividad, tus nervios y tus músculos. Es tu inquietud. Partimos de ella como de una realidad vulgar y cotidiana. No te inquietes.
Se experimenta como una tensión nerviosa desagradable junto a una molesta sensación de aprensión, frecuentemente generalizada y difusa. La inquietud es una actitud defensiva. Aumenta nuestra percepción del dolor. Todos los síntomas psicosomáticos son resultado de la inquietud. Escucha tu bullicio interno sin reaccionar. Sólo como quien escucha el ruido de la lluvia tras la ventana. Y tú estás ‘más adentro’ sintiendo silenciosamente, sin apego, todo lo que ocurre.

Asume tus heridas.
Empieza a desarrollar tu volumen y solidez interno, lugar de serenidad donde todo ‘cabe’ porque lo asumes con su valor de curativo. O no es cierta, si se entiende la afirmación de que ‘del fondo de nuestra patología nace nuestra curación’. Todos, en el fondo somos pequeños ‘Jobs’ frustrados ante nuestras impotencias pero realizados en el bello interrogatorio de Dios que, al poner al descubierto nuestra ignorancia, nos facilita su sabiduría. Y las heridas se curan no sólo cuando desparecen, sino cuando el alma las asume con la nueva comprensión que nace de Dios. Lo verás convertirse en una fuente de crecimiento y elaborará en ti una manera nueva de estar entre los hombres.

"Si alguien te insulta agradéceselo, porque te da la oportunidad de haber descubierto una herida que llevas dentro. Tal vez esa persona no es la causa de lo que te pasa, algo que el tiempo ha ido acumulando y ahondando. Esa persona que te ha herido solamente ha puesto en marcha un proceso oculto.
Cierra la puerta, siéntate en silencio, sin ira hacia esa persona, con total conciencia del sentimiento que surge en ti. Empezarás no sólo a recordarlo sino a revivirlo de nuevo. Siente la herida, siente el dolor, no lo evites. Experiméntalo con toda intensidad. Es posible que te pongas a llorar... Dite: 'esta vez no voy a rechazar el dolor; voy a beberlo, voy a recibirlo como un huésped. Sumérgete en esa energía que desarrollas con tu dolor. En cuanto aceptas el dolor, deja de ser dolor y se convierte en una cualidad nueva para tu vida, aunque tardes días en digerirlo. Asume tu propio dolor; bebe tu propio cáliz... El dolor puede convertirse en éxtasis 3.

No te angusties; no te desanimes.
La aparente ineficacia de la oración; la aparente falta de resultados pueden provocar tu angustia y desánimo. Tú quieres ver algo; quieres sentir algo. Pero, no ves ni sientes nada 4. Ábrete a Dios, dentro de tu despertar interior. No te despiertas a la nada sino a una presencia que, aunque difusa, no es un fantasma sino el ‘Espíritu de tu Padre’ de arriba y de todas partes. En esa presencia es fácil despojarse de todo, incluso de la angustia que genera el ‘aferrarlo todo’. Ten en cuenta que ‘... aprendemos a base de soltarnos y dejarnos ir, no a base de añadirnos cosa alguna’ 5. La sociedad consumista-incluso de experiencias-no entiende semejante pobreza y despojo. Pero, entenderlo y asumirlo es condición necesaria para ‘caminar’. Y no desanimes que, hasta en tu ausencia, Dios está presente. Sólo que tienes que ‘abrir los ojos’…Y descansar…

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1. TEOFANO EL RECLUSO, Arte de la oración, p. 165.
2. ANSELM MOYNIHAM, Siempre presencia de Dios, Madrid, Rialp, 1970, p. 21s.
3. OSHO, Meditación, La primera y última libertad, Madrid, Gaia, 1995, p.111.
4. San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo II,15, 2.5.
5. MARILYN FERGUSON, La conspiración de Acuario, Bs.As., Kairós, 1990, 4ª edic., p. 109

sábado, 17 de julio de 2010

Tocando a nuestro seres queridos dentro del Cuerpo de Cristo



MISTERIO DE ENCARNACION
Ron Rolheiser, omi
Lunes 12 de Julio del 2010


Hace veintiocho años, cuando comencé a redactar esta columna, escribí un trabajo que titulé “Atando y desatando dentro del Cuerpo de Cristo”. Entre todos los artículos que he escrito en todo este tiempo, éste fue probablemente el que más reacciones provocó.

¿De qué se trata? ¿Cómo podemos atarnos y desatarnos unos a otros dentro del Cuerpo de Cristo? Aquí van las líneas esenciales:

Imagina que eres un padre o una madre que tiene un hijo que ya no va a la iglesia, que ya nunca reza, que ya no cumple los mandamiento morales de la Iglesia, que ya no respeta tu fe y es hasta abiertamente agnóstico o ateo. ¿Qué puedes hacer tú?

Puedes seguir orando por él y vivir responsablemente tus convicciones de fe, con la esperanza de que el ejemplo de tu vida ejerza poder eficaz donde tus palabras son ineficaces. Puedes ciertamente hacer eso, pero puedes hacer más todavía.

Puedes seguir amando y perdonando a tus hijos y, en la medida en que reciben ese amor y perdón, están recibiendo el amor y el perdón de Dios. Tu toque de afecto es el toque de Dios. Ya que eres parte del Cuerpo de Cristo, cuando los tocas, es Cristo quien los toca. Cuando les amas, es Cristo quien les ama. Cuando les perdonas, es Cristo quien les perdona, porque tu toque de afecto es el toque de la Iglesia.

Parte de la maravilla del misterio de la Encarnación consiste en el hecho asombroso de que podemos hacer unos por otros lo que Jesús hizo por nosotros. Jesús nos otorga ese poder: ‘Lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo; lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo’. Quedan perdonados los pecados de aquellos a quienes perdonéis.

Si formas parte del Cuerpo de Cristo, cuando perdonas a alguien, él o ella queda perdonado. Si amas a alguien, es Cristo quien le está amando, porque el Cuerpo de Cristo no es simplemente el cuerpo de Jesús, sino que es también el cuerpo de los creyentes. Sentirse tocado, amado y perdonado por un miembro del cuerpo de los creyentes es ser tocado, amado y perdonado por Cristo. El infierno es posible solamente cuando alguien se coloca a sí mismo completamente fuera del alcance del amor y del perdón, de modo que se vuelve incapaz de sentirse amado y perdonado. Y esto no es tanto una cuestión de rechazo de enseñanzas explícitas religiosas y morales, como de rechazo del amor tal como se nos ofrece en la comunidad de los que creen sinceramente en Jesús.

Más claro todavía:

Si algún ser querido tuyo se descarría y se aleja de la Iglesia en el campo de la práctica de la fe y de la moralidad, mientras tú sigas amando a esa persona y manteniéndola en tu amor y perdón, está ella tocando la “orla del manto de Cristo”, se mantiene unida al Cuerpo de Cristo y Dios la perdona, independientemente de su relación oficial y externa con la Iglesia. ¿Cómo?

