«El mundo necesita una cura de Evangelio. Por esto vivimos la palabra de Vida. Una sola podría cambiar el mundo. Y todos la podemos vivir, porque es luz para cada hombre.»
"El reino de Dios se parece a un comerciante que compra perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra"
(Mt 13,45-46)
Julio 2010
En esta brevísima parábola, Jesús sacude fuertemente la imaginación de quienes lo escuchan. Todos sabían el valor de las perlas que, junto al oro, en ese entonces eran lo más precioso que se conocía. Por otro lado, las Escrituras hablaban de la sabiduría, es decir, del conocimiento de Dios como algo que no puede compararse "ni siquiera con una joya invaluable" .
Pero en la parábola se pone de relieve el acontecimiento excepcional, sorprendente e inesperado que representa para aquel comerciante el haber descubierto, quizás en un bazar, una perla que sólo a sus ojos expertos tenía un valor inestimable y de la cual, por lo tanto, podría obtener un beneficio enorme. Es por eso que, después de haber hecho sus cálculos, decide que vale la pena vender todo para comprar la perla. ¿Quién no habría hecho lo mismo?
He aquí entonces el profundo significado de la parábola: el encuentro con Jesús, es decir, con el Reino de Dios entre nosotros – ¡he aquí la perla! –, es una ocasión única que hay que tomar al vuelo, comprometiendo hasta el fondo todas las propias energías y cuanto poseemos.
"El reino de Dios se parece a un comerciante que compra perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra".
No es la primera vez que los discípulos se sienten frente a una exigencia radical, es decir frente a ese todo que es necesario dejar para seguir a Jesús: los bienes más preciosos, como son los afectos familiares, la seguridad económica, las garantías para el futuro.
Pero esta no es una petición injustificada ni absurda.
Por un "todo" que se pierde hay un "todo" que se gana, inestimablemente más precioso. Cada vez que Jesús pide algo, promete también dar mucho, mucho más, en una medida desbordante.
Así, con esta parábola nos asegura que tendremos entre las manos un tesoro que nos hará ricos para siempre.
Y, si nos puede parecer equivocado dejar lo cierto por lo incierto, un bien seguro por un bien sólo prometido, pensemos en aquel mercader: él sabe que esa perla es preciosa y espera confiado la ganancia que obtendrá al venderla.
Así, quien quiere seguir a Jesús sabe, ve, con los ojos de la fe, qué inmensa ganancia será compartir con Él la herencia del Reino por haber dejado todo, al menos espiritualmente.
A todos los hombres Dios les ofrece en la vida una oportunidad semejante para aprovecharla.
"El reino de Dios se parece a un comerciante que compra perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra".
Es una invitación concreta a poner a un lado todos aquellos ídolos que pueden ocupar el puesto de Dios en el corazón: la carrera, el matrimonio, el estudio, una bonita casa, la profesión, el deporte, la diversión, etc.
Es una invitación a poner a Dios en el primer lugar, en el centro de cada uno de nuestros pensamientos, de cada uno de nuestros afectos, porque todo en la vida debe converger hacia Él y todo debe venirnos de Él.
Haciendo así, buscando el Reino, según la promesa evangélica, el resto se nos dará por añadidura . Posponiendo todo por el Reino de Dios, recibiremos el céntuplo en casas, hermanos, hermanas, padres y madres , porque el Evangelio tiene una clara dimensión humana: Jesús es Hombre-Dios y junto al alimento espiritual nos asegura el pan, la casa, el vestido, la familia.
Quizá debemos aprender de los “pequeños” a fiarnos más de la Providencia del Padre, que no le hace faltar nada a quien da, por amor, lo que da.
En la República del Congo un grupo de muchachos fabrican por varios meses tarjetas artísticas con la cáscara del plátano, que después venden en Alemania. En un primer momento se dejaban todo lo recaudado (algunos mantenían con ello a toda la familia), pero luego decidieron poner en común el 50% y ahora 35 jóvenes desempleados reciben una ayuda monetaria.
Y Dios no se deja vencer en generosidad: dos de estos muchachos han dado tal testimonio en el negocio al que se dedican, que varios comerciantes han ido en busca de personal a ese negocio. Así, 11 de ellos han encontrado un trabajo fijo.
Chiara Lubich
miércoles, 30 de junio de 2010
domingo, 27 de junio de 2010
LA MISERICORDIA
Enseñanza
Raniero Cantalamessa
Raniero Cantalamessa
El tema de esta enseñanza ha sido ya anunciado en una de las profecías que han sido pronunciadas aquí: “La fragancia de la misericordia de Dios”.
Esta meditación la inicio con un pensamiento, que me llegó un día a la mente de forma instantánea e insistente, mientras me preparaba para la Misa. El pensamiento era éste: "Los que crucificaron a Cristo se salvaron". Parecía como si Dios, a través de aquel pensamiento nada común, estuviera tocando mi mente para decirme que lo siguiera, porque quería mostrarme algo. Yo lo seguí, y vamos a ver lo que me manifestó.
Cada vez que recitamos el Padrenuestro decimos: "Hágase tu voluntad".
Pero ¿cuál es la voluntad de Dios? ¿Qué es lo que quiere verdaderamente Dios? Hay una voluntad de Dios secreta, que se refiere a nuestro presente y a nuestro futuro, que nosotros ignoramos, y esperamos conocer. Por lo general a ella nos referimos, cuando decimos: "Muéstrame, Señor, tu voluntad. Que se cumpla en mí tu voluntad".
Esta es una voluntad personal de Dios, pues se refiere al designio específico de Dios sobre mí.
Pero existe una voluntad de Dios manifiesta que ya ha sido revelada. Es clara y universal; es decir, se refiere a todos los hombres y no únicamente a mí mismo. Y esta voluntad es que todos los hombres se salven. Dice San Pablo en la primera carta a Timoteo: "Dios quiere sobre todo esto: Que nadie se pierda".
Se la llama voluntad salvífica, universal de Dios. Es una tesis de la Dogmática. Entonces decir "Que se haga tu voluntad" equivale a decir "Padre, que todos tus hijos se salven, y entren en el Reino; que nadie se pierda; que todos tengan la Vida, (también ese que no me acepta, que no me estima, que me persigue,…)”. Aquí tenemos el punto esencial, hermanos. Toda la fuerza de aquella oración consiste en incluir también a mis enemigos: “Que todos los hombres se salven, -también mis enemigos.”
Así lo practicó Jesús en su vida. Aquellas palabras del Padrenuestro –“Hágase tu voluntad”- vuelven a estar en la oración de Jesús en Getsemaní, y su significado es claro: "Padre, si no es posible que pase este cáliz sin que Yo lo beba, si los hombres mis hermanos no pueden salvarse sin que Uno tome sobre sí su pecado y muera por ellos, te digo: 'Hágase tu voluntad; para esto he llegado a esta hora; acepto morir por ellos". De esta manera, una voluntad de hombre, como lo era la de Jesús, aunque a la vez divina, se expande para poder asumir en ella la voluntad universal, salvífica de Dios. "Por eso me ama el Padre -dice Jesús-, porque Yo ofrezco mi vida por las ovejas".
Al presentarnos el precepto del amor a los enemigos, Jesús nos pone de ejemplo el comportamiento del Padre celeste, "que hace llover y hace brillar el sol sobre justos y pecadores". Y concluye diciendo: "Por lo cual, sed perfectos en la misericordia como es perfecto vuestro Padre del cielo".
Tenemos una manifestación mucho más grande de la misericordia de Dios: la que nos dio Jesús mismo, en los últimos momentos de su vida, cuando dice: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Estas son las palabras más divinas, más santas, que hayan pronunciado labios humanos. Aquellos estaban ahí, encarnizados para destruirlo y erradicarlo de la tierra; estaban ahí con inaudita violencia para tirarlo de una parte y de otra, y clavarlo en la cruz. ¡Porque aquellas palabras fueron pronunciadas precisamente mientras lo crucificaban! Y Él dice: "Padre, perdónalos".
En la Ultima Cena, había dicho Jesús: “Nadie tiene amor más grande que aquél que da la vida por los amigos". Pero el significado de esta frase podría llevarnos a engaño. San Pablo dice que puede haber (aunque no con mucha frecuencia, muy raramente) alguien que esté dispuesto a dar la vida por una persona honrada y amiga, pero Dios manifiesta la calidad de su amor amándonos y muriendo por nosotros, mientras todavía éramos pecadores, o sea, enemigos; no amigos, enemigos.
Por lo demás, Jesús mismo había dicho: "Si amáis a quien os ama, ¿qué mérito tenéis?". Entonces hay que precisar el sentido de aquella palabra de Jesús: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos". Cuando Él dice que no hay amor más grande que dar la vida por los propios amigos, la palabra "amigos" está entendida en sentido pasivo, no activo. Significa los que son amados por tí, no los que te aman. La realidad es que Jesús llama a Judas "amigo", no porque fuera Él amado por Judas, sino porque Él amaba a Judas. El sentido de aquella frase de Jesús es como sigue, por lo tanto: "Nadie tiene mayor amor que éste: Dar la vida por los propios enemigos, considerándolos amigos". En el amor a los enemigos, en esto consiste propiamente la misericordia, de la que está penetrado el corazón de Dios y toda la Biblia. Como el agua llena los mares, así la misericordia llena el corazón de Dios.
No había misericordia antes del pecado de Adán; no; no había. Había sólo amor en Dios antes del pecado de Adán. La misericordia es la forma que asume el amor frente al pecado. Por tanto, en Dios hay misericordia solamente a partir del pecado de Adán; no antes. Antes había sólo amor.
Con la palabra misericordia nosotros entendemos muchas cosas, tal vez inconexas, (piénsese en las obras de misericordia). Pero no olvidemos que, entre estas obras de misericordia, hay una que no es como las otras sino que está por encima de las demás, que les da valor a todas y es: Tener piedad del enemigo, del adversario; apiadarse en el corazón. Misericordia está formada por dos palabras: compadecerse en el corazón.
Dios ha querido que quedaran signos de su misericordia, a manera de monumentos que atestiguaran por los siglos hasta dónde llegó la capacidad de Dios en perdonar. Y por eso, "los que crucificaron a Cristo se salvaron", y los encontraremos esperándonos en el Paraíso. Jesús oró por ellos -ésta es la razón-. Jesús oró por ellos. Nosotros no sabemos exactamente a quién se refería Jesús, cuando decía: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen", -si a todos los responsables de su muerte, incluidos Caifás y Pilatos, o si solamente a aquéllos que lo estaban clavando en ese momento en la cruz-. No sabemos, decía, por quiénes rogó.
Pero lo que sí sabemos con certeza es que aquéllos por los que rogó se salvaron, porque el Hijo de Dios oró por ellos con toda su autoridad: "Padre, perdónalos". Y el Padre, que había escuchado todas las oraciones del Hijo, como dice Él mismo, no pudo dejar caer en el vacío su última oración. Los que crucificaron a Cristo están en el cielo, -las primicias de la Iglesia. Porque la Iglesia no es otra cosa que la comunidad de los que han acogido la acusación de Pedro en los Hechos de los Apóstoles -"Vosotros crucificasteis a Jesús de Nazaret-”, y se arrepintieron, recibiendo el don del Espíritu Santo.
Hermanos, para nosotros los creyentes, no hay cosa más preciosa y agradable a Dios, que podamos hacer, que entrar en este misterio de la misericordia de Dios, que anhelar ser perfectos en la misericordia como nuestro Padre del cielo.
De dos maneras podemos penetrar en este misterio. La primera manera es receptiva, y consiste en el hecho de que nosotros, aún antes de preocuparnos por lo que debemos hacer, acojamos y recibamos conmovidos y con fe esta realidad divina. Aceptamos y recibimos la misericordia de Dios sobre nosotros, nos dejamos bautizar por la misericordia de Dios, la admiramos con alabanza y acción de gracias, damos gracias al Señor por su misericordia, continuando así la admiración del salmista que no se cansa de repetir el estribillo interminable: "Porque es eterna su misericordia, porque es eterna su misericordia" (Salmo 135). Y la admiración de María, que en el “Magníficat” exclama: "Su misericordia se extiende de generación en generación".
Esta primera manera -receptiva- se realiza a través de la fe y los Sacramentos. En la Eucaristía, por ejemplo, nosotros comemos y bebemos la misericordia de Cristo. Su Cuerpo y su Sangre es la misericordia de Cristo.