Esas personas están tocando el Cuerpo de Cristo porque tu toque afectivo es toque de Cristo. Cuando tocas a alguien, a no ser que esa persona rechace activa y abiertamente tu amor y tu perdón, esa persona se está relacionando con el Cuerpo de Cristo. Y esto es así incluso más allá de la muerte: Si alguien muy cercano tuyo muere en un estado en el que, al menos externamente, se muestra reñido con la iglesia visible, tu amor y tu perdón seguirá “atando” a esa persona al Cuerpo de Cristo y seguirá ofreciendo perdón a esa persona, aun después de la muerte.

El famoso pensador y escritor inglés G.K. Chesterton expresó esto en una curiosa parábola: “Un hombre totalmente descuidado en asuntos espirituales y religiosos murió y aterrizó en el infierno. Y sus viejos amigos en la tierra le echaron mucho de menos. Su agente de negocios bajó a las puertas del infierno para ver si habría alguna posibilidad de recuperar al amigo. Pero, aunque suplicó que se abrieran las puertas, las barras de hierro nunca cedieron. Su párroco fue también y arguyó así: ‘Realmente no era él un mal hombre; si se le hubiera dado tiempo, habría madurado. ¡Déjenle salir, por favor!’ La puerta permaneció tercamente cerrada contra todas sus presiones. Finalmente se acercó al infierno la madre del pobre hombre; no pidió que liberaran a su hijo. Con calma, y con una extraña inflexión en su voz, le dijo a Satanás: ‘Déjame entrar’. Inmediatamente el enorme portalón se abrió girando sobre sus goznes…, porque el amor baja al infierno y penetra por sus puertas y… allí redime a los muertos”.

En el misterio de la Encarnación Dios se hace hombre: en Jesús, en la Eucaristía y en todos los que son sinceros en su fe. El poder y la misericordia increíbles que vinieron a nuestro mundo en la persona de Jesús están todavía con nosotros, al menos si optamos por activarlos. Somos el Cuerpo de Cristo. Lo que hizo Jesús por nosotros podemos hacerlo también nosotros, los unos por los otros. Nuestro amor y perdón son los cables que conectan a nuestros seres queridos con Dios, con la salvación y con la comunidad de los santos, aun cuando ya no caminen por el camino de la fe explícita.

¿Demasiado bonito para ser verdad? Sí, sin duda. Si no, ¿de qué otra manera podemos describir el misterio de la Encarnación?


Traducido por: Carmelo Astiz, cmf
fuente: www.ciudadredonda.org

viernes, 16 de julio de 2010

En la Eucaristía Dios nos Abraza



Ron Rolheiser
Lunes 14 de Junio del 2010
Reflexiones en torno a la Fiesta del Corpus Christi.
fuente: Ciudad Redonda

“El Señor, en la noche en que era entregado, tomó pan, dando gracias lo partió y dijo: Éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía” (1 Cor 11,23b-24).


Cuentan que un niño judío llamado Mortaki se resistía a ir a la escuela. Cuando cumplió seis años, su madre lo llevó al colegio, pero él lloraba y protestaba por el camino e, inmediatamente después que su madre se marchó, el niño terco regresó corriendo a su casa. Ella lo volvió a llevar a la escuela. Esta escena se repitió varios días. El niño resistía quedarse en la escuela. Sus padres trataron de convencerle con razones, arguyendo que él, como todos los niños, tenía que ir a la escuela. En vano. Sus padres intentaron entonces el viejo truco de aplicarle una adecuada combinación de sobornos y amenazas. Tampoco esto fue efectivo.

Finalmente, desesperados, sus padres fueron a visitar a su rabino y le explicaron la situación. Por su parte, el rabino dijo simplemente: “Si el niño no atiende a las palabras, traédmelo”. Los padres llevaron al niño a la oficina del rabino. El rabino no dijo ni palabra. Sencillamente aupó al niño sobre su regazo, y lo abrazó y apretó un rato largo contra su corazón. Después, todavía sin decir palabra, lo bajó de su regazo. Lo que las palabras no habían podido lograr, un abrazo silencioso lo consiguió. Mortakai no sólo comenzó a ir a la escuela de buena gana, sino que más adelante llegó a ser gran profesor y rabino.


Lo que esta parábola expresa maravillosamente es cómo funciona la Eucaristía. En ella, Dios nos abraza físicamente. Efectivamente, eso es lo que son los sacramentos, abrazos físicos de Dios. Las palabras, como sabemos, tienen un poder relativo. En ocasiones críticas, con frecuencia nos fallan las palabras. Cuando pasa esto, tenemos todavía otro lenguaje, el lenguaje de los ritos. El ritual más antiguo y más primordial de todos es el ritual del abrazo físico. Puede expresar y lograr lo que no pueden las palabras.


Jesús actuó en esa línea. En la mayor parte de su ministerio, usó palabras. Por medio de palabras intentó traernos el consuelo, el reto y la fuerza de Dios. Sus palabras, como toda palabra, tenían un cierto poder. Efectivamente, sus palabras movían corazones, curaban a la gente y realizaban conversiones. Pero, al mismo tiempo, por más poderosas que fueran, las palabras se volvieron también insuficientes. Se necesitaba algo más. Así pues, en la noche previa a su muerte, habiendo agotado lo que podía expresar y hacer con palabras, Jesús fue más lejos, y las superó. Nos dio la Eucaristía, su abrazo físico, su beso, un ritual por el que nos abraza y nos guarda en su corazón.

A mi humilde entender, esa es la mejor manera que existe para comprender la Eucaristía. Durante todo mi entrenamiento y estudios teológicos estudié largos cursos sobre la Eucaristía. Al fin, esos estudios profundos no me explicaron el misterio de la Eucaristía, no porque no fueran buenos, sino porque la Eucaristía, como el beso, no necesita explicación y no tiene explicación. Si alguien fuera a escribir un libro de cuatrocientas páginas titulado “La Metafísica del Beso”, no merecería tener lectores. Los besos sencillamente actúan, su dinámica interior no necesita explicación metafísica.


La Eucaristía es un beso de Dios. André Dubos, el novelista que escribe en dialecto cajún, solía decir: “Sin la Eucaristía, Dios se convierte en un monólogo”. Es verdad. Hace un par de años, Brenda Peterson, en un pequeño pero excepcional ensayo titulado “En alabanza de la Piel”, describía que una vez le afectó a ella una fuerte erupción cutánea que ninguna medicina podía aliviar. Probó toda clase de médicos y medicinas. En vano. Finalmente, volvió a su abuela.