Recordamos su entrega en sacrificio por todos, y ello la noche en que iba a ser entregado. No cuando todo iba bien, sino la noche en que iba a ser entregado.
Luego, mediante la fe, nos apropiamos con confianza, sin mérito, y sin miedo, de la misericordia de Dios. Nos apropiamos de la misericordia de Dios.
Hacemos la operación más simple y más atrevida que un hombre puede hacer con Dios.
Tan simple y tan ventajosa y, aún así, son tan pocos los que la hacen... Nosotros proclamarnos, simplemente, que es mérito nuestro y justicia nuestra la misericordia de Dios. Y en un instante estamos “llenos de méritos”... Hemos realizado el sagrado intercambio, el golpe de audacia del que hablaremos un día en la Asamblea General. Jesús mismo ha venido a ser nuestra justificación, santificación y redención.
Pensándolo bien, es un botín arrebatado, pero un botín que Dios mismo nos pone a la vista, quedándose sorprendido de que sean tan pocos los astutos que arrebaten de esa forma el Reino de los Cielos, la misericordia de Dios. Hay un texto de San Bernardo, que voy a citar en otro momento, que dice: "Yo, todo lo que me falta con respecto a la santidad, me lo apropio con confianza del corazón del Señor, porque está lleno de misericordia. Por lo tanto, declaro que es mérito mío la misericordia de Dios. ¡Ciertamente no estoy pobre de méritos mientras Él esté rico en misericordia". “Si las misericordias del Señor son muchas, -como dice un salmo-, yo también rebosaré de méritos", -dice San Bernardo, un doctor de la Iglesia. Y añade San Bernardo: “¿Qué decir de mi injusticia? Oh Señor, me cubriré también con justicia porque ésta es también la mía, ya que Tú eres, para mí, justicia de parte de Dios". Esto es lo que significa hacer nuestra la misericordia de Dios, hacer de la misericordia de Dios nuestro único mérito. Por lo dicho, la primera relación con la misericordia de Dios, que hemos llamado receptiva, consiste en esta contemplación y comunión, consiste en recibirla y exaltarla.
La segunda manera es activa, y consiste en imitar la misericordia de Dios. Es decir, es una manera que nos impulsa a la acción. El Apóstol escribía a los Colosenses: "Como elegidos de Dios, santos y predilectos, revestíos de entrañas de misericordia, de agrado, de humildad, de sencillez, de tolerancia, soportándoos mutuamente y perdonándoos cuando uno tenga queja contra otro. El Señor os ha perdonado; perdonaos también vosotros".
Perdonando es como se nos perdona; usando misericordia es como se obtiene misericordia. "Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden". ¡Qué profunda esta sentencia del Padrenuestro, y con qué facilidad la recitamos sin darnos cuenta de lo que decimos! ¡Ay del siervo que, habiendo obtenido la condonación de la deuda de diez mil talentos por parte de su patrón, no es capaz de condonar cien miserables denarios a su compañero!
“Cuando Dios, después de haberme hecho contemplar su misericordia en aquel día, me invitó a dirigir la mirada hacia mí, me quedé estupefacto. Porque he visto lo que sube de mi corazón cada vez que pienso en alguno que se opone a mí con terquedad, me critica o me calumnia, o que lo ha hecho en el pasado... No son deseos que valgan, que sean sanos, que gocen de la estima de los hermanos... Más bien son deseos turbios, más o menos conscientes, de estar yo por encima de ellos, de que los hechos prueben su error, y restituyan mi derecho”. Y yo tratando de echar el agua del perdón sobre estas llamas siniestras del orgullo y del amor propio, y ellas volviendo a encenderse una y otra vez... ¡Dios mío, qué tremenda lucha! "¿Quién me librará de este cuerpo de pecado?", -decía San Pablo, y digo yo mismo. Pero, a Dios gracias, hermanos, si yo no logro mirar en toda la actuación de mi Dios, si en la primera oportunidad llego a ser traicionado por mi resentimiento, pues bien, de todas maneras, me alegraré, porque esto hará que me sienta pequeño. Me hará entender cuán grande ha sido el misterio de la piedad que se manifestó en Jesucristo. Ensalzaré a mi Señor, y Él se erguirá todavía más alto sobre las ruinas de mis ambiciones de santidad. Todavía más: Menos correré el riesgo de humillar a mis adversarios con la generosidad en perdonar; haré todo lo que pueda: rogaré, imploraré este don máximo del Padre de las luces. Pero, si otra vez llego a caer, no me desalentaré.
Una cosa no volveré a hacer jamás, -es un propósito-: Nunca le diré a mi Dios, ni siquiera indirectamente: "Escoge: o yo, o mi adversario". No se puede imponer a un padre esta alternativa cruel de escoger entre dos hijos, por el solo hecho de que ellos estén peleados entre sí. El Padre quiere que todos los hombres se salven; por lo mismo yo no voy a tentar a Dios, pidiéndole que asuma mi causa contra mi hermano. Así no obró Jesús. Todo lo contrario: murió para restituirle al Padre todos los hijos que estaban dispersos. Le dijo al Padre: "Sacrifícame mejor a mí".
Así, pues, cuando esté en conflicto con un hermano mío (hablo en primera persona, e invito a cada uno de vosotros a escuchar en primera persona) mucho antes de hacer valer y discutir mi punto de vista, que por otra parte es lícito y muchas veces hasta obligatorio hacer, le diré a Dios: "Padre, salva a ese hermano mío; sálvanos a los dos. Te pido para él lo que te pido para mí; no deseo yo tener la razón, y que él esté equivocado. Deseo que también él tenga razón; si es necesario, que sea él quien tenga la razón. Así Tú no serás ofendido, y llegará tu Reino, y yo habré ganado un hermano". Para mí será siempre la mejor parte, la de humillarme y estar al lado de Jesús.
Esta misericordia de unos para con otros, hermanos, es indispensable para vivir la vida del Espíritu y cualquier otra forma de vida en comunidad. Es indispensable para la familia -¿qué sería de una convivencia matrimonial sin el perdón recíproco?-; es indispensable en una comunidad religiosa; es indispensable en una Parroquia; es indispensable en un Grupo de Oración; y en la Renovación Carismática. No se puede evitar que donde están más personas haya pareceres diversos, gustos diversos, caracteres diversos, ... “Nosotros somos -dice San Agustín- vasos de arcilla que se rompen en cuanto se tocan unos con otros”. Aún cuando seamos una arcilla elaborada, una pieza de cerámica o porcelana, seguimos siendo arcilla. ¿Qué hacer, entonces, para conservar la unidad? Sin el ejercicio del perdón, del querer salvar y no eliminar al hermano que tiene una opinión diferente de la mía, nacen las divisiones como en Corinto: “Yo soy de Fulano, y yo soy de Mengano; yo soy de Pedro, y yo soy de Pablo". En lugar de que la atención se centre en Cristo, se concentra en las personas; y en lugar de recoger, se desparrama. Cuando no se tiene el valor de morir a sí mismo, perdonando y reconciliándose, se escoge el camino más fácil: Se hace la división, se forma un nuevo grupo de oración, por ejemplo. Pero se trata de una solución ilusoria; otro hará lo mismo contigo en el nuevo grupo que has fundado. En cuanto tú estés en desacuerdo, él a su vez formará un nuevo grupo. La proliferación y el fraccionamiento de los grupos de oración, cuando no responde a exigencias reales de crecimiento, -exigencias ponderadas conjuntamente por los responsables-, no es signo de crecimiento sino de derrumbe espiritual; no es una operación conforme al Espíritu sino conforme a la carne.
A mí me gusta decir que el perdón es para un organismo comunitario lo que el aceite es en un motor. Haced la prueba de salir un día con el coche sin una gota de aceite en el motor, haced la prueba. A unos cuantos miles de metros quedará todo hecho llamas, y será mucha su suerte, si logran salir de ahí sanos y salvos. La misericordia y el perdón son como la lubricación, que permite ir disolviendo todo brote de corrupción, toda roña, todos los roces. Ayudan a derribar los pequeños muros de incomprensión y de resentimiento antes de que lleguen a hacerse grandes murallas.
Hay un Salmo que canta la alegría de vivir juntos como hermanos: "Es como aceite perfumado en la cabeza, que va bajando por la barba y el vestido de Aarón hasta la orla de su túnica" (Salmo 133). De aquí tomé la imagen del aceite. Nuestro Aarón, nuestro Sumo Sacerdote, ¿quién es? Jesucristo. Él es la cabeza; la misericordia y el perdón son el aceite que baja de esta cabeza que es Cristo, y se difunde a través del Cuerpo, que es la Iglesia, hasta la orla de su túnica. Donde se vive el amor y el perdón recíproco, Dios otorga su bendición y la vida para siempre.
Desechemos de nosotros, hermanos, por tanto, la enemistad. Nos dice la Escritura, -la carta a los Efesios-, que "Cristo en la cruz destruyó en Sí mismo la enemistad". Destruyamos también en nosotros toda enemistad, todo rencor, toda envidia o resentimiento. Con la ayuda de Dios; derribemos los muros de división.
Vayamos a reconciliarnos con el hermano ya en este momento, repito. (Si por ahora no es posible ir hasta él corporalmente, ve con el corazón, háblale a Jesús de él y a favor de él). Es más, voy a revelarte, hermano, un secreto. ¿Quieres hacer feliz a Jesús y obtener de El lo que deseas? Hazlo así: La próxima vez que te acerques a recibirlo en la Eucaristía, busca antes quiénes son aquellos que has rechazado de tu vida y de tu corazón, esos que no te aman y a quienes no puedes amar ni perdonar.
Acógelos en tu corazón, y luego acércate a la Comunión diciendo: "Jesús, tengo una bella noticia para ti; hoy Te recibo junto con... (di los nombres). Les doy hospedaje juntamente contigo en mi corazón". ¡Qué feliz está Jesús!
Y termino con una pequeña oración: "Señor, Tú que oraste por aquellos que te crucificaban, y te escuchó el Padre, escucha nuestra oración. Ayúdanos a no tener envidias, ayúdanos a reconciliarnos. Si deseas que yo luche en un caso determinado por la justicia y por la verdad, haz que ello sea por tu Verdad, y no por la mía.
Ayúdame a hacerlo sin enemistad, dispuesto a morir como el grano de trigo. Jesús, sé tu nuestra paz y nuestra reconciliación". Amén.
Esta meditación la inicio con un pensamiento, que me llegó un día a la mente de forma instantánea e insistente, mientras me preparaba para la Misa. El pensamiento era éste: "Los que crucificaron a Cristo se salvaron". Parecía como si Dios, a través de aquel pensamiento nada común, estuviera tocando mi mente para decirme que lo siguiera, porque quería mostrarme algo. Yo lo seguí, y vamos a ver lo que me manifestó.
Cada vez que recitamos el Padrenuestro decimos: "Hágase tu voluntad".
Pero ¿cuál es la voluntad de Dios? ¿Qué es lo que quiere verdaderamente Dios? Hay una voluntad de Dios secreta, que se refiere a nuestro presente y a nuestro futuro, que nosotros ignoramos, y esperamos conocer. Por lo general a ella nos referimos, cuando decimos: "Muéstrame, Señor, tu voluntad. Que se cumpla en mí tu voluntad".
Esta es una voluntad personal de Dios, pues se refiere al designio específico de Dios sobre mí.
Pero existe una voluntad de Dios manifiesta que ya ha sido revelada. Es clara y universal; es decir, se refiere a todos los hombres y no únicamente a mí mismo. Y esta voluntad es que todos los hombres se salven. Dice San Pablo en la primera carta a Timoteo: "Dios quiere sobre todo esto: Que nadie se pierda".
Se la llama voluntad salvífica, universal de Dios. Es una tesis de la Dogmática. Entonces decir "Que se haga tu voluntad" equivale a decir "Padre, que todos tus hijos se salven, y entren en el Reino; que nadie se pierda; que todos tengan la Vida, (también ese que no me acepta, que no me estima, que me persigue,…)”. Aquí tenemos el punto esencial, hermanos. Toda la fuerza de aquella oración consiste en incluir también a mis enemigos: “Que todos los hombres se salven, -también mis enemigos.”
Así lo practicó Jesús en su vida. Aquellas palabras del Padrenuestro –“Hágase tu voluntad”- vuelven a estar en la oración de Jesús en Getsemaní, y su significado es claro: "Padre, si no es posible que pase este cáliz sin que Yo lo beba, si los hombres mis hermanos no pueden salvarse sin que Uno tome sobre sí su pecado y muera por ellos, te digo: 'Hágase tu voluntad; para esto he llegado a esta hora; acepto morir por ellos". De esta manera, una voluntad de hombre, como lo era la de Jesús, aunque a la vez divina, se expande para poder asumir en ella la voluntad universal, salvífica de Dios. "Por eso me ama el Padre -dice Jesús-, porque Yo ofrezco mi vida por las ovejas".
Al presentarnos el precepto del amor a los enemigos, Jesús nos pone de ejemplo el comportamiento del Padre celeste, "que hace llover y hace brillar el sol sobre justos y pecadores". Y concluye diciendo: "Por lo cual, sed perfectos en la misericordia como es perfecto vuestro Padre del cielo".
Tenemos una manifestación mucho más grande de la misericordia de Dios: la que nos dio Jesús mismo, en los últimos momentos de su vida, cuando dice: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Estas son las palabras más divinas, más santas, que hayan pronunciado labios humanos. Aquellos estaban ahí, encarnizados para destruirlo y erradicarlo de la tierra; estaban ahí con inaudita violencia para tirarlo de una parte y de otra, y clavarlo en la cruz. ¡Porque aquellas palabras fueron pronunciadas precisamente mientras lo crucificaban! Y Él dice: "Padre, perdónalos".
En la Ultima Cena, había dicho Jesús: “Nadie tiene amor más grande que aquél que da la vida por los amigos". Pero el significado de esta frase podría llevarnos a engaño. San Pablo dice que puede haber (aunque no con mucha frecuencia, muy raramente) alguien que esté dispuesto a dar la vida por una persona honrada y amiga, pero Dios manifiesta la calidad de su amor amándonos y muriendo por nosotros, mientras todavía éramos pecadores, o sea, enemigos; no amigos, enemigos.
Por lo demás, Jesús mismo había dicho: "Si amáis a quien os ama, ¿qué mérito tenéis?". Entonces hay que precisar el sentido de aquella palabra de Jesús: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos". Cuando Él dice que no hay amor más grande que dar la vida por los propios amigos, la palabra "amigos" está entendida en sentido pasivo, no activo. Significa los que son amados por tí, no los que te aman. La realidad es que Jesús llama a Judas "amigo", no porque fuera Él amado por Judas, sino porque Él amaba a Judas. El sentido de aquella frase de Jesús es como sigue, por lo tanto: "Nadie tiene mayor amor que éste: Dar la vida por los propios enemigos, considerándolos amigos". En el amor a los enemigos, en esto consiste propiamente la misericordia, de la que está penetrado el corazón de Dios y toda la Biblia. Como el agua llena los mares, así la misericordia llena el corazón de Dios.
No había misericordia antes del pecado de Adán; no; no había. Había sólo amor en Dios antes del pecado de Adán. La misericordia es la forma que asume el amor frente al pecado. Por tanto, en Dios hay misericordia solamente a partir del pecado de Adán; no antes. Antes había sólo amor.
Con la palabra misericordia nosotros entendemos muchas cosas, tal vez inconexas, (piénsese en las obras de misericordia). Pero no olvidemos que, entre estas obras de misericordia, hay una que no es como las otras sino que está por encima de las demás, que les da valor a todas y es: Tener piedad del enemigo, del adversario; apiadarse en el corazón. Misericordia está formada por dos palabras: compadecerse en el corazón.
Dios ha querido que quedaran signos de su misericordia, a manera de monumentos que atestiguaran por los siglos hasta dónde llegó la capacidad de Dios en perdonar. Y por eso, "los que crucificaron a Cristo se salvaron", y los encontraremos esperándonos en el Paraíso. Jesús oró por ellos -ésta es la razón-. Jesús oró por ellos. Nosotros no sabemos exactamente a quién se refería Jesús, cuando decía: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen", -si a todos los responsables de su muerte, incluidos Caifás y Pilatos, o si solamente a aquéllos que lo estaban clavando en ese momento en la cruz-. No sabemos, decía, por quiénes rogó.
Pero lo que sí sabemos con certeza es que aquéllos por los que rogó se salvaron, porque el Hijo de Dios oró por ellos con toda su autoridad: "Padre, perdónalos". Y el Padre, que había escuchado todas las oraciones del Hijo, como dice Él mismo, no pudo dejar caer en el vacío su última oración. Los que crucificaron a Cristo están en el cielo, -las primicias de la Iglesia. Porque la Iglesia no es otra cosa que la comunidad de los que han acogido la acusación de Pedro en los Hechos de los Apóstoles -"Vosotros crucificasteis a Jesús de Nazaret-”, y se arrepintieron, recibiendo el don del Espíritu Santo.
Hermanos, para nosotros los creyentes, no hay cosa más preciosa y agradable a Dios, que podamos hacer, que entrar en este misterio de la misericordia de Dios, que anhelar ser perfectos en la misericordia como nuestro Padre del cielo.
De dos maneras podemos penetrar en este misterio. La primera manera es receptiva, y consiste en el hecho de que nosotros, aún antes de preocuparnos por lo que debemos hacer, acojamos y recibamos conmovidos y con fe esta realidad divina. Aceptamos y recibimos la misericordia de Dios sobre nosotros, nos dejamos bautizar por la misericordia de Dios, la admiramos con alabanza y acción de gracias, damos gracias al Señor por su misericordia, continuando así la admiración del salmista que no se cansa de repetir el estribillo interminable: "Porque es eterna su misericordia, porque es eterna su misericordia" (Salmo 135). Y la admiración de María, que en el “Magníficat” exclama: "Su misericordia se extiende de generación en generación".
Esta primera manera -receptiva- se realiza a través de la fe y los Sacramentos. En la Eucaristía, por ejemplo, nosotros comemos y bebemos la misericordia de Cristo. Su Cuerpo y su Sangre es la misericordia de Cristo.
Recordamos su entrega en sacrificio por todos, y ello la noche en que iba a ser entregado. No cuando todo iba bien, sino la noche en que iba a ser entregado.
Luego, mediante la fe, nos apropiamos con confianza, sin mérito, y sin miedo, de la misericordia de Dios. Nos apropiamos de la misericordia de Dios.
Hacemos la operación más simple y más atrevida que un hombre puede hacer con Dios.
Tan simple y tan ventajosa y, aún así, son tan pocos los que la hacen... Nosotros proclamarnos, simplemente, que es mérito nuestro y justicia nuestra la misericordia de Dios. Y en un instante estamos “llenos de méritos”... Hemos realizado el sagrado intercambio, el golpe de audacia del que hablaremos un día en la Asamblea General. Jesús mismo ha venido a ser nuestra justificación, santificación y redención.
Pensándolo bien, es un botín arrebatado, pero un botín que Dios mismo nos pone a la vista, quedándose sorprendido de que sean tan pocos los astutos que arrebaten de esa forma el Reino de los Cielos, la misericordia de Dios. Hay un texto de San Bernardo, que voy a citar en otro momento, que dice: "Yo, todo lo que me falta con respecto a la santidad, me lo apropio con confianza del corazón del Señor, porque está lleno de misericordia. Por lo tanto, declaro que es mérito mío la misericordia de Dios. ¡Ciertamente no estoy pobre de méritos mientras Él esté rico en misericordia". “Si las misericordias del Señor son muchas, -como dice un salmo-, yo también rebosaré de méritos", -dice San Bernardo, un doctor de la Iglesia. Y añade San Bernardo: “¿Qué decir de mi injusticia? Oh Señor, me cubriré también con justicia porque ésta es también la mía, ya que Tú eres, para mí, justicia de parte de Dios". Esto es lo que significa hacer nuestra la misericordia de Dios, hacer de la misericordia de Dios nuestro único mérito. Por lo dicho, la primera relación con la misericordia de Dios, que hemos llamado receptiva, consiste en esta contemplación y comunión, consiste en recibirla y exaltarla.
La segunda manera es activa, y consiste en imitar la misericordia de Dios. Es decir, es una manera que nos impulsa a la acción. El Apóstol escribía a los Colosenses: "Como elegidos de Dios, santos y predilectos, revestíos de entrañas de misericordia, de agrado, de humildad, de sencillez, de tolerancia, soportándoos mutuamente y perdonándoos cuando uno tenga queja contra otro. El Señor os ha perdonado; perdonaos también vosotros".
Perdonando es como se nos perdona; usando misericordia es como se obtiene misericordia. "Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden". ¡Qué profunda esta sentencia del Padrenuestro, y con qué facilidad la recitamos sin darnos cuenta de lo que decimos! ¡Ay del siervo que, habiendo obtenido la condonación de la deuda de diez mil talentos por parte de su patrón, no es capaz de condonar cien miserables denarios a su compañero!
“Cuando Dios, después de haberme hecho contemplar su misericordia en aquel día, me invitó a dirigir la mirada hacia mí, me quedé estupefacto. Porque he visto lo que sube de mi corazón cada vez que pienso en alguno que se opone a mí con terquedad, me critica o me calumnia, o que lo ha hecho en el pasado... No son deseos que valgan, que sean sanos, que gocen de la estima de los hermanos... Más bien son deseos turbios, más o menos conscientes, de estar yo por encima de ellos, de que los hechos prueben su error, y restituyan mi derecho”. Y yo tratando de echar el agua del perdón sobre estas llamas siniestras del orgullo y del amor propio, y ellas volviendo a encenderse una y otra vez... ¡Dios mío, qué tremenda lucha! "¿Quién me librará de este cuerpo de pecado?", -decía San Pablo, y digo yo mismo. Pero, a Dios gracias, hermanos, si yo no logro mirar en toda la actuación de mi Dios, si en la primera oportunidad llego a ser traicionado por mi resentimiento, pues bien, de todas maneras, me alegraré, porque esto hará que me sienta pequeño. Me hará entender cuán grande ha sido el misterio de la piedad que se manifestó en Jesucristo. Ensalzaré a mi Señor, y Él se erguirá todavía más alto sobre las ruinas de mis ambiciones de santidad. Todavía más: Menos correré el riesgo de humillar a mis adversarios con la generosidad en perdonar; haré todo lo que pueda: rogaré, imploraré este don máximo del Padre de las luces. Pero, si otra vez llego a caer, no me desalentaré.
Una cosa no volveré a hacer jamás, -es un propósito-: Nunca le diré a mi Dios, ni siquiera indirectamente: "Escoge: o yo, o mi adversario". No se puede imponer a un padre esta alternativa cruel de escoger entre dos hijos, por el solo hecho de que ellos estén peleados entre sí. El Padre quiere que todos los hombres se salven; por lo mismo yo no voy a tentar a Dios, pidiéndole que asuma mi causa contra mi hermano. Así no obró Jesús. Todo lo contrario: murió para restituirle al Padre todos los hijos que estaban dispersos. Le dijo al Padre: "Sacrifícame mejor a mí".
Así, pues, cuando esté en conflicto con un hermano mío (hablo en primera persona, e invito a cada uno de vosotros a escuchar en primera persona) mucho antes de hacer valer y discutir mi punto de vista, que por otra parte es lícito y muchas veces hasta obligatorio hacer, le diré a Dios: "Padre, salva a ese hermano mío; sálvanos a los dos. Te pido para él lo que te pido para mí; no deseo yo tener la razón, y que él esté equivocado. Deseo que también él tenga razón; si es necesario, que sea él quien tenga la razón. Así Tú no serás ofendido, y llegará tu Reino, y yo habré ganado un hermano". Para mí será siempre la mejor parte, la de humillarme y estar al lado de Jesús.