Recordó cómo su abuela solía dar masaje a su piel cuando era niña chiquita siempre que tenía sarpullido, contusiones o estaba enferma de cualquier enfermedad. El antiguo remedio funcionó de nuevo. Su abuela le dio masaje, repetidas veces, y el sarpullido que parecía imposible de erradicar despareció. La piel necesita que la toquen. Esto es precisamente lo que ocurre en la Eucaristía, y esa es la razón por la que la Eucaristía y todos los demás sacramentos siempre tienen algún elemento físico muy tangible – imposición de manos, consumición de pan y vino, inmersión en agua, unción con óleo. Un abrazo tiene que ser físico, no algo solamente imaginado.

G.K. Chesterton escribió una vez: “Llega un momento, normalmente al atardecer, cuando el niño se cansa de jugar a policías y ladrones. Es entonces cuando comienza a molestar y a meterse con el gato”. Las madres con niños pequeños conocen demasiado bien esa hora del atardecer y su dinámica particular. Llega un momento, normalmente justo antes de la cena, cuando la energía del niño es baja, cuando se siente cansado y gimotea y cuando la madre ha agotado su paciencia y su repertorio de avisos: “¡Deja eso quieto! ¡No hagas eso!” El niño, tenso y abatido, se abraza a la pierna de su madre. En ese momento la madre sabe lo que hacer. Toma y coloca al niño en su regazo. Contacto físico, no palabra, es lo que se necesita. En los brazos de su madre, el niño se va calmando y la tensión desaparece de su cuerpo por completo.


Esa es una buena imagen o símbolo aplicable a la Eucaristía. Nosotros somos ese niño tenso, nervioso perdido, siempre atormentando al gato. Llega un momento, también con Dios, cuando las palabras no son suficientes. Dios nos tiene que aupar, tomar en sus brazos, como hace la madre con su hijo. Lo que se necesita es un abrazo físico. La piel necesita que la toquen. Dios sabe eso. Por eso Jesús nos dio la Eucaristía.

domingo, 11 de julio de 2010

Se Tu vais, eu vou !

¡ Comamos la VIDA !


San Agustín
Sermón 229

Cuando se come a Cristo se come la vida.
No es que se lo mata para luego comerlo, sino que él da la vida a los muertos. Cuando se lo come da fuerzas, sin él debilitarse.
No tengamos miedo de comer este pan pensando en que tal vez se pueda terminar y después no encontremos qué tomar.

¡Qué Cristo sea comido; cuando es comido vive, puesto que muerto resucitó!

No se lo parte en trozos cuando lo comemos.
Así acontece en el sacramento, los fieles ya saben cómo comen la carne de Cristo: cada uno recibe su parte (…).
Se la come en porciones, pero permanece todo entero; en el sacramento se lo come en porciones, y permanece todo entero en el cielo, todo entero en tu corazón. (…)

Comamos tranquilos el cuerpo de Cristo que no desaparece lo que comemos; comámoslo para no desaparecer nosotros.

¿En qué consiste comer a Cristo?
No consiste solamente en comer su cuerpo en el sacramento; muchos lo reciben indignamente y a ellos dice el Apóstol: Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, come y bebe su condenación .

Pero ¿cómo ha de ser comido Cristo?
Como él mismo lo indica: Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él . Entonces, si él permanece en mí y yo en él, es entonces cuando me come y bebe; quien, en cambio, no permanece en mí ni yo en él, aunque reciba el sacramento, lo que consigue es un gran tormento”

sábado, 10 de julio de 2010

No nos apresuremos a condenar

“No nos apresuremos a suponer que nuestro enemigo es un salvaje
sólo porque es nuestro enemigo.
Quizá sea nuestro enemigo porque piensa que somos salvajes.
O posiblemente tenga miedo de nosotros

porque siente que tenemos miedo de él.
Y tal vez, si creyera que somos capaces de amarlo,
dejaría de ser nuestro enemigo.
No nos apresuremos a suponer que nuestro enemigo
es un enemigo de Dios sólo porque es nuestro enemigo.
Quizá sea nuestro enemigo precisamente porque no es capaz de ver en nosotros nada que dé gloria a Dios.

Tal vez tenga miedo de nosotros porque no puede encontrar en nosotros
nada del amor de Dios, de Su bondad, de Su paciencia,
de Su misericordia y Su comprensión de las debilidades humanas.
No nos apresuremos a condenar a la persona que ya no cree en Dios,

ya que quizá sea nuestra frialdad y avaricia,
nuestra mediocridad y materialismo, lo que ha matado su fe”.

Thomas Merton
"Nuevas semillas de contemplación"

Taller de Oración y Vida

Reflexiones de un tallerista

Dios de la Ternura



Si conocieran al Padre

El compromiso cristiano

Extracto de la homilía de
Mons. Romero del 2 de abril de 1978,
IV p.129

Domingo de la 15º semana del tiempo ordinario ciclo "C"
san Lucas 10,25-37

"Hermanos, la parábola de Cristo condenó la actitud de un sacerdote y de un levita, porque no basta llevar hábito eclesiástico o decir yo soy católico para ser aprobado por Dios.
La caridad ante todo.
El amor al prójimo.
Y aunque sea obispo o sacerdote o bautizado, si no cumple con el ejemplo del buen samaritano, si como los malos sacerdotes de la antigua ley, da un rodeo para no encontrarse con el cuerpo herido, no tocar esas cosas: «prudencia, no ofendamos, más suave», entonces, hermanos, no cumplimos el mandato de Dios: rodeamos.
¡Cuántos rodean para no encontrarse!
Y cuanto más rodean más se encuentran, porque llevan su propia conciencia que no les deja en paz mientras no enfrenten la situación.
El compromiso cristiano es muy serio.
Y, sobre todo, nuestro compromiso sacerdotal y episcopal nos obliga a salir al encuentro del pobre herido en el camino."

viernes, 9 de julio de 2010

¿Quien es mi prójimo?

"Este domingo leemos el Evangelio del "buen samaritano". Pocos textos expresan con tanta claridad el sentido y el alcance del amor, de modo especial para quienes tiene su fe puesta en Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo. El relato surge como una respuesta de Jesús a una pregunta que busca una definición más precisa sobre quién es mi prójimo. El que hace la pregunta es alguien que conoce lo que dice la Sagrada Escritura: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo" (Lc. 10, 25-26).

Es la figura del prójimo la que puede dejar una duda acerca del alcance del mandamiento del amor. Hay que tener presente que para Jesús no se puede separar el amor al prójimo del amor a Dios, que es su fundamento. San Juan lo interpreta diciendo: "El que dice amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama su hermano a quien ve?" (1 Jn. 4, 20).

Es cierto que tenemos una relación mayor hacia quienes están unidos por lazos familiares y de amistad como de pertenencia social, incluso religiosa, pero el Señor con su respuesta nos abre a una dimensión que amplía esta primera mirada, aunque no la niega, y que podríamos expresarla diciendo que para Jesucristo: "todo hombre es mi hermano". No se niega lo primero, es decir, esa relación familiar y cercana, pero el relato del buen samaritano nos abre un camino nuevo que nos ayuda a no encerrarnos, a no hacer una "ideología", incluso de lo que es bueno. La ideología nos aísla, nos encierra y quita horizontes. Jesucristo rompe este marco estrecho y predica una nueva relación basada en la dignidad de todo hombre como hijo de Dios.

A partir de esto podemos comprender que el prójimo es el que está cerca, el que está próximo a mí, pero independientemente de su condición familiar o social, política o religiosa. Lo que vale en el otro es su condición de persona, de hijo de Dios. El samaritano así lo entendió y, por ello, actuó evangélicamente. Otra enseñanza que nos deja este relato es que el samaritano no sólo vio al que estaba herido en el camino, al igual que lo vieron los otros que pasaron y siguieron de largo, sino que el vio y se conmovió. Estamos acostumbrados a ver, pero no siempre a conmovernos por lo que vemos e involucrarnos. El solo ver no alcanza, hay muchas personas que ven y que pueden, incluso, explicar muy bien la realidad del que sufre, pero si este conocimiento no lleva a conmover su corazón, es decir, a hacer propio el dolor del otro y a sentir la responsabilidad de dar una respuesta, creo que no hemos comprendido el sentido y el compromiso frente a mi prójimo, según la enseñanza del buen samaritano.

Queridos amigos, deseándoles un buen domingo en su familia y con sus amigos, reciban junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor."

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
fuente:
www.arquisantafe.org.ar

Deus Trino



Em nome do Pai,
em nome do Filho,
Em nome do Espírito Santo estamos aqui.
En nombre del Padre,
En nombre del Hijo,
Y del Santo Espíritu, estamos aqui.

Para louvar e agradecer,
bendizer e adorar
Estamos aqui, Senhor,
a teu dispor.
Para alabar y agradecer,
Bendecir y adorar,
Estamos aqui, Señor,
A tu disposición.

Para louvar e agradecer,
bendizer e adorar
estamos aqui, Senhor,
Deus Trino de Amor.
Para alabar y agradecer,
Bendecir y adorar,
Estamos aqui, Señor,
Dios Trino de Amor.

¡ Resucitó !

Qual é a chave?



Qual é a chave? Qual é o segredo?
Que abre as portas do teu coração? (Bis)
Cuál es la llave? Cuál es el secreto?
Que abre las puertas de tu corazón?

Porque não falar se Ele quer te ouvir
- Por qué no hablar si El quiere oirte
Porque se esconder se Ele está aqui
- Por qué esconderse si El está aquí
Porque não aceitar se Ele quer te dar
- Por qué no aceptar si El te quiere dar
Porque insistir em resistir
- Por qué insistir en resistir
Pois Ele tem tanto pra te falar
- Pues El tiene tanto para decirte
Quer te amar te perdoar
- Quiere amarte, perdonarte
Mas é você que tem que abrir o coração
- más eres tú quien tiene que abrir el corazón

Deixa Jesus te consolar
- Deja a Jesús consolarte
Deixa Jesus te abençoar
- Deja a Jesus bendecirte
Deixa Jesus te dar a tua Salvação
- Deja a Jesús darte la Salvación

Entra na minha casa

Tudo ou nada

"Dito com sinceridade e sem malícia parece profundo, mas em termos de religião, é bom não confundir mediano, equilibrado e limitado com medíocre, incompetente ou pusilânime. São palavras que precisam ser explicadas uma por uma. Ninguém pode ser chamado de pusilânime ou medíocre apenas porque não deu tudo para Deus. Não se exija do balde que tenha a mesma quantidade de água que um barril. O máximo do balde é tão máximo quanto o máximo do barril, mesmo que sua quantidade seja menor.

Já tive que enviar jovens ao psicólogo por causa desse tudo ou nada, desse oito ou oitenta e desse máximo que alguém exigiu deles, mas que eles não puderam dar. Evidentemente este alguém propôs que lançassem a flecha mais longe do que seus arcos conseguiriam. Foi erro de instrutor e não de arqueiro novato. Conversei com um deles que demonstrava exagerado senso de culpa por não dar a Deus o que dele o Senhor supostamente esperava. Fiz ver que o instrutor que exigisse que o aprendiz de motorista desse 180 kmh porque o carro suportaria seria um desequilibrado. Não se exige isso de quem não aprendeu o suficiente. E ainda assim, é loucura dar 180 kmh numa estrada que não suporta semelhante velocidade. Se desse 80kmh estaria dentro da legalidade e da prudência, ainda que andasse em velocidade menor do que a permitida. Não vale a potencia do carro. Vale a prudência do condutor. E a prudência muitas vezes recomenda velocidade moderada.

Ninguém é mau motorista porque não usou toda a potência da sua máquina. Mau é quem prioriza o acelerador e esquece o freio e a estrada. Parece, mas não é vida cristã nem santidade exigir de alguém mais do que este alguém pode dar. Não é santo condenar alguém porque não deu o máximo. Há que se ver o quando, o como e o porquê.

Jesus não disse que devemos ser tão perfeitos como o Pai. Estaria propondo o impossível. Na verdade estava era propondo plenitude humana. A sentença "posso ir só até aqui" nem sempre é sinal de fraqueza; pode ser prudência! Não é traição a Deus nem é pusilânime reconhecer o nosso limite.

Foi esse o caso da menina que subia a montanha e parou para descansar, mesmo tendo forças de reserva para subir. Foi chamada de fraca e acomodada porque não deu tudo. Mas chegou antes das outras que, forçadas pelo instrutor, deram tudo e, mais adiante, precisaram descansar três horas. A parada dela enquanto tinha forças foi bem mais proveitosa. Uma estratégica parada no pit-stop pode valer uma corrida!

Ensinar, aos jovens que Deus quer tudo deles é esquecer a psicopedagogia das idades. Nos evangelhos há, sim, esta radicalidade, mas nunca ao ponto do desequilíbrio. Sugiro cuidado com esta proposta de tudo ou nada. Já jogou e vai jogar muitos num divã de psicanalista. Que ninguém se sinta medíocre porque atirou a flecha e não acertou o alvo, ou porque chutou e não fez o gol. Não conseguir não é a mesma coisa que não querer...Igreja compassiva ensina que entre o oito e o oitenta, os outros números também contam..."

Pe. Zezinho, scj

martes, 6 de julio de 2010

Vida Eclesial - Noticias - RCC

«Hace muchos años era muy crítico con la Renovación, hasta que escuché cómo se confiesan los carismáticos», ha dicho Raniero Cantalamessa. Sin fundador ni líderes centrales, la Renovación es la corriente de laicos más extendida, con más de 45 millones de fieles.
Pablo Ginés/La Razón

Miriam, una chica joven y delgada de Valencia, sube al escenario en el auditorio de la Casa de Campo, de Madrid, y cuenta su testimonio ante 3.000 católicos de la Renovación Carismática.