Esta misericordia de unos para con otros, hermanos, es indispensable para vivir la vida del Espíritu y cualquier otra forma de vida en comunidad. Es indispensable para la familia -¿qué sería de una convivencia matrimonial sin el perdón recíproco?-; es indispensable en una comunidad religiosa; es indispensable en una Parroquia; es indispensable en un Grupo de Oración; y en la Renovación Carismática. No se puede evitar que donde están más personas haya pareceres diversos, gustos diversos, caracteres diversos, ... “Nosotros somos -dice San Agustín- vasos de arcilla que se rompen en cuanto se tocan unos con otros”. Aún cuando seamos una arcilla elaborada, una pieza de cerámica o porcelana, seguimos siendo arcilla. ¿Qué hacer, entonces, para conservar la unidad? Sin el ejercicio del perdón, del querer salvar y no eliminar al hermano que tiene una opinión diferente de la mía, nacen las divisiones como en Corinto: “Yo soy de Fulano, y yo soy de Mengano; yo soy de Pedro, y yo soy de Pablo". En lugar de que la atención se centre en Cristo, se concentra en las personas; y en lugar de recoger, se desparrama. Cuando no se tiene el valor de morir a sí mismo, perdonando y reconciliándose, se escoge el camino más fácil: Se hace la división, se forma un nuevo grupo de oración, por ejemplo. Pero se trata de una solución ilusoria; otro hará lo mismo contigo en el nuevo grupo que has fundado. En cuanto tú estés en desacuerdo, él a su vez formará un nuevo grupo. La proliferación y el fraccionamiento de los grupos de oración, cuando no responde a exigencias reales de crecimiento, -exigencias ponderadas conjuntamente por los responsables-, no es signo de crecimiento sino de derrumbe espiritual; no es una operación conforme al Espíritu sino conforme a la carne.
A mí me gusta decir que el perdón es para un organismo comunitario lo que el aceite es en un motor. Haced la prueba de salir un día con el coche sin una gota de aceite en el motor, haced la prueba. A unos cuantos miles de metros quedará todo hecho llamas, y será mucha su suerte, si logran salir de ahí sanos y salvos. La misericordia y el perdón son como la lubricación, que permite ir disolviendo todo brote de corrupción, toda roña, todos los roces. Ayudan a derribar los pequeños muros de incomprensión y de resentimiento antes de que lleguen a hacerse grandes murallas.
Hay un Salmo que canta la alegría de vivir juntos como hermanos: "Es como aceite perfumado en la cabeza, que va bajando por la barba y el vestido de Aarón hasta la orla de su túnica" (Salmo 133). De aquí tomé la imagen del aceite. Nuestro Aarón, nuestro Sumo Sacerdote, ¿quién es? Jesucristo. Él es la cabeza; la misericordia y el perdón son el aceite que baja de esta cabeza que es Cristo, y se difunde a través del Cuerpo, que es la Iglesia, hasta la orla de su túnica. Donde se vive el amor y el perdón recíproco, Dios otorga su bendición y la vida para siempre.
Desechemos de nosotros, hermanos, por tanto, la enemistad. Nos dice la Escritura, -la carta a los Efesios-, que "Cristo en la cruz destruyó en Sí mismo la enemistad". Destruyamos también en nosotros toda enemistad, todo rencor, toda envidia o resentimiento. Con la ayuda de Dios; derribemos los muros de división.
Vayamos a reconciliarnos con el hermano ya en este momento, repito. (Si por ahora no es posible ir hasta él corporalmente, ve con el corazón, háblale a Jesús de él y a favor de él). Es más, voy a revelarte, hermano, un secreto. ¿Quieres hacer feliz a Jesús y obtener de El lo que deseas? Hazlo así: La próxima vez que te acerques a recibirlo en la Eucaristía, busca antes quiénes son aquellos que has rechazado de tu vida y de tu corazón, esos que no te aman y a quienes no puedes amar ni perdonar.
Acógelos en tu corazón, y luego acércate a la Comunión diciendo: "Jesús, tengo una bella noticia para ti; hoy Te recibo junto con... (di los nombres). Les doy hospedaje juntamente contigo en mi corazón". ¡Qué feliz está Jesús!
Y termino con una pequeña oración: "Señor, Tú que oraste por aquellos que te crucificaban, y te escuchó el Padre, escucha nuestra oración. Ayúdanos a no tener envidias, ayúdanos a reconciliarnos. Si deseas que yo luche en un caso determinado por la justicia y por la verdad, haz que ello sea por tu Verdad, y no por la mía.
Ayúdame a hacerlo sin enemistad, dispuesto a morir como el grano de trigo. Jesús, sé tu nuestra paz y nuestra reconciliación". Amén.
La Palabra de Dios en la vida de los grupos de oración
Los distintos grupos de oración de la RCC, de cualquer parte del mundo, desde ese momento inicial en 1.967, en la Universidad de Duquesne, en los Estados Unidos, han nacido siempre al socaire y al calor de la palabra. Palabra de Dios, que -como dice Juan- "se hizo carne y habitó entre nosotros, de la que hemos visto su gloria, llena de lealtad y fidelidad " (Jn 1, 14) y palabra de los hermanos, por cuyo testimonio, de la Palabra de Dios, se han ido convocando e invitando, de boca a boca, para dar lugar a la expansión de la RCC y la constitución de nuevos y numerosos grupos de oración.
De hecho, uno de los grandes méritos de la RCC es, precisamente, acercar la Palabra de Dios al pueblo, a los hermanos. Hasta esa fecha, normalmente, los católicos erámos vistos, desde otras confesiones, como los cristianos de los sacramentos, de la liturgia, de la devoción y la moral, pero no de la Palabra de Dios, lo que se predicaba fundamentalmente de los protestantes y evangélicos. Gracias a este profundo amor por la Palabra de Dios, propio de la RCC, los católicos han aprendido a orar, a alabar, a interceder y, lo que es también más importante, a dar testimonio y razón de su fe, por medio de la Palabra de Dios.
Así, la Palabra de Dios adquiere su lugar central en la vida de la Iglesia, las comunidades, los grupos y los hermanos, lo que ahora ha redescubierto la Iglesia a la luz de la celebración del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios, era ya una gozosa vivencia y experiencia en las comunidades y grupos de oración de la RCC:
PALABRA de DIOS: Para motivar la alabanza, para descubrir la Gloria de Dios, para dejarnos empapar de su Misericordia, para sondear el corazón amoroso del Padre, para dar gracias por su obra maravillosa en cada uno de los hermanos y en nosotros. "Entonces creyeron en su Palabra y cantaron su alabanza" (Sal 106, 12)
PALABRA de DIOS: Para introducir al grupo en la propia oración, para que sea sustento y apoyo para el resto de la semana, para que sea motivo de inspiración, para que vaya regando los surcos de los terrones secos de nuestro corazón. "Lo que cae en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen y dan fruto con perseverancia." (Lc 8, 15)
PALABRA de DIOS: Para interceder por los hermanos, para encontrar la palabra correcta con la que orientar al hermano que anda perdido, para saber consolar, para saber orar, para saber descubrir las necesidades de nuestros hermanos y presentarlas ante el Trono de Misericordia de nuestro Señor. "¿Te parecen poco los consuelos de Dios y la palabra suave que se te insinúa?" (Jb 15, 11)
PALABRA de DIOS: Para discernir la vida del grupo, para encontrar la voluntad del Señor, para que se haga su voluntad y no la nuestra, para que nos eduque y nos guíe en los caminos del Señor. "Respondió María: Aquí tienes a la sierva del Señor: que se cumpla en mí tu Palabra." (Lc 1, 38).
PALABRA de DIOS: Para consolar a su pueblo, para alentarlo, para que siga caminando, para denunciar aquello que no es de Dios, para indicar horizontes nuevos y designios amorosos del Señor hacia su pueblo. "Si el Señor lo quiere, él se llenará de espíritu de inteligencia; Dios le hará derramar sabias palabras" (Eclo 39, 6)
Aunque la Palabra de Dios comienza diciendo: "Al principio creó Dios el cielo y la tierra..." (Gn 1, 1) y concluye con el "Amén" final del Apocalipsis (Ap 22, 21) y es Palabra de Dios Padre, para nuestra edificación y salvación, y ya no va a haber más Palabra de Dios al respecto, no menos cierto es que la Iglesia, las comunidades y los grupos de oración, dinamizados como están en la historia por la acción defensora del Espíritu Santo, siguen necesitando de la Palabra de Dios para seguir caminando, y aunque esa es la tarea de nuestros pastores, de nuestros catequistas y predicadores, la de amoldar la Palabra de Dios al mundo y las circunstancias de hoy, con todo el Espíritu Santo sigue suscitando -de forma común a todos los bautizados-, y especialmente a los que se hacen más conscientes de ello por su vivencia carismática, dones y carismas nuevos relacionados con la Palabra: Estos son la Palabra de Conocimiento, la Palabra de Inspiración y la Palabra de Sabiduría-.
LA PALABRA DE CONOCIMIENTO
Una palabra de conocimiento es una inspiración del Espíritu por la que un hermano puede recibir información o "conocimiento" sobre una persona, otro hermano o cualquier otra situación o necesidad. Puede oírse, por ejemplo, a un hermano, en un grupo de oración, en una celebración o en una intercesión, decir algo como "Hay alguien en esta sala hoy que ha estado huyendo de un trauma desde su infancia. El Señor quiere que sepa que le ama y quiere que deje de sufrir". A veces, para mayor Gloria de Dios, puede ser tan específica como para llegar a decir: "Hay aquí un hombre que lleva una camisa azul. El Señor está sanando su espalda".
Efectivamente, el hermano que pronuncia esas palabras lo hace por que el Señor le anima a hacerlo, ya que es del todo imposible pensar que supiese que el de la camisa azul sufriese de espalda, o que hubiese alguien con un trauma infantil en una sala llena de gente. Esa es la palabra de conocimiento, aunque parece muy efectista en su momento, es la más fácil de discernir, si se trata de Dios o de obra humana, ya que bastará para corroborarla el que el hombre de la camisa azul padezca de la espalda, primero, y sane, después.
Esta palabra de conocimiento no es nueva en la Iglesia, Jesucristo ya le dijo a la Samaritana que "sabía que andaba en tratos con cinco hombres a la vez" y todos hemos tenido la experiencia de santos sacerdotes que, en el reclinatorio del confesionario, han sabido escudriñar nuestros corazones como si nos conocieran de toda la vida, y de todos ellos el más famoso y el más santo, el Santo Cura d'Ars, San Juan María Vianney.
LA PALABRA DE SABIDURÍA
Una palabra de sabiduría está más bien relacionada con el don mismo de la sabiduría que confiere el Espíritu Santo a todos los bautizados, que se renueva en la confirmación, y hacemos vida en la efusión del Espíritu Santo y en nuestra vida carismática. Esta sabiduría consiste en entender, o hacer entender a los demás, de repente, y con argumentos nuevos y comprensibles, un misterio de Dios, un pasaje de la escritura, o el sentido de la voluntad de Dios. Tanta palabra de sabiduría tiene una madre cuando, armada de fe y de paciencia, explica a su hijo de cuatro años la muerte del abuelo y el "cielo", y el niño lo entiende, como Jesucristo cuando desbancaba a los fariseos en sus constantes ataques dialécticos, o el niño de la tradición que enseñó a San Agustín que el amor trinitario no cabe en cabeza humana, como no lo hace el mar en un hoyo de la orilla.
LA PALABRA DE PROFECÍA
La profecía, aunque antes hayamos dicho que la escritura, como Palabra de Dios, está conclusa, no está muerta, que son conceptos completamente diferentes. Nadie se atrevería a dudar hoy en día del carácter profético de las denuncias de Dom Helder Cámara, por los derechos de los más desfavorecidos, o de Monseñor Romero, o de la Madre Teresa de Calcuta, que hiceron de su vida denuncia profética; o acaso nadie duda que Juan XXIII, al convocar el Concilio Vaticano II tuvo el gesto profético de poner la Iglesia al día para el nuevo milenio, no menos profético su convocatoria para que se viviera "un nuevo Pentecostés", gesto profético del que nace y es deudora la propia RCC, y profeta fue, en muchos de sus gestos, el bendito Juan Pablo II.
Pero palabra profética es también la que suscita el Señor poniendo su palabra en el corazón de un hermano que entonces la comparte, con la conciencia cierta, si es que es sincero, de que no es palabra suya, sino del Señor. Aunque solemos estar equivocados al respecto, esta palabra de profecía no es nunca, o casi nunca, para adelantar acontecimientos, o predecir cosas del futuro, la palabra profecía está muy desvirtuada por las películas y los videntes... Una auténtica palabra de profecía es la que un hermano siente que no es suya, que es del Señor y que ha de compartirla, y casi siempre suele ser palabra de consuelo, de ánimo, y también, para lanzarnos nuevos retos o, incluso, corregirnos.