«Yo me veía fea, comía y vomitaba, hacía regímenes exagerados... pero ayer, después de hablar con el sacerdote, me miré al espejo, vi que tenía cosas bonitas y otras no tanto, como todo el mundo; entendí que nadie es perfecto, que Dios no va a quererme más por adelgazar, y me impactó esa canción que dice “te alabo, Señor, tal como soy”». La gente la aplaude y le grita «guapa».

Belén, una joven de 27 años de Alcalá, que lucha contra una depresión, explica que es la primera vez que viene a una Asamblea carismática, que se acaba de confesar por primera vez desde su infancia, y que su vida ha cambiado.

Suri, zamorana afincada en Zaragoza, vivió en Navidad una curación inexplicable. «Y el viernes, en la alabanza, sentí una alegría tremenda y ahora no puedo dejar de hablar de Dios», afirma.

Juan y Javier explican cómo encontraron a Dios en la cárcel, gracias a los grupos de oración que allí se organizan.

Otro Javier, extremeño, cuenta que en 2005 le diagnosticaron una leucemia crónica y, además, perdió a su mujer y un hijo en un accidente de coche. Pero no desfallece. «Ayer, en la adoración, sentí que Dios me decía: “Javi, por favor, haz que todos sepan cuánto los amo”».

Los carismáticos españoles han contado en este encuentro con el capuchino Raniero Cantalamessa, el predicador oficial del Papa, responsable de los retiros de Cuaresma de los cardenales en el Vaticano. «Hace muchos años era muy crítico con la Renovación, hasta que escuché cómo se confiesan los carismáticos: ¡veía caer los pecados como piedras!», explica Cantalamessa, mientras la gente hace cola para confesarse.

Dos fórmulas: grupos o comunidades
En España sólo unas 40.000 personas participan en la Renovación, pero a nivel mundial cuenta con unos 13 millones de asistentes en sus grupos semanales y unos 45 millones que acuden de forma menos regular pero estable. En los grupos se hace oración espontánea, de alabanza, más que de petición, con mucha música y alegría, bastante uso de la Biblia y un papel central de la acción (incluso milagrosa) del Espíritu Santo.

En España no es común, pero en otros países muchos carismáticos se organizan en comunidades, con votos, diezmos y compromisos. Son famosas las de Emmanuel (en Francia), Shalom y Cançao Nova (en Brasil), El Shaddai (en Filipinas) o Siervos de Cristo Vivo (en República Dominicana).

lunes, 5 de julio de 2010

Tres normas para predicar




El diario de la Santa Sede se ha hecho eco de la publicación de un manuscrito del Papa Pablo VI, fechado en 1969, publicado a su vez por “Noticiario” del Instituto Bresciano.
Se trata de unos apuntes del Papa con tres reglas de oro para la predicación, todo un tesoro de sabiduría de la inteligencia y del corazón que pueden ser bien útiles.
Este es el texto traducido:

“Para la predicación es necesario:

1.- REZAR: Es decir, una preparación interior de fe, de hacer hacia Dios, de invocación humilde, muy humilde y confiada en la asistencia del Espíritu Santo, “sermonem dictans gutturi”.

2.- ESTUDIAR: Es decir, saber bien de lo que se debe hablar; estudiar la Palabra de Dios y su interpretación teológica ortodoxa; estudiar las cuestiones humanas a las que se refiera predicación, que no de debe ser empírica, aproximativa, impresionista y superficial, sino sencilla y llana.

3.- AMAR. Es necesario tener en la voluntad un verdadero interés por el bien de aquellos a quienes se habla, una simpatía, un afecto, una amor hacia quienes van a escuchar la predicación”.

Aplíquese esto al orden de la Palabra en la Iglesia.

Quien por el ministerio sacerdotal ha de predicar: rezar, estudiar, amar.

Quien recibe el encargo de educar mediante la catequesis: rezar, estudiar, amar.

Quien pronuncia un curso de formación cristiana: rezar, estudiar, amar.

Porque si falla el rezar, pronunciaremos palabras que pueden estar vacías o repetirlas sin vida ni fuerza.

Porque si falla el estudiar, no se profundizará ni se dará razón de nuestra fe y esperanza, y sin solidez en la doctrina, poco se transmite.

Porque si falla el amar, no buscaremos el bien del otro sino cumplir una función encomendada y acabar cuanto antes y no encomendaremos a las personas a las que tenemos que formar.

Orar, estudiar, amar:
¡qué fina pedagogía!

domingo, 4 de julio de 2010

Homenaje al p.Fabio de Melo - Bandeirantes 2009

Resumen


Video 1


Video 2


Video 3



Video 4


Video 5


Video 6


Video 7


Video 8


Video 9


Video 10


Video 11


Video 12

Enséñame, Señor, tu camino - Salmo 85




‘Enséñame, Señor, tu camino,
para que siga tu verdad.’

Hoy pido que me guíes, Señor. Me encuentro a veces tan confuso, tan perplejo, cuando tengo que decidirme y dejar al lado una opción para tomar otra, que he comprendido al fin que es mi falta de contacto contigo lo que me hace perder claridad y perderme cuando tengo que tomar decisiones en la vida. Pido la gracia de sentirme cerca de ti para ver con tu luz y fortalecerme con tu energía cuando llega el momento de tomar las decisiones que marcan mi paso por el mundo.

A veces son factores externos los que me confunden. Qué dirá la gente, qué pensarán, qué resultará..., y luego, todo ese conjunto de ambiente, atmósfera, prejuicios, modas, crítica y costumbres. No sé definirme, y me resulta imposible ver lo que realmente quiero, decirlo y hacerlo. Te ruego, Señor, que limpies el aire que me rodea para que yo pueda ver claro y andar derecho.

Y, más adentro, es la confusión interna que siento, los miedos, los apegos, la falta de libertad, la nube de egoísmo. Allí es donde necesito especialmente tu presencia y tu auxilio, Señor. Libérame de todos los complejos que me impiden ver claro y elegir lo que debería elegir. Dame equilibrio, dame sabiduría, dame paz. Calma mis pasiones y doma mis instintos, para que llegue a ser juez imparcial en mi propia causa y escoja el camino verdadero sin desviaciones.

Guíame en las decisiones importantes de mi vida y en las opciones pasajeras que componen el día y que, paso a paso, van marcando la dirección en la que se mueve mi vida. Entréname en las decisiones sencillas para que cobre confianza cuando lleguen las difíciles. Guía cada uno de mis pasos para que el caminar sea recto y me lleve en definitiva a donde tú quieres llevarme.