Estos tres dones: conocimiento, sabiduría y profecía, tienen algo en común: No deben tomarse a la ligera, será el discernimiento de la propia vida y el devenir de los hechos, el discernimiento del grupo y de sus servidores, el que determinará, en última instancia, la veracidad este tipo de palabras: Aunque sea con buena fe, no todo pensamiento, sentimiento o palabra piadosa puede ser considerada dada por el Señor sin este criterio de discernimiento y la regla de oro para discernir es la siguiente: "No es de Dios la palabra que va en contra de la propia Escritura y de la Palabra de Dios" Ante la Palabra de Dios, cualquier palabra humana ha de callar, y humildemente, abrirse a su escucha y presencia.
fuente: www.dalmanuta.org comunidad RCC - España
Para qué necesitas al Espíritu Santo?
1. PARA LIBERARTE DE LAS CADENAS
· Si sientes que estas esclavizado al materialismo;
· Si solo te interesa tener y poder;
· Si estas esclavizado a algún pecado, odio o resentimiento;
· Si estas esclavizado al placer y a los deseos
NECESITAS QUE EL ESPÍRITU SANTO TE LIBERE PARA QUE PUEDAS AMAR Y VIVIR EN PLENITUD
2. PARA SANAR CORAZONES ROTOS
· si sientes que no has podido superar ese dolor;
· si sientes que no te sobrepones a esa pérdida;
· si te humillaron te fallaron te mintieron te traicionaron;
· si sientes que esa relación se destruyó y que lo diste todo y no te amaron;
NECESITAS QUE EL ESPIRITU SANTO SANE TU INTERIOR
3. PARA RESTAURAR VIDAS RESQUEBRAJADAS
· Si sientes que el daño que te causaron no tiene remedio;
· Si sientes que tu vida se ha hecho pedacitos;
· Si sientes que es imposible volver a ser como antes y empezar de nuevo;
· Si sientes que tu personalidad se ha desestructurado y te sientes acabado;
EL ESPÍRITU SANTO ES EL UNICO QUE PUEDE RENOVARTE HACERTE DE NUEVO SIN QUE SE NOTEN TUS REMIENDOS
4. PARA SACARTE SI CAES AL ABISMO
· Si sientes que estas tocando fondo;
· Si sientes que has caído demasiado bajo;
· Si sientes que has perdido por completo el control ;
· Si sientes que no eres capaz de reaccionar y salir adelante;
EL ESPIRITU SANTO TE DARÁ FORTALEZA, FUERZA DE VOLUNTAD Y LA AYUDA NECESARIA PARA LEVANTARTE Y SEGUIR
5. PARA QUITARTE LAS MASCARAS
· Si sientes que en tu vida no hay espacios para que los otros te digan la verdad;
· Si sientes que tienes que aparentar y mientes para mostrar lo que no eres;
· Si crees que eres muy bueno y hablas muy bonito sobre el amor y el perdón pero por dentro sientes que tu vida es algo diferente;
· Si nadie te conoce como eres realmente porque te tapas con mascaras;
EL ESPÍRITU SANTO TE MUESTRA LA VERDAD Y TE DEJARA VER CON CLARIDAD LO QUE ERES
6. PARA CAMBIAR TU CORAZÓN DE PIEDRA
· Si te has vuelto insensible y nada te importa;
· Si ya ni siquiera expresas el amor y tus sentimientos con naturalidad;
· Si ya nada te conmueve y pasas por encima de los demás;
· Si te has vuelto intransigente, duro, indiferente, frío;
NECESITAS QUE EL ESPÍRITU SANTO CAMBIE TU CORAZÓN DE PIEDRA POR UNO DE CARNE
7. PARA RECUPERAR LA ALEGRÍA
· Si tu rostro permanece amargado;
· Si se te ha acabado la alegría del Cristiano;
· Has perdido la confianza y el optimismo todo lo ves negro;
· Si vives sumido en la depresión;
EL ESPÍRITU SANTO TE CONSUELA Y REAVIVA PARA QUE ENCUENTRES LA CHISPA DE LA ALEGRÍA Y CANTES Y VIBRES
8. POR SI TE HAS CONVERTIDO EN UN LÁTIGO
· Si con todo lo que hablas buscas herir a los demas;
· Si todo lo que haces va buscando una venganza;
· Si sientes solo el deseo de castigar y atormentar al otro;
· Si solo ves lo malo para reprender y avergonzar;
· Si en tu lenguaje solo hay reproches y criticas;
EL ESPÍRITU SANTO DEVOLVERÁ TU PAZ INTERIOR, RENOVARÁ TU MANERA DE AMAR, ABRIRÁ TU ENTENDIMIENTO
9. POR SI TU LUZ SE HA APAGADO
· Si sientes que tu vida no tiene sentido;
· Ya nada te provoca y solo esperas la muerte;
· No estas motivado para nada;
· Ya no quieres luchar;
EL ESPÍRITU SANTO ES LUZ E INFUNDE CALOR DE VIDA EN EL HIELO
10. POR SI ESTAS LLENO DE FANTASMAS
· Si estas lleno de culpas y de miedo;
· Los complejos e inseguridades te aniquilan;
· Si ves por todas partes enemigos;
· Si sigues atado a los recuerdos del pasado;
EL ESPÍRITU SANTO BORRA TODO LO MALO, TE LIBRA DE PELIGROS, PURIFICA TU ALMA
11. POR SI LLEVAS UNA VIDA ARRASTRADA
· Te sientes cansado y de todo desilusionado;
· Ya no sabes ni para donde vas;
· Te sientes desorientado, ya no ves el camino;
· Sientes que no progresas;
EL ESPÍRITU SANTO TE LEVANTA Y MOSTRARÁ EL CAMINO SEGURO
12. PARA QUE NO SE TE DESTRUYA LA FE
· Si algunas teorías te confunden;
· Si algunas experiencias te separan de la iglesia;
· Si surgen dudas y ya no sientes a Dios como antes;
· Si tu experiencia de Dios no te llena;
· Si ya no sientes deseos de orar y tu fervor se ha apagado;
EL ESPÍRITU SANTO TE DARÁ LA FIRMEZA LA PERSEVERANCIA Y LA PIEDAD NECESARIAS, ACLARARÁ TU MENTE Y TU CORAZÓN
· Si sientes que estas esclavizado al materialismo;
· Si solo te interesa tener y poder;
· Si estas esclavizado a algún pecado, odio o resentimiento;
· Si estas esclavizado al placer y a los deseos
NECESITAS QUE EL ESPÍRITU SANTO TE LIBERE PARA QUE PUEDAS AMAR Y VIVIR EN PLENITUD
2. PARA SANAR CORAZONES ROTOS
· si sientes que no has podido superar ese dolor;
· si sientes que no te sobrepones a esa pérdida;
· si te humillaron te fallaron te mintieron te traicionaron;
· si sientes que esa relación se destruyó y que lo diste todo y no te amaron;
NECESITAS QUE EL ESPIRITU SANTO SANE TU INTERIOR
3. PARA RESTAURAR VIDAS RESQUEBRAJADAS
· Si sientes que el daño que te causaron no tiene remedio;
· Si sientes que tu vida se ha hecho pedacitos;
· Si sientes que es imposible volver a ser como antes y empezar de nuevo;
· Si sientes que tu personalidad se ha desestructurado y te sientes acabado;
EL ESPÍRITU SANTO ES EL UNICO QUE PUEDE RENOVARTE HACERTE DE NUEVO SIN QUE SE NOTEN TUS REMIENDOS
4. PARA SACARTE SI CAES AL ABISMO
· Si sientes que estas tocando fondo;
· Si sientes que has caído demasiado bajo;
· Si sientes que has perdido por completo el control ;
· Si sientes que no eres capaz de reaccionar y salir adelante;
EL ESPIRITU SANTO TE DARÁ FORTALEZA, FUERZA DE VOLUNTAD Y LA AYUDA NECESARIA PARA LEVANTARTE Y SEGUIR
5. PARA QUITARTE LAS MASCARAS
· Si sientes que en tu vida no hay espacios para que los otros te digan la verdad;
· Si sientes que tienes que aparentar y mientes para mostrar lo que no eres;
· Si crees que eres muy bueno y hablas muy bonito sobre el amor y el perdón pero por dentro sientes que tu vida es algo diferente;
· Si nadie te conoce como eres realmente porque te tapas con mascaras;
EL ESPÍRITU SANTO TE MUESTRA LA VERDAD Y TE DEJARA VER CON CLARIDAD LO QUE ERES
6. PARA CAMBIAR TU CORAZÓN DE PIEDRA
· Si te has vuelto insensible y nada te importa;
· Si ya ni siquiera expresas el amor y tus sentimientos con naturalidad;
· Si ya nada te conmueve y pasas por encima de los demás;
· Si te has vuelto intransigente, duro, indiferente, frío;
NECESITAS QUE EL ESPÍRITU SANTO CAMBIE TU CORAZÓN DE PIEDRA POR UNO DE CARNE
7. PARA RECUPERAR LA ALEGRÍA
· Si tu rostro permanece amargado;
· Si se te ha acabado la alegría del Cristiano;
· Has perdido la confianza y el optimismo todo lo ves negro;
· Si vives sumido en la depresión;
EL ESPÍRITU SANTO TE CONSUELA Y REAVIVA PARA QUE ENCUENTRES LA CHISPA DE LA ALEGRÍA Y CANTES Y VIBRES
8. POR SI TE HAS CONVERTIDO EN UN LÁTIGO
· Si con todo lo que hablas buscas herir a los demas;
· Si todo lo que haces va buscando una venganza;
· Si sientes solo el deseo de castigar y atormentar al otro;
· Si solo ves lo malo para reprender y avergonzar;
· Si en tu lenguaje solo hay reproches y criticas;
EL ESPÍRITU SANTO DEVOLVERÁ TU PAZ INTERIOR, RENOVARÁ TU MANERA DE AMAR, ABRIRÁ TU ENTENDIMIENTO
9. POR SI TU LUZ SE HA APAGADO
· Si sientes que tu vida no tiene sentido;
· Ya nada te provoca y solo esperas la muerte;
· No estas motivado para nada;
· Ya no quieres luchar;
EL ESPÍRITU SANTO ES LUZ E INFUNDE CALOR DE VIDA EN EL HIELO
10. POR SI ESTAS LLENO DE FANTASMAS
· Si estas lleno de culpas y de miedo;
· Los complejos e inseguridades te aniquilan;
· Si ves por todas partes enemigos;
· Si sigues atado a los recuerdos del pasado;
EL ESPÍRITU SANTO BORRA TODO LO MALO, TE LIBRA DE PELIGROS, PURIFICA TU ALMA
11. POR SI LLEVAS UNA VIDA ARRASTRADA
· Te sientes cansado y de todo desilusionado;
· Ya no sabes ni para donde vas;
· Te sientes desorientado, ya no ves el camino;
· Sientes que no progresas;
EL ESPÍRITU SANTO TE LEVANTA Y MOSTRARÁ EL CAMINO SEGURO
12. PARA QUE NO SE TE DESTRUYA LA FE
· Si algunas teorías te confunden;
· Si algunas experiencias te separan de la iglesia;
· Si surgen dudas y ya no sientes a Dios como antes;
· Si tu experiencia de Dios no te llena;
· Si ya no sientes deseos de orar y tu fervor se ha apagado;
EL ESPÍRITU SANTO TE DARÁ LA FIRMEZA LA PERSEVERANCIA Y LA PIEDAD NECESARIAS, ACLARARÁ TU MENTE Y TU CORAZÓN
fuente: http://www.mercaba.org/
Resumen realizado por María Eugenia Ochoa de la vigila de Pentecostés, dada por el padre Deyron Laverde Parroquia La Santa Cruz de Alcalá Envigado Ant.
Resumen realizado por María Eugenia Ochoa de la vigila de Pentecostés, dada por el padre Deyron Laverde Parroquia La Santa Cruz de Alcalá Envigado Ant.
sábado, 26 de junio de 2010
Padre - Obispo - Profeta
Me gusta escucharte, Padre Obispo Romero.
Una y otra vez.
Tu voz tiene la serenidad y la potencia del profeta.
Tu denuncia no tiene rencor.
Me gusta escucharte Padre Romero.
Tu voz nos hace falta.
lunes, 21 de junio de 2010
Un Dios de Paz
"Dios es el Dios de la paz.
No habla ni opera más que en medio de la paz, no en la confusión ni en la agitación.
Recordemos la experiencia del profeta Elías en el Horeb: Dios no estaba en el huracán, ni en el temblor de la tierra, ni en el fuego, ¡sino en el ligero y blando susurro (cf. 1 Re, 19)!
Con frecuencia nos inquietamos y nos alteramos pretendiendo resolver todas las cosas por nosotros mismos, mientras que sería mucho más eficaz permanecer tranquilos bajo la mirada de Dios y dejar que Él actué en nosotros con su sabiduría y su poder infinitamente superiores.
Porque así dice el Señor, el Santo de Israel:
En la conversión y la quietud está vuestra salvación,
y la quietud y la confianza serán vuestra fuerza, pero no habéis querido (Is 30, 15).
Bien entendido, nuestro discurso no es una invitación a la pereza o la inactividad.
Es la invitación a actuar, a actuar mucho en ciertas ocasiones, pero bajo el impulso del Espíritu de Dios, que es un espíritu afable y sereno, y no en medio de ese espíritu de inquietud, de agitación y de excesiva precipitación que, con demasiada frecuencia, nos mueve.
Ese celo, incluso por Dios, a menudo está mal clarificado. San Vicente de Paúl, la persona menos sospechosa de pereza que haya existido, decía: «El bien que Dios hace lo hace por Él mismo, casi sin que nos demos cuenta. Hemos de ser más pasivos que activos».
Jacques Philippe
"La Paz interior"
No habla ni opera más que en medio de la paz, no en la confusión ni en la agitación.
Recordemos la experiencia del profeta Elías en el Horeb: Dios no estaba en el huracán, ni en el temblor de la tierra, ni en el fuego, ¡sino en el ligero y blando susurro (cf. 1 Re, 19)!
Con frecuencia nos inquietamos y nos alteramos pretendiendo resolver todas las cosas por nosotros mismos, mientras que sería mucho más eficaz permanecer tranquilos bajo la mirada de Dios y dejar que Él actué en nosotros con su sabiduría y su poder infinitamente superiores.
Porque así dice el Señor, el Santo de Israel:
En la conversión y la quietud está vuestra salvación,
y la quietud y la confianza serán vuestra fuerza, pero no habéis querido (Is 30, 15).
Bien entendido, nuestro discurso no es una invitación a la pereza o la inactividad.
Es la invitación a actuar, a actuar mucho en ciertas ocasiones, pero bajo el impulso del Espíritu de Dios, que es un espíritu afable y sereno, y no en medio de ese espíritu de inquietud, de agitación y de excesiva precipitación que, con demasiada frecuencia, nos mueve.
Ese celo, incluso por Dios, a menudo está mal clarificado. San Vicente de Paúl, la persona menos sospechosa de pereza que haya existido, decía: «El bien que Dios hace lo hace por Él mismo, casi sin que nos demos cuenta. Hemos de ser más pasivos que activos».
Jacques Philippe
"La Paz interior"
Nuestro Camino
...Cristo es nuestro camino.
Todo se reduce a comprender cómo hemos de caminar
imitando al modelo que es Cristo...
...No sabemos lo que Dios nos tiene reservado en esta tierra
y tampoco debemos preguntárnoslo antes de tiempo.
Sólo una cosa es cierta:
que todo lo que sucede a quienes aman al Señor es para su propio bien...
Sta. Teresa Benedicta de la Cruz
(Edith Stein)
Del libro ahora que son las doce
domingo, 20 de junio de 2010
¡ No es Bastante !
“Bien, hermano León, - me dijo- ¿estás dispuesto a escuchar lo que te voy a decir?
Sus ojos brillaban como si tuviera fiebre, y en ellos podía yo distinguir ángeles y visiones que llenaban su mirada. Sentí miedo.
¿Habría perdido la razón?
Adivinando mi temor, Francisco se me acercó para decirme:
Hasta ahora se han empleado muchos nombres para definir a Dios.
Esta noche yo he descubierto otros.
Dios es Abismo Insondable.
Insaciable,
Implacable,
Infatigable,
Insatisfecho…
Aquel que nunca dijo al alma: ¡Basta ya!
Se me acercó mucho más aún, y como si estuviera transportado a otros mundos,
agregó con voz emocionada:
¡Nunca Bastante! – gritó-
¡No es Bastante, hermano León!
Eso es lo que Dios ha gritado durante estas tres noches,
allá en el interior de la gruta: ¡Nunca es Bastante!
El pobre hombre que está hecho de barro, reacciona y protesta: ¡No puedo más!
Y Dios responde: ¡Aún puedes!
El hombre gime: ¡Voy a estallar!
-¡Estalla!, responde Dios.
La voz de Francisco enronqueció.
Sentí lástima de él.
Temí que hiciera cualquier disparate.
Irritado le dije:
-¿Y qué quiere Dios ahora de ti?
¿No besaste al leproso, que tanta repugnancia te causaba?
-¡No es bastante!
-¿No abandonaste a tu madre, madonna Pica, la mujer más exquisita del mundo?
-¡No es bastante!
-¿No hiciste el ridículo entregando los vestidos a tu padre y quedando desnudo ante todo el pueblo?
-¡No es bastante!
-Pero… ¿no eres el hombre más pobre del mundo?
-¡No es bastante!
No lo olvides, hermano León: Dios es “Nunca Bastante”.
****
El Abismo Insondable.
Insaciable,
Implacable,
Infatigable,
Insatisfecho…
Descubierto por Francisco de Asís en la gruta
es el mismo que hoy, presente y actuante en nuestra vidas,
hace resonar su multiforme Voz repitiendo como un eco:
-¡No es bastante!
Francisco lo descubrió en una gruta,
Pedro tal vez en la orilla del Tiberíades,
Teresa de Ávila entre sartenes y ollas,
Juan Bosco en la mirada de los jóvenes…
No importa tanto el cómo y el cuándo,
sino la disposición interior para escuchar
La Voz clara del que Amándonos hasta el fin nos dice a diario:
-¡No es bastante!
Sus ojos brillaban como si tuviera fiebre, y en ellos podía yo distinguir ángeles y visiones que llenaban su mirada. Sentí miedo.
¿Habría perdido la razón?
Adivinando mi temor, Francisco se me acercó para decirme:
Hasta ahora se han empleado muchos nombres para definir a Dios.
Esta noche yo he descubierto otros.
Dios es Abismo Insondable.
Insaciable,
Implacable,
Infatigable,
Insatisfecho…
Aquel que nunca dijo al alma: ¡Basta ya!
Se me acercó mucho más aún, y como si estuviera transportado a otros mundos,
agregó con voz emocionada:
¡Nunca Bastante! – gritó-
¡No es Bastante, hermano León!
Eso es lo que Dios ha gritado durante estas tres noches,
allá en el interior de la gruta: ¡Nunca es Bastante!
El pobre hombre que está hecho de barro, reacciona y protesta: ¡No puedo más!
Y Dios responde: ¡Aún puedes!
El hombre gime: ¡Voy a estallar!
-¡Estalla!, responde Dios.
La voz de Francisco enronqueció.
Sentí lástima de él.
Temí que hiciera cualquier disparate.
Irritado le dije:
-¿Y qué quiere Dios ahora de ti?
¿No besaste al leproso, que tanta repugnancia te causaba?
-¡No es bastante!
-¿No abandonaste a tu madre, madonna Pica, la mujer más exquisita del mundo?
-¡No es bastante!
-¿No hiciste el ridículo entregando los vestidos a tu padre y quedando desnudo ante todo el pueblo?
-¡No es bastante!
-Pero… ¿no eres el hombre más pobre del mundo?
-¡No es bastante!
No lo olvides, hermano León: Dios es “Nunca Bastante”.
****
El Abismo Insondable.
Insaciable,
Implacable,
Infatigable,
Insatisfecho…
Descubierto por Francisco de Asís en la gruta
es el mismo que hoy, presente y actuante en nuestra vidas,
hace resonar su multiforme Voz repitiendo como un eco:
-¡No es bastante!
Francisco lo descubrió en una gruta,
Pedro tal vez en la orilla del Tiberíades,
Teresa de Ávila entre sartenes y ollas,
Juan Bosco en la mirada de los jóvenes…
No importa tanto el cómo y el cuándo,
sino la disposición interior para escuchar
La Voz clara del que Amándonos hasta el fin nos dice a diario:
-¡No es bastante!
miércoles, 16 de junio de 2010
El canto de "júbilo"
San Agustín, Padre de la Iglesia del siglo IV,
incluye el don de lenguas en el canto de "júbilo":
Mas he aquí que él Mismo (Dios) te sugiere la manera que has de cantarle:
no te preocupes por las palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a Dios. Canta con júbilo.
Éste es el canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo.
¿Qué quiere decir cantar con júbilo?
Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón.
En efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al no poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo.
El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón.
El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón.
Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable.
Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras.
Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es lícito callar, lo único que pueden es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos.
Cantadle con maestría y con júbilo.
(S.Agustín Salmo 32, sermón 1, 7-8: CCL 38, 253-354)
martes, 15 de junio de 2010
domingo, 13 de junio de 2010
sábado, 12 de junio de 2010
Un Relicario de Palabras
El Evangelio de hoy, fiesta del Sagrado Corazón de María,
Despertó el recuerdo de aquellas Palabras de Jesús en mi vida escuchadas, oídas, susurradas
que no siempre fueron entendidas.
“Pero ellos no comprendieron lo que quería decir”
Así es la relación con Aquel que es Don y Silencio.
Palabras dichas, Palabras gestuales, Palabras-Miradas
Distintos rostros de una Palabra que no puede agotarse en la forma.
Distintas percepciones, mociones que muchas veces,
no tienen acabada comprensión,
más que en el contexto del texto de mi vida.
Y Lucas, al finalizar el relato, nos presenta el primer “Santo Relicario”.
El Sagrado Corazón de María.
“Su madre conservaba todo en su corazón”
Lugar precioso para guardar el Tesoro de la Palabra.
Palabra acogida, -tal vez no comprendida- que en sí misma
Manifiesta el Tesoro de Aquel que con poder la pronuncio.
Mi relicario cada día se abre para rescatar Palabras.
Algunas encuentran su pleno sentido pasados algunos años.
Otras veces necesito abrirlo para introducir la Palabra-Don recibida en oración.
O la Palabra-Profética del hermano que dócilmente me trae la Voz del que grita en mis desiertos.
El Santo Espíritu me ha mostrado en estos días que mi relicario
También necesita ser abierto para el “otro”
Para el que espera, que duda, que clama.
Aquí estoy, compartiendo mi relicario.
¿lo abrimos juntos?
Miguel
jueves, 10 de junio de 2010
ILUSIONARTE
Javier Castañeda en La Vanguardia,
11 Mayo 2010 - Lunes 07 de Junio del 2010
Hastiados por el desencanto, abatidos, tristes, alicaídos…
Cada vez resulta más fácil hallar personas sumidas en la sórdida profundidad de sí mismas. Cansados de bregar con el día a día y tras quizá, haber degustado reiteradamente todo el menú de una carta de desengaños, se sienten sin fuerzas para afrontar con la ilusión necesaria, un día a día que a veces se antoja más escarpado que la cara norte del Annapurna.
Motivos no faltan. Es más, seguro que cada arruga de un triste rostro podría relatar una truculenta historia de decepción. Hay para todos los gustos: desengaños amorosos, sueños aplazados sine die, incomunicación, relaciones frustradas, seres perdidos, promesas incumplidas, deseos rotos, incomprensión, enfermedades imposibles, abruptos cambios de trazado… Mil y una vidas se resquebrajan cada día con microfisuras que no parecen poder pegarse ni con Super-Glue. Y así, la ilusión que otrora fue motor del ánimo, parece quedarse atascada, inválida, desvencijada… como sin pilas. Y las vidas se quedan ajadas, los rostros sempiternamente vacíos; presos de una zozobra de difícil remiendo. Pero, ante tamaña gravedad, ante semejante peso, ¿cómo seguir viviendo sin parecer la fotografía andante de un cadáver o la asimétrica fisonomía de un zombie?
Hace años, si escuchaba algún alma maltrecha pregonar que se hallaba "muerta en vida", mi reacción inmediata era intentar desoír lo que esos interlocutores balbuceaban a través de esas bocas inermes, pese a que realmente podían estar desconectados de cualquier ápice de vida; pues la simple idea de que hubiera gente con un sentimiento de destrucción tan potente me parecía, no sólo muy triste, sino altamente venenosa para el interior. No quería creer que existiera ese tormento. Ahora sé que existen, sé que hay muchas personas que desde que se levantan hasta que se acuestan -aunque lo más probable es que la noche tampoco les conceda descanso alguno- sienten su vida como un peso atroz con el que han de cargar a cuestas. Y sufren con un llanto interno y eterno. Algo así como ese susurro lastimero que en las películas de miedo solían adjudicar al fantasma del castillo abandonado; pero con la clara diferencia de que todos y cada uno de esos seres desesperados son reales.