‘Enséñame, Señor, tu camino,
para que siga tu verdad.’

p. Carlos Vallés

copyright carlos vallés

sábado, 3 de julio de 2010

Contrários




Só quem já provou a dor
Quem sofreu, se amargurou
Viu a cruz e a vida em tons reais

Quem no certo procurou
Mas no errado se perdeu
precisou saber recomeçar

Só quem já perdeu na vida sabe o que é ganhar
Porque encontrou na derrota algum motivo para lutar

E assim viu no outono a primavera
Descobriu que é no conflito que a vida faz crescer

Que o verso tem reverso
Que o direito tem o avesso
Que o de graça tem seu preço
Que a vida tem contrários
E a saudade é um lugar
Que só chega quem amou
E o ódio é uma forma tão estranha de amar

Que o perto tem distâncias
E o esquerdo tem direito
Que a resposta tem pergunta
E o problema, a solução
E o amor começa aqui
No contrário que há em mim
E a sombra só existe quando brilha alguma luz.

Só quem soube duvidar
Pôde enfim acreditar
Viu sem ver e amou sem aprisionar

Quem no pouco se encontrou
Aprendeu multiplicar
Descobriu o dom de eternizar

Só quem perdoou na vida sabe o que é amar
Porque aprendeu que o amor só é amor
Se já provou alguma dor
E assim viu grandeza na miséria
Descobriu que é no limite
Que o amor pode nascer

Compositor: P. Fabio de Melo

Brilhará



Ministerio Adoração e Vida
www.adoracaoevida.com

Gratidão - Ministerio Adoración y Vida


Para conocer el Ministerio Adoração e Vida:
www.adoracaoevida.com


viernes, 2 de julio de 2010

Misterio da Trindade

Es imprescindible ser ecuménico


Ron Rolheiser, omi
Lunes 28 de Junio del 2010



“Es en el hogar donde comenzamos”. Fue T.S. Eliot quien escribió esas palabras, que son válidas para todos nosotros en cuanto a la religión y a nuestra comprensión de la confesión cristiana concreta dentro de la cual crecimos.

Yo nací y me crié, con profundas raíces, como católico romano. Mis padres tenían una fe firme y se aseguraron de que la fe y la práctica religiosa fueran centrales en cada aspecto de nuestras vidas. Íbamos a misa siempre que podíamos, hasta diariamente cuando la celebración estaba a mano, nos confesábamos al menos cada dos semanas, todos los días rezábamos el rosario en familia, recitábamos todos juntos el “Ángelus” al menos dos veces al día, aprendimos un buen número de oraciones, memorizamos el catecismo católico, teníamos instalado en casa un cuadro con la foto del Papa, y creíamos que el catolicismo romano, entre todas las religiones y confesiones cristianas, era la única fe verdadera, la única religión plenamente válida. No llegamos a creer que los otros, protestantes y gente de otras religiones, no irían al cielo, pero no estábamos totalmente seguros sobre cómo sucedería eso, dado que creíamos que ellos no pertenecían a la fe verdadera. Por eso vivíamos con una cierta desconfianza de otras confesiones cristianas y de otras religiones, seguros de nuestra propia verdad, pero siempre cautelosos para no entremezclarnos religiosamente con otros, temerosos de que de alguna manera nuestra fe se debilitara o contaminara por el contacto religioso con no-católicos romanos.

Y efectivamente el hogar era, y es, un buen lugar por donde comenzar. Yo estoy profundamente agradecido por haber tenido tales raíces religiosas, fuertes y conservadoras. Pero han cambiado para mí cantidad de cosas desde que era joven, idealista, joven católico y romano que crecía en una comunidad de inmigrantes en las praderas de Canadá. En mis primeros años de seminario, mis profesores, expertos honestos -mayoría de ellos sacerdotes católicos romanos-, me introdujeron a algunos formidables profesores bíblicos y teólogos anglicanos y protestantes, cuyas intuiciones, actitudes y compromiso profundizaron mi conocimiento de Jesús y me ayudaron a afianzarme con mayor firmeza en mi propia vida religiosa.

Más tarde, en mis años posteriores de seminario, me junté en clase con hombres y mujeres de diversas confesiones cristianas, todos ellos estaban estudiando para el ministerio y todos estaban profundamente comprometidos con Cristo. Mi amistad con ellos y mi respeto por su fe no me llevaron a abandonar el catolicismo romano e ingresar en otra confesión cristiana, pero comenzaron realmente a remodelar mi pensamiento sobre lo que constituye la verdadera fe y la religión auténtica. Esta experiencia me ayudó también a percatarme de que lo que tenemos en común como cristianos hace parecer muy pequeñas nuestras diferencias.

Desde mi ordenación sacerdotal he enseñado y ejercido el ministerio en varios países y en diversas universidades y seminarios. He orado y compartido mi fe con ellos; les he dado clases e impartido conferencias; y he llegado a tener profunda amistad con hombres y mujeres de toda clase de persuasión “confesional” o religiosa: anglicanos, episcopalianos, protestantes, evangélicos, budistas, musulmanes, hindúes, y sinceros buscadores humanitarios.

Me he educado profundamente, tanto en mi fe como en mi espiritualidad, con pensadores anglicanos y protestantes tales como C.S Lewis, Paul Tillich, Dietrich Bonhoefer, Jim Wallis, Jurgen Moltmann y Alan Jones, entre otros. Hoy, junto a mi comunidad católica romana, hay entre otros un buen número de anglicanos, episcopalianos, protestantes, evangélicos y personas de otras religiones -almas gemelas en la fe-, que me ayudan a fundamentar mi entrega y compromiso religioso. Su fe y su amistad me han ayudado a interiorizar algo que la famosa novelista americana Virginia Woolf expresó sabiamente una vez: “¿Por qué somos tan duros unos con otros, cuando la vida es tan difícil para todos nosotros, y cuando, al fin, valoramos sumamente las mismas cosas?” Ella se refería a la falta de empatía entre los sexos, pero se podía haber referido exactamente igual a la falta de empatía entre diferentes confesiones cristianas y diferentes religiones.

Con esto no intento sugerir que todas las religiones son iguales o que todas las denominaciones dentro del cristianismo son senderos iguales hacia Dios. No hay nada pueblerino o estrecho de miras en creer que la propia religión es la correcta o en creer que, perteneciendo a una cierta iglesia, es más que puro accidente histórico o simple gusto eclesial. Sentir profunda lealtad a la verdad tal como uno la percibe es una señal de fe genuina.

Pero todo esto sí que sugiere que tenemos que estar abiertos a una nueva empatía hacia aquellos cuya iglesia es diferente de la nuestra y a una comprensión más amplia de lo que significa pertenecer a una confesión o religión particular. A veces también tenemos que arrepentirnos de nuestro estrecho “confesionalismo”.