Y ese dolor que les mortifica o bien es real, o al menos seguro que cada una de esas personas lo siente tan real como si su existencia hubiera decidido vivir sentada sobre el colchón de clavos de un fakir.
Entiendo que hay gente tan sola, tan cansada y tan desesperada que pueda pensar que no le importan a nadie en este mundo, pero probablemente, en muchos casos, no sea del todo cierto. Como recuerda Punset, aunque en otro contexto, "no todos vemos la misma realidad"; aunque imagino que este aserto le servirá de bien poco a quien se siente desdichado, al margen del grado de desdicha, o del grado de realidad del objeto o sujeto que le provoca esos penares.
Ante esta tesitura, probablemente la cuestión más importante –al menos para mí- es intentar recobrar ese sutil ingrediente que, pese a no parecerlo, es el motor de la vida. Como dice un buen amigo filósofo, "las grandes adhesiones conllevan grandes decepciones". Y en muchos casos, esa tristeza deriva de una decepción generada al constatar que las cosas no son como habíamos imaginado que serían y, de ahí, surge la incapacidad tanto de aceptar esa diferencia entre lo real y lo imaginado, como de reponerse a la decepción.
Así, esa ilusión que de pequeños permite ver y afrontar todo desde la perspectiva del vaso lleno o medio lleno, podría decirse que, a medida que crecemos tanto en edad como en experiencias, empieza a menguar y a palidecer, e incluso desaparece.
Pero al igual que en alguna fase de nuestra vida –normalmente niñez, adolescencia y/o juventud, donde la ilusión casi es puro derroche- a veces hemos de controlar para que un exceso de ilusión mal entendido no nos haga saltar por un barranco al pensar –al más puro estilo Ícaro- que nuestra ilusión por volar nos ayudará a mantenernos en el aire; del mismo modo, a partir de según qué experiencias –o sobre todo cuando veamos encenderse el piloto de reserva en el bidón de las ilusiones; deberíamos intentar plantar ilusiones nuevas, regarlas, abrazarlas y cuidarlas con mucho mimo, para garantizar que no la perderemos en un traspiés, dado en cualquiera de los muchos callejones mal iluminados que abundan por la vida.
Sin ánimo de ofrecer recetas de mercachifle, creo que la ilusión se halla, en primer lugar, dentro de cada uno. En muchas ocasiones, pese a parecer apagada, sólo está agazapada, que casi tiene las mismas letras pero no es lo mismo. Y aunque parezca extinta, basta una flor en primavera, una brisa en verano, un poema en otoño o un cálido beso en invierno, para que vuelva a lucir con fuerza. Eso sí, volver a sentir esa luz requiere animarse y no encerrarse en la idea de haber perdido la esperanza. Mas, como todo el mundo sabe: la esperanza es lo último que se pierde…
Y además, se puede recuperar. Como si fuera una delicada planta, aprender a cultivar la ilusión es todo un arte y, por mucho que todo parezca perdido, siempre puedes volver a aprender: aprender a ilusionarte.
Javier Castañeda, Patologías Urbanas. La Vanguardia, 11 Mayo 2010
fuente: http://www.ciudadredonda.org
miércoles, 9 de junio de 2010
Palavra de Vida Junho 2010
«O mundo precisa de uma terapia do Evangelho.
Por isso vivemos a Palavra de Vida.
Uma delas apenas poderia mudar o mundo.
E todos podem vivê-la,
porque Jesus é luz para cada homem.»
“Quem buscar sua vida a perderá, e quem perder sua vida por causa de mim a encontrará.”
(Mt 10,39)
Palavra de Vida – Junho de 2010
Quando lemos essa Palavra de Jesus, vêm em evidência dois estilos de vida: a vida terrena, que se constrói neste mundo, e a vida sobrenatural dada por Deus através de Jesus, vida que não se acaba com a morte e que ninguém nos poderá tirar.
Assim, diante da existência podemos adotar duas atitudes: apegar-nos à vida terrena, considerando-a como único bem – e, nesse caso, seremos levados a pensar em nós mesmos, em nossas coisas, em nossos apegos; vamos nos fechar em nosso casulo, afirmando somente o próprio eu, e como conclusão, no final encontraremos inevitavelmente apenas a morte. Ou podemos ter uma atitude diferente: acreditando que recebemos de Deus uma existência muito mais profunda e autêntica, teremos a coragem de viver de modo a merecermos esse dom a ponto de sabermos sacrificar nossa vida terrena pela outra vida.
“Quem buscar sua vida a perderá, e quem perder sua vida por causa de mim a encontrará".
Quando Jesus pronunciou essas palavras, referia-se ao martírio. Para seguirmos o Mestre e permanecermos fiéis ao Evangelho, nós, como todo cristão, devemos estar prontos a perder a nossa vida, morrendo – se for necessário – até mesmo de morte violenta. E assim, com a graça de Deus, nos será doada a vida verdadeira. Jesus foi o primeiro a “perder a sua vida” e recebeu-a glorificada. Ele já nos preveniu que não temêssemos “aqueles que matam o corpo, mas são incapazes de matar a alma”. (Mt 10,28)
Hoje ele nos diz:
“Quem buscar sua vida a perderá, e quem perder sua vida por causa de mim a encontrará".
Se você ler atentamente o Evangelho, verá que Jesus retoma esse conceito seis vezes. Isso demonstra a importância dele para Jesus e quanto ele o considera.
Mas, para Jesus, a exortação para perder a própria vida não é apenas um convite para enfrentarmos até mesmo o martírio. É uma lei fundamental da vida cristã.
É preciso estarmos prontos a renunciar a fazer de nós mesmos o ideal da nossa vida, a renunciarmos à própria independência egoísta. Se quisermos ser verdadeiros cristãos, devemos fazer de Cristo o centro de nossa existência. E o que Cristo quer de cada um de nós? O amor pelos outros. Se assumirmos o programa dele como nosso, certamente teremos perdido a nós mesmos e teremos encontrado a vida.
O fato de não viver para si mesmo não é, certamente, como se poderia imaginar, uma atitude de renúncia e de passividade. O empenho do cristão é sempre muito grande e o seu senso de responsabilidade é total.
“Quem buscar sua vida a perderá, e quem perder sua vida por causa de mim a encontrará".
Já nesta terra podemos fazer a experiência de que, no dom de nós mesmos, no amor vivido, cresce em nós a vida. Quando tivermos despendido o nosso dia a serviço dos outros, quando tivermos aprendido a transformar o trabalho cotidiano, talvez monótono e duro, em um gesto de amor, experimentaremos a alegria de nos sentirmos mais realizados.
“Quem buscar sua vida a perderá, e quem perder sua vida por causa de mim a encontrará'.
Seguindo os mandamentos de Jesus, que estão todos centralizados no amor, encontraremos, depois desta breve existência, também a Vida Eterna.
Lembremos qual será o julgamento de Jesus no último dia. Ele dirá àqueles que estão à sua direita: “Vinde, benditos… pois eu estava com fome e me destes de comer; eu era forasteiro e me recebestes em casa; estava nu e me vestistes…” (Mt 25, 34ss)
Para que participemos da existência que não passa, Jesus olhará unicamente se amamos o próximo e vai considerar feito a si tudo o que tivermos feito ao próximo.
Como viveremos, então, esta Palavra? Como poderemos desde hoje perder a nossa vida para encontrá-la?
Preparando-nos para o grande e decisivo exame para o qual nascemos.
Olhemos ao nosso redor e preenchamos o nosso dia com atos de amor. Cristo se apresenta a nós na pessoa dos nossos filhos, da esposa, do marido, dos colegas de trabalho, de partido, de lazer, etc. Façamos o bem a todos. E não nos esqueçamos daqueles que passamos a conhecer diariamente por meio dos jornais, dos amigos ou da televisão… Façamos algo para todos, de acordo com as nossas possibilidades. E se acharmos que as nossas possibilidades se esgotaram, poderemos ainda rezar por eles. O que vale é o amor.
Chiara Lubich
Esta Palavra de Vida foi publicada originalmente em junho de 1999.
Palabra de Vida Junio 2010
«El mundo necesita una cura de Evangelio.
Por esto vivimos la palabra de Vida.
Una sola podría cambiar el mundo.
Y todos la podemos vivir, porque es luz para cada hombre.»
“El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”
(Mt 10.39)
Junio 2010 - Paradoja Cristiana
En esta palabra se ponen de relieve dos vidas diferentes: la terrenal, que se construye en este mundo; y la sobrenatural, dada por Dios a través de Jesús, vida que no termina con la muerte y que nadie nos puede quitar.
Frente a la existencia se pueden tomar dos actitudes. Una es apegarse a la vida terrenal, considerándola como el único bien; y entonces nos inclinaríamos a pensar en nosotros mismos, en nuestras cosas, en lo creado, nos encerraríamos en nuestro caparazón, afirmando solamente el propio yo, y encontraríamos como conclusión, al final, inevitablemente, sólo la muerte. Otra es creer que hemos recibido de Dios una existencia mucho más profunda y auténtica; y así tendríamos el valor de vivir de forma tal de merecer este don, hasta el punto de sacrificar nuestra vida terrenal por la otra.
“El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”
Cuando Jesús dijo estas palabras, pensaba en el martirio. Nosotros, como todo cristiano, para seguir al Maestro y permanecer fieles al Evangelio, tenemos que estar dispuestos a perder nuestra vida, muriendo –si fuera necesario– también de forma violenta; y con la gracia de Dios nos sería dada la vida verdadera. Jesús fue el primero que “perdió su vida” y la recuperó glorificada. Él nos advirtió que no tenemos que temer a “los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma" (1).
Hoy nos dice:
“El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.”
Si lees atentamente el Evangelio, notarás que Jesús vuelve sobre esta idea nada menos que siete veces, lo cual demuestra su importancia y la consideración que le otorgaba.
Pero para Jesús la exhortación a perder la propia vida no es sólo una invitación al martirio. Se trata de una ley fundamental de la vida cristiana.
Tenemos que estar dispuestos a renunciar a ser nosotros mismos el ideal de la vida, renunciar a nuestra independencia egoísta. Si queremos ser verdaderos cristianos tiene que ser Cristo el centro de nuestra existencia. ¿Y qué quiere Èl de nosotros? El amor por los demás. Si asumimos esta propuesta, nos habremos perdido y habremos encontrado la vida.
Esta idea de no vivir para uno mismo no significa, como podría pensarse, una actitud de renuncia o de pasividad. El compromiso del cristiano es siempre grande y su sentido de responsabilidad, total.
“El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”
Desde este momento podemos experimentar que la donación, el amor vivido, hace crecer en nosotros la vida. Cuando hayamos dedicado nuestra jornada al servicio de los demás, cuando hayamos sabido transformar el trabajo cotidiano, acaso monótono y duro, en un gesto de amor, probaremos la alegría de sentirnos más realizados.
Después de esta breve existencia, si seguimos los mandatos de Jesús, centrados todos en el amor, encontraremos la existencia eterna. Recordemos el juicio de Jesús en el último día. Él dirá a los que están a su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre... porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; estaba de paso, y me alojaron; desnudo y me vistieron...” (2).
Para hacernos partícipes de esa existencia que no pasa, tendrá en cuenta únicamente si hemos amado al prójimo; y considerará si lo hemos tratado como si fuera Él.
“El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”
¿Cómo vivir esta Palabra? ¿Cómo perder nuestra vida para encontrarla? Preparándonos para el grande y decisivo examen.
Miremos a nuestro alrededor y colmemos la jornada con actos de amor. Cristo se nos presenta en nuestros hijos, en la esposa, en el marido, en los compañeros de trabajo, de partido, de recreación... Hagamos el bien a todos. Y no olvidemos a aquellos de los que tomamos noticia por los diarios, a través de amigos o en la televisión... Hagamos algo por todos, de acuerdo con nuestras posibilidades. Y cuando nos parezcan agotadas, aún podremos rezar por ellos. Lo que cuenta es el amor.
Chiara Lubich
Publicación mensual del Movimiento de los Focolares. Este texto fue publicado en junio de 1999.
martes, 8 de junio de 2010
No es Noticia
Un sacerdote salesiano en Angola
Pbro. Martín Lasarte (salesiano)
Angola
Martes 08 de Junio del 2010
Soy un simple sacerdote católico uruguayo que desde hace 20 años vivo en Angola.
Me siento feliz y orgulloso de mi vocación.
Me da un gran dolor por el profundo mal de que sacerdotes -que deberían ser señales del amor de Dios- sean un puñal en la vida de inocentes.
No hay palabras que justifique tales repugnantes actos.
Veo en muchos medios de información la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en detalles la vida de algún sacerdote pedófilo.
Así aparece uno de una ciudad de USA, de la década de los 70; otro en Australia de los años 80 y, así de frente, otros casos recientes . . .
¡Es curiosa la poca noticia y el desinterés por miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo!
Pienso que a los medios de información no les interesa que yo haya tenido que transportar en el año 2002, por caminos minados, a muchos niños desnutridos desde Cangumbe a Lwena (Angola), pues ni el gobierno estaba dispuesto a hacerlo ni las ONG’s estaban autorizadas.
No ha sido noticia que haya tenido que enterrar decenas de pequeños fallecidos entre los desplazados de guerra y los que han retornado; que le hayamos salvado la vida a miles de personas en Moxico mediante el único puesto médico en 90.000 km2 a la redonda, así como con la distribución de alimentos y semillas; que hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años, y hayamos proporcionado escuelas a más de 110.000 niños...
No es de interés que, con otros sacerdotes, hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición, porque no llegaban los alimentos del Gobierno y de la ONU.
No es noticia que un sacerdote de 75 años, el P. Roberto, recorra por las noches las ciudad de Luanda curando a los “chicos-de-la-calle”, llevándolos a una casa de acogida, para que se desintoxiquen de la droga de la gasolina; que alfabeticen cientos de presos; que otros sacerdotes, como el P. Stefano, tengan hogares transitorios para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta violados y buscan un refugio.
Tampoco que Fray Maiato con sus 80 años, pase casa por casa confortando a los enfermos y desesperados.
No es noticia que más de 60.000 de los 400.000 sacerdotes y religiosos hayan dejado su tierra y su familia para servir a sus hermanos en una leprosería, en hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos de padres que fallecieron con Sida, en escuelas para los más pobres, en centros de formación profesional, en centros de atención a cero-positivos . . ., o en parroquias y misiones, dando motivaciones a la gente para vivir y amar.
No es noticia que mi amigo, el P. Marcos Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la guerra en Angola, lo hayan transportado de Kalulo a Dondo y, al vorler a su misión, haya sido ametrallado en el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales más recónditas hayan muerto en un asalto en la calle; que decenas de misioneros en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario, por una simple malaria; que otros hayan saltado por los aires, a causa de una mina, visitando a su gente.
En el cementerio de Kalulo están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región . . . Ninguno pasa los 40 años.
No es noticia acompañar la vida de un Sacerdote “normal” en su día a día, en sus dificultades y alegrías, consumiendo sin ruido su vida a favor de la comunidad a la que sirve.
La verdad es que no procuramos ser noticia, sino simplemente llevar la Buena Noticia, esa noticia que sin ruido comenzó en la noche de Pascua.
Hace más ruido un árbol que cae, que un bosque que crece.
No pretendo hacer una apología, ni de la Iglesia ni de los sacerdotes.
El sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico.
Es un simple hombre, que con su humanidad busca seguir a Jesús y servir a sus hermanos.
domingo, 6 de junio de 2010
Presença real na Hóstia Santa
Presença real de Cristo Jesus
Cordeiro imolado, puro e sem mancha
O cordeiro é o filho de Deus criador
Eu Te adoro, eu Te louvo, eu Te amo
Eu Te espero, meu Senhor
O pão que alimenta e dá vida eterna
O pão é o corpo de nosso Senhor
O vinho que salva e me dá coragem
O vinho é o sangue do meu redentor
Eu Te adoro...
Presença real na Hóstia Santa
Presença real de Cristo Jesus
Que sob o véu do sacramento
Contemplo a face, do meu Salvador.
viernes, 4 de junio de 2010
Se me escapa de las manos
Por: Fernando Prado, cmf
Jueves 03 de Junio del 2010
Quizá sea la falta de costumbre, pero lo cierto es que me cuesta hablar de mi interioridad y de mi propia historia. Siempre resulta más fácil hablar de lo que uno hace que de lo que uno vive. O hablar de los demás. Siento cierto rubor cuando me piden hablar de mi vocación, de mi vida, de mis intimidades… Mi vida no me parece tan presentable. ¡Hay tantas cosas de las que no enorgullecerme! Además, soy bastante torpe a la hora de expresar mis sentimientos, y considero que no hay mucha “experiencia” que contar: acabo de cumplir diez años desde que fui ordenado sacerdote de manos de un obispo extraordinario: Mons. Uriarte. Mi ministerio ha transcurrido, en su mayoría, centrado en un intenso trabajo en el mundo de la edición (el mundo de los publicanos, que dice un hermano y amigo).
No suelo predicar todos los días. Fuera de los domingos y tiempos fuertes, o días especiales, durante la misa, suelo pasar de la lectura del Evangelio a las preces después de un reverente pero breve silencio. Hoy era Domingo y en la homilía, he sentido una vez más que la voz se me quebraba al hablar de Dios. Es algo que me sucede más a menudo de lo que me gustaría. Es una sensación curiosa. La fe sigue tocando fuertemente mis fibras más profundas y siento que Dios está muy vivo dentro de mí. Esa congoja y emoción se me hace difícil de controlar y me pone en cierto apuro, pues no me gusta sentirme débil en público. No son pocas las veces en que me descubro también así, emocionado y con las lágrimas a flor de piel, en la oración.
No sé muy bien cómo poner palabras a todo esto. Me resulta hasta “ñoño” hablar así, pero lo cierto es que, en muchos momentos, me descubro envuelto en un inmenso misterio de amor inmerecido. Y pienso: Señor, ¡cuánta gente no lo sabe! ¡cuánta gente no ha tenido la suerte de descubrirte y conocer que les has amado desde el principio del universo! Me encantaría poder gritar como el profeta: “¡Oid, sedientos todos! ¡Venid por agua! ¡Comed sin pagar vino y leche de balde!”.
¿Cómo hablar de esto sin que suene “ñoño“, aterciopelado o, lo que sería aún peor, falto de autenticidad? ¿Cómo gritar al mundo este amor infinito que el Señor nos tiene, que hasta al más débil hace poderoso y capaz de lo imposible? Envuelto en este Misterio que se me escapa de las manos me siento pequeño, pecador, necesitado... ¡Me siento tan limitado para llevar esta misión adelante! ¿Cómo ser testigo de ese fuego abrasador, siendo tan pequeño, tan débil…?
Creo que esta es la condición humana de todos y cada uno de los seres humanos. Grandes y maravillosos a los ojos de Dios, pero pequeños, muy pequeños, débiles, muy débiles… aunque seamos de Bilbao. Por esa razón me rebelo ante los que creen que ser sacerdotes les ha añadido un plus a su humanidad, cuando lo único que tal vez les ha dado es un plus a su cultura… o ante los que hacen del ministerio ordenado una casta, un lugar de poder y dominio, una carrera ascendente, un ministerio de predicación de verdades y dogmas seguros que lanzan contra el mundo desde no sé qué roca firme... Me rebelo contra esos curas que creen tener siempre respuesta para todo, incluso respuestas eruditas, apoyadas en la más sana tradición de la Iglesia o incluso en el catecismo, pero que, en el fondo, quizá nunca se enteraron de que la misericordia y la compasión son el único Evangelio predicable.
Cuanto más me veo envuelto en este Misterio de amor inmerecido, menos “seguridades” tiene mi fe, pero, a su vez, más fuerte experimento una suave y tenue certeza: Dios es amor fiel y así hemos de ser los sacerdotes para los demás. Al consagrar y elevar la hostia y el cáliz hoy en el altar me he descubierto, una vez más, envuelto en la verdad más grande del universo: el amor es la única fuerza capaz de transformar el mundo. Me gustaría que así fuera siempre en mí y al Señor le pido que algún día sea capaz de transmitírselo siquiera a alguien.
Fernando Prado, cmf.
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Jueves 03 de Junio del 2010
Quizá sea la falta de costumbre, pero lo cierto es que me cuesta hablar de mi interioridad y de mi propia historia. Siempre resulta más fácil hablar de lo que uno hace que de lo que uno vive. O hablar de los demás. Siento cierto rubor cuando me piden hablar de mi vocación, de mi vida, de mis intimidades… Mi vida no me parece tan presentable. ¡Hay tantas cosas de las que no enorgullecerme! Además, soy bastante torpe a la hora de expresar mis sentimientos, y considero que no hay mucha “experiencia” que contar: acabo de cumplir diez años desde que fui ordenado sacerdote de manos de un obispo extraordinario: Mons. Uriarte. Mi ministerio ha transcurrido, en su mayoría, centrado en un intenso trabajo en el mundo de la edición (el mundo de los publicanos, que dice un hermano y amigo).
No suelo predicar todos los días. Fuera de los domingos y tiempos fuertes, o días especiales, durante la misa, suelo pasar de la lectura del Evangelio a las preces después de un reverente pero breve silencio. Hoy era Domingo y en la homilía, he sentido una vez más que la voz se me quebraba al hablar de Dios. Es algo que me sucede más a menudo de lo que me gustaría. Es una sensación curiosa. La fe sigue tocando fuertemente mis fibras más profundas y siento que Dios está muy vivo dentro de mí. Esa congoja y emoción se me hace difícil de controlar y me pone en cierto apuro, pues no me gusta sentirme débil en público. No son pocas las veces en que me descubro también así, emocionado y con las lágrimas a flor de piel, en la oración.
No sé muy bien cómo poner palabras a todo esto. Me resulta hasta “ñoño” hablar así, pero lo cierto es que, en muchos momentos, me descubro envuelto en un inmenso misterio de amor inmerecido. Y pienso: Señor, ¡cuánta gente no lo sabe! ¡cuánta gente no ha tenido la suerte de descubrirte y conocer que les has amado desde el principio del universo! Me encantaría poder gritar como el profeta: “¡Oid, sedientos todos! ¡Venid por agua! ¡Comed sin pagar vino y leche de balde!”.
¿Cómo hablar de esto sin que suene “ñoño“, aterciopelado o, lo que sería aún peor, falto de autenticidad? ¿Cómo gritar al mundo este amor infinito que el Señor nos tiene, que hasta al más débil hace poderoso y capaz de lo imposible? Envuelto en este Misterio que se me escapa de las manos me siento pequeño, pecador, necesitado... ¡Me siento tan limitado para llevar esta misión adelante! ¿Cómo ser testigo de ese fuego abrasador, siendo tan pequeño, tan débil…?
Creo que esta es la condición humana de todos y cada uno de los seres humanos. Grandes y maravillosos a los ojos de Dios, pero pequeños, muy pequeños, débiles, muy débiles… aunque seamos de Bilbao. Por esa razón me rebelo ante los que creen que ser sacerdotes les ha añadido un plus a su humanidad, cuando lo único que tal vez les ha dado es un plus a su cultura… o ante los que hacen del ministerio ordenado una casta, un lugar de poder y dominio, una carrera ascendente, un ministerio de predicación de verdades y dogmas seguros que lanzan contra el mundo desde no sé qué roca firme... Me rebelo contra esos curas que creen tener siempre respuesta para todo, incluso respuestas eruditas, apoyadas en la más sana tradición de la Iglesia o incluso en el catecismo, pero que, en el fondo, quizá nunca se enteraron de que la misericordia y la compasión son el único Evangelio predicable.
Cuanto más me veo envuelto en este Misterio de amor inmerecido, menos “seguridades” tiene mi fe, pero, a su vez, más fuerte experimento una suave y tenue certeza: Dios es amor fiel y así hemos de ser los sacerdotes para los demás. Al consagrar y elevar la hostia y el cáliz hoy en el altar me he descubierto, una vez más, envuelto en la verdad más grande del universo: el amor es la única fuerza capaz de transformar el mundo. Me gustaría que así fuera siempre en mí y al Señor le pido que algún día sea capaz de transmitírselo siquiera a alguien.
Fernando Prado, cmf.
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