Quizás lo que todo esto nos indica, más que nada, es que tenemos que estar abiertos a una comprensión más profunda de la inefabilidad de Dios y de la humildad que Dios mismo pide de nosotros. Yo todavía soy un católico romano convencido y comprometido, pero, como el evangelista Juan, ahora sé que Jesús tiene otras ovejas que no son de este rebaño. Por ello me alegro, y me alegro también por las palabras del poeta persa del siglo XIV, Hafiz: “¿Te parecería extraño que Hafiz dijera: amo a todas las iglesias, mezquitas, templos y a cualquier clase de lugar sagrado, porque sé que es allí donde el pueblo proclama los diversos nombres de un único Dios?”.

Traducido por: Carmelo Astiz, cmf
fuente: www.ciudadredonda.org

Aproximación a la interioridad



parte I
Por Nicolás de Ma. Caballero, cmf
Miércoles 30 de Junio del 2010

Andaba yo como el Eunuco de Candaces, reina de Etiopía, que lo cuenta la Biblia, dando vueltas, haciéndole preguntas a un texto leído recientemente: ‘Entra dentro de ti, donde Dios te espera’.
No entendía ese ‘dentro’ que sólo por referencia a ‘fuera’ podía atisbar.
Y nadie me lo explicaba. ¡Eso sí! Una anécdota hoy recurrente, con el mismo mensaje, aunque suavizado por el tiempo y a punto de ser insignificante, me despertó. ‘En un principio todos éramos dioses. Pero dentro de una jerarquía había dioses mayores y dioses menores. Y los hombre, dioses menores, pecamos y el Dios grande consultó con los dioses intermedios para aconsejarse sobre dónde tenía que esconder el gran poder que los hombre tenían y del que, por su pecado, les iba desposeer. Le dijeron que lo escondiera arriba, arriba, bien arriba… Y Dios grande dijo que no, ya que los hombre con el tiempo subirían y lo encontraría. Le dijeron que abajo, bien abajo. Y tampoco lo creyó oportuno porque los hombres bajarían y lo encontrarían. Ante el silencio de los dioses consejeros, Dios grande dijo: ‘Ya sé dónde lo voy a esconder. Lo esconderé dentro de cada uno, porque ahí no se les va a ocurrir ni mirar’.

Y un día volvió a surigir como una enfermedad mal curada.
Un día en que algo desorientado en el plano de un gran edificio oficial, llamé a la puerta de una oficina alguien, desde dentro, dijo: - ¡Entre!
De repente y sin saber por qué, sentí que todo me daba vueltas.
No entré; me había equivocado de puerta y, como avergonzado, me retiré calladamente mientras oída más lejos y algo destemplada ya, la misma ‘invitación: ¡Entre! ¡La puerta está abierta…’! Las últimas palabras sólo las adiviné…

Como quien entiende todo al revés o desde un sorprendente descondicionamiento, ‘entre’ era una invitación más honda, más seria, menos ligada a puertas oficiales o a sencillos departamentos donde la gente vive.
Sentí que era una invitación-venida de la nada, en apariencia- a habitar mi propia casa donde en aquel momento ‘no vivía nadie’.
¿Era una gracia? ¿Era una autosugestión? De todos los modos me acordé de aquella afirmación del Zen. Afirma que para quien está preparado el caer de un simple hoja, podía ser la ocasión para un ‘satori’ (‘éxtasis’).

¿Cómo entrar en la propia casa desocupada?
Desde que todo lo reducimos a pesas y medidas; a cantidades y a ‘imagen’ de sí, el hombre ha roto amarras de su propio centro. ¿No será al revés? ¿Cómo puede una persona regenerarse?
La persona no puede realizarse de verdad sin sensibilizarse a Dios.
Y la sensibilidad hacia Dios tiene que ver primeramente con sensibilizarse a ‘uno mismo’. ‘Uno mismo’ no refiere una abstracción; refiere, se refiere a la propia interioridad y profundidad. Lo que nos determina a buscar la regeneración es la necesidad de ‘regresar’ a ‘casa’: a ese ‘centro que hemos perdido y que hemos sustituido insuficientemente, por la vida en superficie y de superficie hasta hacernos irrelevantes y vanos. Es la constatación de esa tragedia colectiva de la ‘ausencia’, y el reconocimiento de que en la medida en que [el hombre] se pierde a sí mismo, pierde también a Dios1.

Regenerarse implica la humilde confesión de ‘estar ausentes’, sentir la ‘nostalgia’ del regreso hacia un ‘lugar sin lugar’, que es uno mismo.
La responsabilidad de encontrar a Dios exige la otra responsabilidad, hasta cierto punto previa, de tener que encontrarse a sí mismo para poder encontrar a Dios.
El hecho de que en ciertos hombres Dios esté callado, no prueba que Dios no exista, sino solamente que el hombre se ha perdido a sí mismo y, en primer lugar, lo que hay en él de más profundo, de más íntimo, de más valioso. En la Presencia ignorada de Dios, Víctor E. Frankl habla de un inconsciente espiritual, una piedra en el zapato del hombre que, creyendo estar despierto, experimenta una carencia cuyo origen no verbaliza y que no puede explicarse. Al inconsciente espiritual le falta un ‘detalle’: la transcendencia…

Es necesaria una reforma del hombre para que vuelva a su tratar consigo mismo y pueda sentir de nuevo el toque, la llamada de Dios que cuando llama, quiere encontrarnos ‘en casa’. Regresar a casa supone una ‘trans formación’, o la recuperación de la conciencia, más allá de las formas. Éstas son únicamente circunstancias, que no definen nuestra identidad. El hombre no es una ‘circunstancia’ ni un satélite que orbita alrededor de lo que le ocurre. Él es la máxima ‘ocurrencia’; él es un acontecimiento ‘central’.

Su interioridad le define y lo realiza, dándole, paradójicamente, la conciencia de que no está completo sin una referencia que le sale de la entraña misma: ‘Ser una relación de amor’.
Ahí fracasa el psicólogo y sólo el místico puede realizar toda la verdad de una persona y la más perfecta interioridad.

En parte, asusta la idea de ‘interioridad’.
También en parte, la identificamos con el modelo oscurantista de quien ‘se aleja’, ‘se encierra’, ‘se aísla’ en un ‘adentro indefinido o en un refugio contra el miedo.
La interioridad quita el miedo, no permite la construcción de una personalidad neurótica, nos pone a la intemperie siendo lo que somos ‘de verdad’: es la verdad de uno mismo.
La interioridad siempre es una manera de referirnos al ‘silencio que somos’; no a una forma de ausencia. Pero, el silencio, aun sólo como referencia, es otra cuestión, u otra cara de la cuestión. Pero, para podernos encontrar, antes hemos de pasar por la angustia de ‘sabernos perdidos’.

“En las tradiciones religiosas, la renovación es a menudo precedida de una percepción de que el hombre a ido demasiado lejos en ‘lo mundano’, en lo externo de la vida, y ha perdido el acceso a las fuerzas superiores dentro de sí. El ‘misticismo’ en sus formas conocidas aparece frecuentemente como una reacción contra ese excesivo volcarse hacia afuera de la mente y del corazón humanos.”2.

La alienación que caracteriza a los hombres y mujeres de hoy es una situación de decadencia que la naturaleza misma no puede soportar de formar indefinida.
Después de tanta barbarie y alejamiento de Dios, una cierta lógica, pide la reacción de vuelta a los orígenes. Desde el punto de vista evangélico significará el regreso del hijo pródigo y, desde el metafórico, es la vuelta a nuestras raíces: "El valor del árbol en invierno no radica en sus hojas o en sus flores, sino en su función de laboratorio silencioso; en su retirada dentro de sí. Nuestra silenciosa evolución actual es también una retirada o interiorización en la que abandonamos nuestras inquietudes externas para dirigirlas a las de nuestras raíces".
Es, de alguna manera, regresar a nuestra invisibilidad, esa bella expresión y realidad de la que san Pedro habla: ‘… el hombre escondido del corazón’. Hoy no resulta fácil en nuestra cultura de la exterioridad y en la ligereza con que tratamos hasta la palabra profundidad.

"Vivimos en una edad preocupada por las cuestiones sociales, y que lanza un desafío para que los católicos justifiquen su fe a partir de los éxitos que obtengan al tratar de solucionar, concretamente, estos problemas [los problemas sociales]. [... pero] la necesidad más urgente es que los hombres sean conscientes de Dios"3.

Al terminar esta sencilla referencia de mi pensamiento, siempre fragmentario, todavá me resuena la voz que desde ‘dentro’ me decía: ‘Entre’… Y me da vergüenza el haberme avergonzado…

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1 JASPERS, citado por J. LOTZ, Psicología del ateísmo, Madrid, 1967, p. 46.
2 J. Needleman, El cristianismo olvidado, Edit. Estaciones, Argentina 1992, 245.
3 ANSELM MOYNIHAM, Siempre presencia de Dios, p. 17s.

fuente: http://www.ciudadredonda.org/

jueves, 1 de julio de 2010

Palavra de Vida - Julho 2010

«O Reino do Céu é semelhante a um negociante que procura pérolas preciosas. Tendo encontrado uma de grande valor, vende tudo quanto possui e compra a pérola»
(Mt 13, 45-46).
Palavra de Vida - Julho de 2010


Nesta breve parábola, Jesus consegue prender a atenção daqueles que o estavam a ouvir. Todos eles sabiam bem o valor das pérolas que, juntamente com o ouro, eram aquilo que havia de mais precioso, naquela época. Além disso, as Escrituras falavam da Sabedoria, isto é, do conhecimento de Deus, como de uma coisa que não se pode comparar «nem sequer às pedras preciosas»1.
Mas, na parábola, vem em relevo o acontecimento excepcional, surpreendente e inesperado que foi aquele negociante ter descoberto, talvez num bazar, uma pérola que aos seus olhos experientes tinha um valor enorme. Com ela poderia, depois, obter um óptimo lucro! Foi por isso que, depois de fazer os seus cálculos, decidiu que valia a pena vender tudo o que possuía para comprar a pérola. E quem é que, no seu lugar, não teria feito o mesmo?
Eis então o significado profundo da parábola: o encontro com Jesus, ou seja, com o Reino de Deus no meio de nós – e aí está a pérola! –, é aquela ocasião única que temos mesmo que aproveitar, empregando inteiramente todas as nossas energias e aquilo que possuímos.

«O Reino do Céu é semelhante a um negociante que procura pérolas preciosas. Tendo encontrado uma de grande valor, vende tudo quanto possui e compra a pérola».

Não era a primeira vez que os discípulos se sentiam postos diante de uma exigência radical, isto é, diante daquele tudo que é preciso deixar para seguir Jesus: os bens mais preciosos, os afectos familiares, a segurança económica, as garantias para o futuro.
Mas, a Sua, não é uma exigência sem motivo ou absurda.
Por um “tudo” que se perde, existe um “tudo” que se encontra, infinitamente mais precioso. Todas as vezes que Jesus pede qualquer coisa, também promete dar muito, muito mais, numa medida superabundante. Assim, com esta parábola, garante-nos que vamos ganhar um tesouro que nos tornará ricos para sempre.
E, se pode parecer um erro deixar o certo pelo incerto, um bem seguro por um bem apenas prometido, pensemos no negociante da parábola: ele sabia que aquela pérola era muito preciosa e aguardou, confiante, o lucro que iria obter quando a vendesse. Da mesma maneira, quem quer seguir Jesus, sabe e vê, com os olhos da fé, qual é a enorme vantagem que vai ter ao partilhar com Ele a herança do Reino, por ter deixado tudo, ao menos espiritualmente.
Deus oferece a todas as pessoas, durante a vida, uma ocasião destas, para que a saibam aproveitar.

«O Reino do Céu é semelhante a um negociante que procura pérolas preciosas. Tendo encontrado uma de grande valor, vende tudo quanto possui e compra a pérola».

É um convite concreto a pôr de lado todos aqueles ídolos que podem ocupar o lugar de Deus no nosso coração: a carreira, o casamento, os estudos, uma linda casa, a profissão, o desporto, o lazer. É um convite para pôr Deus em primeiro lugar, no centro de cada nosso pensamento, de cada nosso afecto. Porque, na nossa vida, tudo deve convergir para Ele e tudo deve provir d’Ele.
Se assim fizermos, se procurarmos o Reino, segundo a promessa evangélica, tudo o resto nos será dado por acréscimo2. Deixando tudo pelo Reino de Deus, recebemos cem vezes mais em casas, irmãos, irmãs, pais e mães3. Porque o Evangelho tem uma nítida dimensão humana: Jesus é Homem-Deus e, juntamente com o alimento espiritual, dá-nos o pão, a casa, a roupa, a família. Temos, talvez, que aprender com as “crianças” a confiar mais na Providência do Pai, que não deixa faltar nada a quem dá, por amor, todo aquele pouco que possui.
Já há uns meses que, no Congo, um grupo de jovens fazia postais artísticos com a casca da banana, que depois eram vendidos na Alemanha. No princípio ficavam com tudo o que ganhavam (alguns mantinham a família com esse dinheiro). Depois decidiram pôr em comum 50% e, deste modo, 35 jovens desempregados receberam uma ajuda.
Mas Deus não se deixou vencer em generosidade: dois desses rapazes deram um tal testemunho na loja onde trabalhavam, que diversos comerciantes, em busca de pessoal, dirigiram-se àquela loja. E assim, onze jovens encontraram um emprego fixo.

Chiara Lubich
Esta Palavra de Vida foi publicada originalmente em julho de 1999

1) Sb 7, 9; 2) cf. Lc 12, 31; 3) cf. Mt 19, 29.